Sorprendente,
pero también esperable. La política peruana ha entrado en una fase de anomia
que está arrastrando a toda nuestra sociedad. El debilitamiento y pudrimiento
de la clase política, a través de sus partidos, en las últimas décadas está
dando sus decepcionantes frutos delante de toda la ciudadanía. Y el adjetivo
acuñado tras las recientes elecciones presidenciales, “cojudigno”, está ampliándose
a un gran sector (por no decir todos) de electores y simpatizantes que
esgrimieron la idea de no cambiar ni modificar la Constitución de 1993. Muchas
personas y varios partidos políticos apoyaron con firmas, propaganda, marchas y
obviamente dinero para realizar toda la actividad hecha por la cual miles de
peruanos simpatizaban y simpatizan.
El mar
de contradicciones en el que sumergieron a toda la ciudadanía encierra la idea
de que esa Constitución, a la larga, no sirve a los intereses de muchos
políticos. Esgrimieron la idea de reducir la participación del Estado al
máximo, pero inauditamente quieren vivir de él: bicameralidad, reelección...
nuevos Gargantúas. Desde el inicio de este débil Gobierno, con un presidente vapuleado
por todos los frentes, el Ejecutivo y su cabeza han hecho los méritos para
captar la atención de la ciudadanía por los numerosos desaciertos realizados y
la situación crítica que les ha tocado vivir. Mientras los reflectores caían sobre
Pedro Castillo y sus prontuariados ministros, otras bandas, disfrazadas de
partido político, comenzaron a hacer de las suyas. El hemiciclo se volvió el
espacio de turbias negociaciones sorprendentes que han permitido que otras
sutiles o grotescas formas de corrupción al caballazo vayan ganando terreno.
Los grandes medios de comunicación han jugado también ese papel, medios que
clamaban el no cambio de constitución hacen la vista gorda ante los atropellos
de un empoderado corro de congresistas hambrientos del poder y lo que este
significa para detentarlo a su manera y gusto. Para esto, lentamente han ido
acaparando todos los poderes autónomos del Estado en complicidad de los mismos
medios y juristas a la medida. Ahora quieren irse sobre los pocos que restan
modificando el cuerpo legal constitucional a su antojo. La ciudadanía, hastiada
por las marchas insulsas casi semanales, no reacciona por cansancio ante
semejante atropello. Todo indica que estas marchas debilitaron el sentido del reclamo. Pareciera que todo se hizo a la medida: un gobierno débil,
un puñado de congresistas arteros hábiles en festinar procesos y leyes y, de
pronto, ¡otra constitución! El poder político en su conjunto está, a estas
alturas, en manos de una suerte de hampa organizada que busca legitimarse en el
poder. Estrategias que recuerdan los tiempos oscuros de los 90 o las hábiles
movidas de AGP en su segundo gobierno. ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es el
Frankenstein que estos oscuros personajes están gestando para su provecho en
abierto daño a toda la institucionalidad que nos queda? Sombras se ciernen
sobre nuestro país.