El 31 de octubre es el día de
la ciudad como tal, el espacio geográfico ocupado por ciudadanos que se
encargan de hacerla su espacio, y esta ofrece a los que la habitan las
condiciones de vida dignas para su subsistencia, desarrollo y descanso. Esos
son los conceptos e ideales que uno tiene al habitar una ciudad. En ella
nacemos, nos educamos, crecemos, laboramos, nos reproducimos, nos realizamos,
nos curamos y nos extinguimos. Para cada una de estas macro actividades existen
espacios concretos para su realización: hospitales, centros educativos, centros
laborales, centros de diversión y cementerios. Las ciudades, desde que estas
aparecieron hace miles de años, han ido evolucionando y creciendo hasta
desplazar un concepto de vida que primó en la especie humana por siglos: el
mundo rural.
Desde Ur o Caral, ciudades que
eran centros religiosos y militares, fueron evolucionando hacia centros
económicos, comerciales y culturales en los últimos tres siglos. Así van
surgiendo los monstruos urbanos millonarios que han cambiado la fisonomía del
planeta desde el siglo XIX a la fecha: São Paulo, México D.F., Shanghái, entre
otros, son urbes que acogen millones de individuos y que no cesan de crecer. Construcciones
de materiales, muchas veces no naturales, van creciendo en estos lugares para
desarrollar diversas actividades o satisfacer egos de poder. Espacios que
procesan los elementos para que sus habitantes puedan consumirlos sin sufrir
consecuencias fortuitas. Son monstruos devoradores de recursos y, a su vez,
generadora de hábitos que adecuan a sus habitantes a su perspectiva. Un
ciudadano de estas urbes tiene una percepción del mundo muy particular y que
presiona con sus hábitos de consumo todas las actividades humanas modernas,
fomentadas cada vez más con la producción en serie. Un terrible “mundo feliz”
al estilo Aldous Huxley. Cierta vez, en un programa danés se presentaba a un
segmento de población urbana, sobre todo adolescentes, que nunca había visto
una vaca real a lo largo de su vida. El mundo exterior a su “realidad” llega a
través de pantallas LED, Ipod, Tablets u otro medio electrónico. La ciudad es
el espacio, además, en el que más etiquetas sociales surgen. Aparecen de
acuerdo a estilos de vida y que permiten a los demás establecer formas de
interrelaciones personales, así como, lastimosamente, discriminaciones.
¿Es Trujillo, una ciudad? Lo
es. Con casi un millón de habitantes, es una ciudad que demanda diariamente
muchos recursos; por tal motivo se ha hecho totalmente dependiente de los
proveedores de los mismos que habitan en su periferia o importa dichos
recursos. Sus debilidades como tal se vieron descarnadamente durante el Niño
del año pasado y que la amenaza el año entrante. Como ciudad, Trujillo tiene
cientos de carencias, incrementadas por el desorden de muchos de sus habitantes
y una falta de autoridad real que regule y sancione a los que trasgreden las
normas ciudadanas. Trujillo puede ser una buena urbe dependiendo de sus
habitantes: es una realidad forjada por su millón de habitantes y solo ellos
son los indicados para enmendar errores y solucionar los problemas que la
aquejan diariamente y al largo plazo. Para ello es indispensable que la
población trabaje con autoridades idóneas que piensen en la ciudad y no en
beneficio personal o sectario como viene sucediendo en las últimas décadas en
nuestro país.