Este próximo martes celebramos
los 199 años de nuestra independencia formal. El ambiente festivo y popular que
muchos peruanos solíamos celebrar será totalmente diferente. Será un día más de
angustia para millones de peruanos que han sufrido esta pandemia de una manera
u otra: un descalabro económico, un problema de salud o un familiar fallecido o
en agonía. La gente, desesperada, se vuelca a la calle, sea para ganar dinero o
para buscar algún tipo de remedio para los efectos del COVID-19 que está
golpeando a todos los estratos sociales. Hay ciudades en las que se creía que
esta enfermedad había sido controlada, pero el relajo de las medidas, la
presión de actores económicos más la incapacidad de autoridades, como el
ejemplo de Arequipa, han pasado una dura factura a muchos ciudadanos que se ven
afectados por los demoledores efectos de la enfermedad y la indolencia de autoridades
regionales o locales díscolas e incapaces de entender la real situación de esta
emergencia. Pero ese comportamiento, tengámoslo en cuenta, podría agudizarse,
pues ya estamos comenzando una nueva carrera electoral que ha de concluir en
junio del año entrante en una hipotética segunda vuelta.
Martín Vizcarra dará su último
discurso este año. Le tocó asumir riendas de un país zarandeado por la
corrupción y ahora por una pandemia que está asolando no solo al nuestro, sino
a todos los países del mundo. Sin embargo, el COVID-19 ha abierto, pese a todo,
nuevas perspectivas para la sociedad peruana. Hay que refundar muchas cosas,
desde el nuevo rol del Estado en sus funciones y el replanteamiento de la
participación de la sociedad peruana. Vizcarra, ya de salida, debe de generar
confianza, restablecer el sentido de autoridad y manejar los recursos que
beneficien al mayor número de peruanos.
Esta realidad es, pese a todo,
una oportunidad para iniciar una intensiva campaña de formalización en todos
los niveles y quehaceres de la sociedad y futura responsabilidad del nuevo
gobierno. La informalidad alimentada por un viciado concepto de emprendimiento
debe de ser atacada como parte de las nuevas estrategias laborales; no para
crear mayor burocracia, sino para que un ciudadano sea reconocido y acceda a
formas de integración social, las que han sido mal vistas y manejadas en las
últimas décadas. La informalidad, como un cáncer, se ha enquistado en todos los
sectores y esa fue una de las poderosas razones por las cuales la sociedad en
su conjunto se desplomó en los primeros meses del aislamiento social. Los
rubros de Salud y Educación son los otros pilares sensibles en los cuales el
Estado debe de retomar el timón. Es muy irónico que muchas personas que
critican la situación sanitaria hayan estado defendiendo por décadas el
debilitamiento de la presencia estatal en este rubro. En el educativo, ya se
han visto los desequilibrios evidentes y las brechas por cerrar.
Veamos cuáles serán los planes
de gobierno de los futuros candidatos.