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Trujillo, La Libertad, Peru
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domingo, 10 de enero de 2010

MOYOBAMBA, NUEVO AÑO (2)

El día 31, tras la visita a Tingana, decidimos esperar el año nuevo con tranquilidad, puesto que al día siguiente íbamos a ir a Tarapoto a visitar una catarata que nos habían mencionado como bacán: Guacamaíyo.
Luego de una comelona para recibir el año, esperamos la llegada del año nuevo y a pegar pestaña. Habíamos tomado 3 botellas de vino con la carne (que dicho sea de paso es buena y barata) y, a causa del vino, nos íbamos "trazando círculos especiales" hasta nuestro hotel que, felizmente, se hallaba al frente del restaurante. Las calles se veían bulliciosas, sacaban sus prendas amarillas, muñecones para quemar y toda suerte de luces de bengalas. La gente en Moyobamba ocupaba las calles y me hacía recordar un poco a Huanchaco, la fiesta es en la calle, es colectiva, masiva; esto es algo que se ha perdido en las ciudades grandes, salvo en los barrios que aún mantienen el espíritu del buen vecino.
Habíamos coordinado con las amables señoritas de la recepción del hotel, quienes nos apoyaron en todo. Nos dieron las pautas de lo que deberíamos hacer: hora de salida, distancia, transporte y qué hacer para poder movilizarnos a Tarapoto, la ciudad a la cual nos dirigimos el 01 de enero.


























Primer día del 2010. Nos levantamos temprano, sin resaca. Luego de un  desayuno regional, la señorita llamó a un auto que hace ese tramo (Moyobamba - Tarapoto) con 4 pasajeros, cada uno debería pagar 25 soles (aunque se suele pagar 20, las fiestas). Felizmente ya había una pasajera y, una vez recogidos del hotel, nos fuimos al terminal, donde ya nos esperaba otro pasajero. El día anterior habíamos  preparado las mochilas con ropas de baño, toallas (no las usamos en realidad), repelentes, agua, sandalias (nos iban a ser de gran utilidad) y mi cámara (ya premunida). Era casi un caracol con todas las indumentarias pertinentes.
En la recepción del hotel había algunos comentarios que nos pusieron nerviosos: el día anterior (31) había habido una serie de robos en la carretera que íbamos a transitar. Una suerte de temor corrió por mi cabeza, pero había que seguir adelante. En la terminal, el comentario sobre el incidente no se hizo esperar y me volvió a inquietar. Salimos más o menos a las 9 y 15 de la mañana y teníamos por delante casi dos horas de carretera. Nuestro piloto apretó el acelerador y comenzó a soñar llegar a su destino en tiempo récord. La carretera está en bastante buen estado, pese a los notorios hundimientos por ser un terreno bastante inestable (o por la deficiente construcción;  más me inclino por lo segundo conociendo la transparencia de este gobierno). En el asiento de adelante iba una chica, la cual se mareó por la incontable cantidad de curvas, meandros terrestres, que la hicieron vomitar con frecuencia. La pobre trataba de hacerlo lo más discretamente posible, pero las evidencias eran cada vez mayores. En la ruta subió un amigo del conductor, chofer él también, y allí nos enteramos que existe una marcada competencia entre las empresas de transporte que unen las ciudades de esta zona en auto (no en bus, ni combi) y se desatan carreras de auto en plena carretera. Alucinante y descerebrado, como los choferes.
Al inicio del viaje cruzamos una hidroeléctrica recientemente construida. Habíamos hablado al respecto sobre la misma, ya que su construcción significó la extinción de una de las cataratas más bellas que había tenido el Perú: la catarata de Gera. Una lástima.
Llegamos a Tarapoto alrededor de las 11 y media. Ya en la agencia había mototaxistas que ofrecen sus servicios para ir a la ciudad. El calor en Tarapoto es más abrasador que en Moyobamba (está más alto). Hablamos con un mototaxista a quien le preguntamos sobre una agencia de viaje y el lugar que queríamos ir. Se ofrece llevarnos por 60 soles, incluido guiado. El tiempo nos apremiaba, así que acordamos con él las condiciones y nos fuimos a nuestro objetivo. Era relativamente alejado de la ciudad y teníamos que ascender una suerte de colina desde la cual veíamos a la ciudad de Tarapoto y uno de sus distritos: Morales. El descenso fue un poco accidentado, temíamos que el mototaxi iba a colapsar en cualquier momento. Cruzamos un puesto de rondas campesinas. Wilmer, nuestro guía, nos contaba que gracias a ellos la incidencia de robos, sobre todo a turistas, había considerablemente disminuido. El sendero era simpático y cruzábamos con frecuencia el río Cumbaza, donde íbamos a ver estas cataratas. Luego de casi una hora y con un sol ardiente, llegamos a un pequeño pueblo donde dejamos el mototaxi. De ahí se iniciaba la caminata: el promedio una hora y media. Con mi casa a cuesta comenzamos a bajar y cruzamos senderos variados. Un bello paisaje. Llegamos al primer cruce (hubo cuatro) y comenzaron algunos problemas. Luego de haberme sacado los zapatos, crucé el río, pero al llegar a la otra orilla, resbalé en una piedra jabonosa y caí en las aguas del refrescante río. Consuelo en la desgracia. Allí decidimos ir con truzas y sandalias. Íbamos un poco temerosos, porque en Tingana habíamos sido agredidos por plantas cortantes o con púas. Felizmente en este sendero no las había.
Una hora después, luego de algunos incidentes, resbaladas y otras situaciones, llegamos a nuestro objetivo. Llevaba en mi espalda la casi casa que había llevado y mi par de botas de caminante colgaban de la parte delantera. Menudo peso para una subida un poco accidentada con el calor del mediodía (la temperatura es de 35 grados). Al llegar al lugar vimos el entorno a la catarata. Bonito. El lugar es alto y crea una refrescante sombra que además te humedece con las gotas dispersas de la catarata. Gustavo y el guía se metieron sendo chapuzón; yo, me dediqué a tomar fotos.
Una de las cosas que nos desagradó era la presencia de muchas botellas, sea de vidrio, o las peores, de plástico. El día anterior una chica nos había comentado que en Tarapoto había una consciencia más evidente y marcada de la protección de sus recursos naturales, más que en Moyobamba. Lo que vimos nos daba una muestra que contradecía lo afirmado. Por otro lado, la zona carece de un basurero en el cual echar las botellas vacías. Una lástima. Cargamos algo de 10 botellas vacías para echarlas en la basura del restaurante en el que luego tomaríamos una gaseosa. Pero en el camino de retorno vimos muchas más y la gente que iba hacia las cataratas u otros lugares iba premunida de varios botellones.. ¿las habrán retornado?
Luego de media hora, iniciamos el retorno. Ahora nos tocaba un camino de descenso y ya conocido; pese a eso, hubo un tramo que equivocamos. Pero ya más confiados y una vez atravesado el último pase de río, usamos nuestras botas nuevamente. Ya en el último tramo nos encontramos con una serpiente que parecía coralillo, el guía le dio otro nombre y comentó que no era venenosa. En fin.
El último tramo de ascenso nos agotó, pero ya estábamos cerca de algo líquido bebible.
Al retornar con el mototaxi nos percatamos que casi todo el camino de regreso se había infestado (como plaga) de gente. Cuando íbamos en el camino de ida, todo parecía desolado; al retorno, mirábamos sorprendidos la cantidad de gente. Iban a pasar la resaca del año nuevo.
Al llegar a Tarapoto, quise tomar un buen jugo y algo de frutas; pero eso iba a ser algo contraproducente: no había mucha movilidad de retorno a Moyobamba. Los dichosos autos no salían, así que fuimos al terminal de Móviltours. Felizmente hallamos cupo en el bus que iba hacia Chiclayo. Con nuestras ropas de baño y grandes mochilas regresábamos a Moyo. Eran las 3: 30 de la tarde, intensa mañana.
El viaje fue bastante lento y tedioso (se había malogrado el aire condicionado y era el bus que nos había traído a Moyobamba desde Trujillo, el que se malogró). Pese a todo, el bus llegó promediando las 6.
En cuanto llegamos, verificamos el retorno al día siguiente. Correcto.
Tomamos otro mototaxi y fuimos al vivero de orquídeas. Buena suerte, estaba abierto. Pese al paulatino oscurecimiento, pudimos ver, embelesados, las diversas flores de la zona. Escogimos cada uno una buena cantidad (me traje 7) y esperemos que crezcan en Trujillo. La propietaria nos dio una lección de botánica en poco tiempo.
Tras este largo día, una buena ducha y una buena cena, a descansar.
02 de enero. Nuestro último día: Rioja era esta vez el destino.
Tras el desayuno y haber dejado todo listo para el viaje, hicimos lo del día anterior: la recepcionista llamó un taxi para ir a Rioja. El precio por cabeza es de 6 soles. Una vez en el taxi le comentamos nuestro plan y nos dice que nos puede llevar a Tioyacu, nuestro destino, por 30 soles. Acordamos que sí y nos fuimos. Pero Tioyacu no queda cerca de Tarapoto sino más cerca de Nueva Cajamarca que está a.. 20 kilómetros de distancia de Rioja. Entonces hicimos un arreglo final: nos llevaría a este lugar, Yacumama, Chuchu center y Rioja por 50 soles en total. Asunto arreglado, teníamos el auto para nosotros y nos podíamos desplazar por donde queríamos. Tioyacu es muy simpático, pero mucho mejor resultó ser Yacumama, un centro de esparcimiento que te da una visión general del lugar. Es una zona con un potencial increíble, pues tiene selva virgen (han hecho un sendero ecológico), tiene un recodo de río (que han convertido en playa) y tiene además un granja de piscicultura (tilapias), esto último es un problema, ya que las aguas quietas atraen muchos mosquitos y estos desgraciados hicieron pasto con nosotros, pese a los litros de repelente encima.
Yacumama es un lugar que fascinaría a turistas del todo el mundo, pero tiene un defecto: es un lugar de esparcimiento familiar y por lo tanto tiene espectáculos para ella. Cuando ingresábamos, vimos los inmensos parlantes que estaban instalando para la tarde "familiar". Pobre, tal como les gusta hacer con las fiestas, debe ser una bulla a todo meter que rompe la calma del lugar; en ese sentido, pobre selva, pobres animales que están en esta suerte de pseudo reserva. No nos quedamos para "ver" la bulla.
El siguiente punto fue Chuchu Center, gracioso lugar donde te sirven tragos especiales a base de chuchuhuasi. El que nos tocó, Tentación, lo era y sin nada en el estómago (era casi las 12) nos "trepó" algo. El propietario tiene una buena colección de aves y las instalaciones están bien tenidas. Interesante lugar. Había un grupo de personas (que también estaba en nuestro hotel en Moyo) que ya estaba empinando bien el codo. Su mesa tenía ya varias muestras de su espíritu jocundo.
Gustavo había visto una fruta que lo tenía obsesionado: la pomarrosa. Quería obtener una muestra a como dé lugar. Pero el tiempo apremiaba.
Dimos una pequeña vuelta por Rioja y no distinguimos nada notable. Retornamos a Moyo.
La gente del hotel, amablemente, nos permitió darnos un duchazo. Merecido y reconfortante.
Cerramos maletas y nos fuimos a almorzar. Fuimos a un lugar típico y comimos como los dioses. Comí un pescado regional envuelto en hoja de parra, cual juane. Además nos sirvieron diversos jugos de frutas de la zona. Fascinante.
Con la barriga llena y para facilitar la digestión nos fuimos a caminar: fuimos al bello malecón que han hecho en la ciudad cerca al mejor hotel que tienen. La primera vez que vine el lugar estaba desierto y las instalaciones del hotel semiabandonadas. Ahora la cosa ha cambiado. Bien.
Desde el mirador se ve el río Mayo y sus meandros. Luego de estar ahí, decidimos descender al embarcadero. Ahí tomamos un pequepeque y dimos la vuelta por media hora en el lugar; corría un viento fresco pese a ser 3 de la tarde.
Al retorno, no había mototaxi, así que iniciamos el ascenso hasta el otro mirador. El ascenso me hizo recordar cuando subí en la isla Taquile en Puno. Mientras en Taquile, la altura te mataba y humillaba, en Moyobamba es el calor quien te deja fuera del camino. Mis respetos.
Llegada a la cima, hicimos un pequeño descanso para recuperar el ritmo. Ya teníamos que regresar al hotel por nuestras cosas. Se había cerrado el ciclo de Moyo.
Tomamos nuestras cosas y nos dirigimos a la agencia. El bus llegó casi 5 y media.
Fue un buen viaje.

lunes, 4 de enero de 2010

DE MOYOBAMBA, SU CORAZÓN (1)

La selva de San Martín, tanto la alta como la baja. ha sido arduamente visitada por mi persona este año. En abril, fuimos a Bagua Grande y Chica, lugares que en el mes de junio se harían tristemente célebres por los conflictos irresueltos de marcado carácter socio-racial y económico. En el mes de junio redescubrí luego de varios años a Chachapoyas, un lugar que promete convertirse en el Cuzco del Norte peruano gracias a la variada riqueza arquelógica y paisajística de la zona. Pero el Dpto. de San Martín tiene mucho más que ofrece; y así se hizo el nuevo viaje.
La antesala del viaje era toda una serie de expectativas y rumores, algunos de ellos, nefastos. Para todo el mundo es conocido que nuestro verano es el tiempo en que los cielos serranos y algunos selváticos desatan su furia pluvial y, en algunos y graves casos, se convierte en un terrible huayco. Alguno que otro amigo me soltó alguna frase en la que iban incluidas las palabras "deslizamiento", "huayco", "cortes de carretera", "trasbordo". Estas palabritas iban sembrando cierta duda de la elección hecha para pasar año nuevo por esos lares.
El otro asunto es que estas fiestas son bastante estresantes en cuanto al número de actividades y compromisos que uno se ve en la necesidad de cumplir para quedar tranquilo con tu conciencia amical. Compañeros de trabajo, los parientes lejanos que llegan a visitarte, los amigos que retornan de años. Tu peso, tu hígado, tus nervios y tus remordimientos se alteran por estas fiestas. Navidad es ineludible por la naturaleza de esta fiesta. Pero Año Nuevo es una fiesta de renovación, de mucha limpieza (aunque no todos sigan esa suerte de rito) y de novedades. Con el discurso de un par de amigos, y venciendo los temores injustificados o no, decidimos comprar nuestros pasajes de ida y vuelta y separar nuestras habitaciones en el Hotel Marco Antonio de Moyobamba.
Día de salida: 29 de diciembre. Hora: 3 p.m. El bus de Móvil Tour comenzó a rodar minutos pasados las 3. Primer destino: Chiclayo. Esta ciudad era la primera escala de varias hasta nuestro destino final. Nos habían dicho que llegaríamos a Moyobamba a las 8 de la mañana. Dos días previos al viaje, la compañía con la que había contactado para hacer nuestros paquetes turísticos estaba en receso hasta el 12 de enero por lo que no podían atendernos . Felizmente.
En el ascenso por la carretera que va desde Olmos hasta Yurimaguas, sentimos que algunas cosas no iban bien con el bus. Dicho y hecho, tuvimos una súbita parada en medio de la carretera y en el oscuro de la noche. Un pasajerito que iba cerca de nosotros, locuaz él, se asustó, ya que podíamos ser víctima de un asalto. Felizmente, llegó un auxilio mecánico con el que, luego de casi una hora, volvimos a rodar.
El aire acondicionado no marchaba bien y hubo momentos en que el calor apretaba, sobre todo en zonas como Bagua, que es conocida como una de las más calurosas del Perú.
El tramo entre Bagua y Pedro Ruiz se ha deteriorado muchísimo, hay zonas en la carretera ha literalmente desaparecido, y el viaje se hace lento y penoso. Felizmente lo cruzamos de noche, más fresco, que si lo hubiéramos hecho de día con un  calor sofocante y sin aire acondicionado.
Un poco antes de llegar a Pedro Ruiz, un pueblo nudo de comunicaciones (aquí se bifurca la carretera para Chachapoyas y para Moyobamba-Tarapoto) hubo un percance en la carretera. Temía que hubiera habido un deslizamiento o huayco. En realidad era un camión atravesado que se había deslizado a causa de las luvias, pero era posible el paso ordenado. Pero, nosotros no avanzábamos; lo que no hizo el huayco, lo hizo el error humano: una de las zapatas de las llantas traseras se había pegado peligrosamente a una de las llantas causando una fricción que podía devenir en un estallido. En una zona de curvas y precipicios, eso no era nada bueno. En un principio, la gente esperó estoicamente; luego la gente comenzó a alterarse. Ya se había perdido casi una hora con la primera parada y otra hora más entre diversas paradas para ir verificando la marcha del vehículo. Había malestar en el ambiente. Esto sacó de quicio a muchos. Además, el grave problema era la falta de comunicación de los empleados del bus con los pasajeros. Si hubieran pedido una menor intromisión de nosotros en el proceso de reparación, hubiéramos respondido positivamente. En fin.
Luego de casi cuatro horas de varados, el bus volvió en ruta con una zapata menos, lo que hacía el viaje un poco más lento y sin aire acondicionado, el calor iba en aumento.
Pero una cosa trae otra. Como ya era casi mediodía y estábamos sentados en los primeros asientos panorámicos, la vista del paisaje era impresionante. La llegada a Pedro Ruiz fue un poco desconcertante, ya que hablaban de un desayuno, otros de partir lo más pronto. El desayuno se sirvió a bordo.
El camino de ahí en adelante fue de una belleza paisajística impresionante. El verdor de la selva se hace extrañar cuando viajas en lo árido que es nuestra costa. Algunas esporádicas lluvias nos sorprendieron en el camino, pero nada notable.
Ya fueron apareciendo pueblos y pequeñas ciudades que iban brotando con más frecuencia en mis mapas, más lo que decían nuestros compañeros de viajes, residentes de la zona, nos daba el ánimo de arribar pronto a nuestro destino. El bus comenzó a despoblarse en Nueva Cajamarca. En Moyobamba, bajamos varios pasajeros. Tomamos un mototaxi para llegar a nuestro hotel. Eran las 4 de la tarde aproximadamente. Habíamos estado más de un día en el bus. El humor de nuestros cuerpos y ánimo era insoportable. Una buena ducha era lo que más buscábamos y eso hicimos.
Había estado en Moyobamba en 1997. En ese entonces, era una pequeño pueblo con escasos servicios y grandes espacios abiertos. Ahora la ciudad ofrece más servicios y tiene más ofertas de hoteles, restaurantes y otras instalaciones. Pero aún están en pañales para poder ofrecer cosas de calidad. Felizmente la agencia a la que había previamente contactado estaba con sus servicios suspendidos haste el 12 de enero. Había intentado reservar un tour para el primer día en Moyo. La idea era haber llegado ahí a las 8 de la mañana. Pero todo cambió y hubiéramos perdido nuestro primer paquete.
Salimos a comer algo. El probar las frutas de la zona implica tener cierto espíritu aventurero. No todos soportan ciertos sabores desconocidos. Pero, como en Lima había vivido por años en una pensión de gente de la selva, me había habituado al rico sabor del pijuayo, el cual vendían en bolsitas de un sol. Antes de cenar, me comí toda una bolsa que contenía varios. Me trajo recuerdos de mi vida universitaria.
En la comida probamos diversos jugos de la zona. Es grande la variedad y bastante refrescantes. Estábamos a más de 30 grados y los líquidos eran vitales. Previamente antes de salir del hotel, las chicas que trabajan allí se ofrecieron gustosas a buscar servicios de tour para nosotros. Sin el apoyo de ellas, muchos de nuestros planes no se hubieran concretado. Así pues, el 31 nos íbamos a una reserva, a una área de conservación llamada Tinganá.
El 31 nos levantamos a las 4 y media de la mañana. Nos iban a venir a recoger a las 5. Previo duchazo y premunidos de todo lo necesario (protectores, repelentes, ropa extra, gorro, cámaras) nos fuimos a la zona, ubicada en el río Avisado, un afluente del río Mayo.  Tomamos una lancha (La Boca), luego de una marcha en combi de por lo menos una hora desde Moyo. El amanecer en la selva es espectacular.
Ya surcando el río Mayo caí en la triste cuenta que mi máquina se había quedado prendida toda la noche y la batería de la misma se descargó por completo. Piña. Pero quedaban mis ojos para ver la maravilla que se iba abriendo lentamente entre el río- canal Avisado.
Al llegar al albergue, nos dieron un desayuno a los 6 pasajeros que éramos. Una vez bien alimentados, nos fuimos a las barcazas a buscar una adecuada; la primera no permitía una distribución de equilibrios por lo que hacía un poco de agua; se buscó otra más adecuada y así fue. Nuestro guía Fernando (son pobladores de la zona que han apostado a hacer turismo ecológico) se encargó de guiarnos por los meandros de este pequeño río, con una densa vegetación en la que había todo tipo de aves, insectos y sabe dios qué cosas más que no logramos ver. Hay grupos de turistas que vienen por la noche para ver otro tipo de aves y batracios, sobre todo, sapos.
El sendero nos iba acercando cada vez a zonas más "vírgenes"; vimos muchas aves de todas las formas y colores.
Luego se hizo un juego con un  grupo de lianas; una de ellas se rompió y casi causa un accidente, felizmente la chica supo reaccionar y logró salir airosa, con un buen susto obviamente.
Un poco más adentro subimos a un observador desde el cual vimos monos frailecillos que estaban atacando un árbol; los monos saltaban y aullaban a sus anchas. Fue un buen espectáculo.
La decisión de regresar en barcaza o a pie se discutió, y decidimos caminata en pleno monte. Experiencia extrema en cierta manera.
El calor, los bichos y algunas plantas agresivas fastidiaban nuestro trayecto; pero era una experiencia genial el poder caminar en medio de la selva. Fernando caminaba descalzo; nosotros, con nuestros zapatos especiales, a veces hacíamos el ridículo. Personas de ciudad.
Luego de una hora, sorteando árboles caídos, riachuelos, pozos, plantas cortantes, llegamos al albergue nuevamente, sedientos y hambrientos. Una gallina preparada a la usanza de la zona calmó parcialmente nuestra hambre.
Al emprender el retorno, éste era más fácil y menos accidentado. Habíamos sobrevivido a nuestra primera gran experiencia selvática. Era el inicio de otros dos intensos días.