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Trujillo, La Libertad, Peru
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martes, 11 de enero de 2022

CUSCO, OMBLIGO DEL MUNDO




Fin del 2021. Reencuentro de los viejos amigos en el ombligo del mundo, en el puputi. Cusco. Un viaje que lo planeamos desde dos meses lo hicimos realidad. Durante nuestros encuentros virtuales (Zoom) comenzamos a planificar el encuentro. Fecha de partida: 28 de diciembre. Y así fue. Compré los pasajes de ida y vuelta con escala en Lima (para mí) con el fin de viajar juntos a tierras cusqueñas para encontrarnos con los amigos de la PUCP que ya llevan muchos años allá. Este viaje iba a ser dedicado a mis amigos universitarios. En Cusco tengo amigos de colegio y de la universidad en que enseñé. Pero esta reunión era exclusivamente PUCP. Años pasados había ido con grupos de estudiantes y ocasionalmente me pude encontrar con Ricardo y Cecilia en tiempos separados; pero las responsabilidades no me permitían tener una reunión con los amigos: iba por trabajo. La última vez que estuve en Cusco por placer fue en 1991. He ido muchas veces a diversos lugares como Machu Picchu u otros espacios, pero la ciudad en sí pocas veces la he visitado como tal. Así que el plan con Goyo y los “cusqueños” era disfrutar la ciudad como tal; además Goyo estaba con un tratamiento que le impedía larga caminatas o ascensos/descensos que hay varios allí. Tampoco había que olvidar las medidas sanitarias que no eran tan respetadas en Cusco, donde vi muchas personas sin mascarillas y mucha presencia de personas antivacunas. El control dependía, pues, de nosotros. Ese 28 estaba todo planificado; los pasajes inesperadamente iban subiendo cada vez que ingresaba para intentar hacer la compra; luego nos íbamos a enterar de algunas estrategias que emplean las líneas aéreas para volver un viaje inicialmente barato en uno caro. Viveza. Fui al aeropuerto de Trujillo temprano para darme con la sorpresa de la cancelación del vuelo: Trujillo dice ser un aeropuerto internacional que no tiene radar. Interesante, habiendo un vuelo a Santiago de Chile desde aquí. Me mandaron para la tarde. Las conexiones iban a ser ajustadas. Goyo sí salió puntual, pero mi llegada a Cusco fue recién a las 8:00 pm cuando esperaba estar a las 1 pm. Medio día perdido. Felizmente los tramos entre Trujillo y Cusco en esta segunda “oportunidad” se cumplieron. Me recogió un taxi del aeropuerto y al llegar a nuestro hotel en San Blas el acceso era de lo más loco: iba a vivir una experiencia parecida el resto de los días de nuestra estancia en Cusco. Las estrechas calles de San Blas son una locura para el tráfico y sólo los lugareños lo entienden: los auto pequeños son los más oportunos, por lo que casi no ves los mastodontes que son las 4X4, pero tampoco ves (maravilloso) ni Ticos ni mototaxis.  Recién llegado me esperaban ya en el hotel Goyo y Ricardo (Chino) para empezar las actividades. Pensé que el soroche iba a hacer estragos, pero no hubo incidente alguno. Nuestra primera salida consistió en tomar una sopa (moría de hambre) y beber un mate de coca. Tampoco era cuestión de abusar. Encontramos a una exalumna del Chino en un restaurante en el que tomé la sopa (deliciosa) para de ahí descender a la Plaza de Armas. Las calles estaban llenas de gente, las tiendas abiertas: había ambiente de fiesta. Sin embargo, Chino no podía quedarse mucho tiempo, pues tenía trabajo y, como nos enteramos luego, vivía relativamente lejos del Centro Histórico, bastante lejos. Así fue la emoción de este encuentro en físico luego de décadas: la última vez que, creo, estuvimos todos juntos como viajeros fue en Trujillo en 1984. Y luego en Lima hasta que cada uno fue tomando su camino. Casi 40 años. Era nuestro momento, nuestro reencuentro. Nos despedimos de Chino en la plaza de armas y nos fuimos a tomar un par de tragos antes del ir a dormir en uno de los restaurantes con mirada a la plaza. Gracias a Isaac del hotel donde estuvimos, coordinó con un taxi para que nos recogiese. A pie el camino es más corto, pero Goyo no podía sostener una marcha larga y con altura, menos. Nos fuimos en taxi que tomaba cierto periplo hasta llegar a la Plaza San Blas y de ahí hasta nuestro hotel, el Home Garden, muy simpático hotel.

29 de diciembre. Miércoles. De ahora en adelante, los días iban a tener una situación rara, peculiar. Ciudad nueva, fin de año; muchas actividades. Tomamos un buen desayuno temprano y decidimos ir hacia la plaza. En Trujillo se me había informado de comprar el boleto de la ciudad, cosa que no hice y fue una mejor decisión a la larga: había hecho una reserva para el Museo Histórico Regional, pero no tenía los boletos. Dejé a Goyo en un café que iba a ser el punto de reunión permanente los días restantes (esquina Portal de Comercio con Mantas). Fui a una oficina de la Municipalidad, pero el paquete no era atractivo. Queríamos hacer la visita a nuestro ritmo e interés, y caímos en cuenta de que los lugares que había planificado no era necesario tener el boleto turístico. Descartado. Primer objetivo: la Iglesia de La Merced. La primera vez que estuve aquí fue en 1973 y luego en 1975. En 2019 ingresé muy temprano a ver el templo; pero lo que íbamos a ver era una fascinación. Ahora tienen un museo muy ordenado, lástima que no cuente con libros del convento, ni con textos especializados del patrimonio que cuenta esta iglesia. Su arquería, la pinacoteca en los muros del claustro; la platería, la bella custodia (impresionante tal como la recordaba de la primera vez que la vi). Goyo se quedó reposando mientras iba husmeando el lugar. Impresionante. Aquí la página que te puede dar más datos del lugar: https://ilamdir.org/recurso/7841/museo-del-convento-de-la-merced. La toma de fotografías en los interiores está prohibida, costumbre que ya no se estila en otras partes del mundo. Después de esta primera visita, uno recuerda la gran importancia que tuvo esta ciudad en la colonia. 







De ahí salimos hacia otra belleza: Santa Catalina. Estuve aquí en 1975 y recuerdo pocos detalles como el del nacimiento armable que, según después me enteré, es uno de los tres que hay en el Perú: el otro lo vi en la iglesia de San Francisco y el tercero en la Iglesia de Santa Teresa en Arequipa. Goyo me acompañó una parte y se fue a descansar. La parte del segundo piso encontré una interesante pinacoteca, así como los cuartos de las novicias y su vajilla. Hace recordar un poco a Santa Catalina de Arequipa, pero el de Arequipa es inmenso (una ciudad dentro de la ciudad). Se pueden tomar fotos libremente. Este convento es de monjas dominicas. Las pinturas son interesantes y entre estas hay tres atribuidas al maestro Diego Quispe Tito. Con buena iluminación y lejos del mundanal ruido, uno disfruta de esta visita impostergable. Aquí hay información del convento y algo sobre el museo: http://www.qosqo.com/qosqoes/catalina.html. Para ahondar más en detalles de este convento y su existencia, leer este ensayo de la mexicana Mercedes Pérez Vidal ( https://czasopisma.marszalek.com.pl/images/pliki/sal/6/sal601.pdf). Cusco tiene un patrimonio pictórico envidiable e imagino la existencia de un mega museo que recoja todo el arte religioso cusqueño.












Goyo había quedado para almorzar con su hija, y se nos iba a unir Ricardo. Así que nos dirigimos hacia la plaza de armas a husmear sitios y hacer tiempo. Subimos por la estrecha calle Procuradores viendo diversos restaurantes de diversas cocinas del mundo; en esta calle vimos una de comida coreana. De pronto, Goyo fue atacado por un lindo felino, confianzudo, avezado. Frente a este furibundo ataque, vimos un simpático lugar como para comer el postre: Qucharitas. Nos dirigimos hacia la calle Teqsicocha. Si doblábamos a la derecha, íbamos a subir un buen bloque de escaleras, así que doblamos hacia la izquierda en donde encontraríamos más restaurantes especializados para visitantes israelíes; pregunté al mozo y este me dijo que la comida era kosher y el menú estaba en hebreo. El restaurante pertenecía a un hotel que recibe viajeros de esa parte del mundo. Doblamos hacia la derecha que seguía siendo la misma calle Teqsicocha hasta llegar a la calle Tigre y dar con la bonita plaza Santa Teresa; bajamos por Plateros y nos fuimos a buscar un buen restaurante con vistas a la plaza y ese fue el Tunupa. Almorzamos bien, regado por cervezas; Goyo se quedó con las ganas de cuy. Chino se unió y luego nos fuimos a buscar el postre. Acordamos encontrarnos más tarde con Cecilia, Raúl y Verónica para planificar nuestro fin de año. Antes de ir al hotel, nos fuimos a ver la iglesia San Cristóbal para tener una visión panorámica de la ciudad; tomamos un taxi de la misma plaza, el cual nos llevaría a la iglesia y luego al hotel para nuestro pequeño reposo. A las 6.30 bajamos a la plaza nuevamente para encontrarnos con la gente, tantos años sin vernos. Luego de los abrazos nos fuimos a cenar al restaurante La Bodega 138 (simpático lugar) y de ahí a casa de los Chiappe Eguiluz. Al día siguiente nos íbamos a conocer la Ruta del Barroco Cusqueño.