Fin del 2021. Reencuentro de
los viejos amigos en el ombligo del mundo, en el puputi. Cusco. Un viaje que lo
planeamos desde dos meses lo hicimos realidad. Durante nuestros encuentros
virtuales (Zoom) comenzamos a planificar el encuentro. Fecha de partida: 28 de
diciembre. Y así fue. Compré los pasajes de ida y vuelta con escala en Lima
(para mí) con el fin de viajar juntos a tierras cusqueñas para encontrarnos con
los amigos de la PUCP que ya llevan muchos años allá. Este viaje iba a ser dedicado
a mis amigos universitarios. En Cusco tengo amigos de colegio y de la
universidad en que enseñé. Pero esta reunión era exclusivamente PUCP. Años
pasados había ido con grupos de estudiantes y ocasionalmente me pude encontrar
con Ricardo y Cecilia en tiempos separados; pero las responsabilidades no me
permitían tener una reunión con los amigos: iba por trabajo. La última vez que
estuve en Cusco por placer fue en 1991. He ido muchas veces a diversos lugares
como Machu Picchu u otros espacios, pero la ciudad en sí pocas veces la he
visitado como tal. Así que el plan con Goyo y los “cusqueños” era disfrutar la
ciudad como tal; además Goyo estaba con un tratamiento que le impedía larga
caminatas o ascensos/descensos que hay varios allí. Tampoco había que olvidar
las medidas sanitarias que no eran tan respetadas en Cusco, donde vi muchas
personas sin mascarillas y mucha presencia de personas antivacunas. El control
dependía, pues, de nosotros. Ese 28 estaba todo planificado; los pasajes
inesperadamente iban subiendo cada vez que ingresaba para intentar hacer la
compra; luego nos íbamos a enterar de algunas estrategias que emplean las
líneas aéreas para volver un viaje inicialmente barato en uno caro. Viveza. Fui
al aeropuerto de Trujillo temprano para darme con la sorpresa de la cancelación
del vuelo: Trujillo dice ser un aeropuerto internacional que no tiene radar.
Interesante, habiendo un vuelo a Santiago de Chile desde aquí. Me mandaron para
la tarde. Las conexiones iban a ser ajustadas. Goyo sí salió puntual, pero mi
llegada a Cusco fue recién a las 8:00 pm cuando esperaba estar a las 1 pm. Medio
día perdido. Felizmente los tramos entre Trujillo y Cusco en esta segunda
“oportunidad” se cumplieron. Me recogió un taxi del aeropuerto y al llegar a
nuestro hotel en San Blas el acceso era de lo más loco: iba a vivir una
experiencia parecida el resto de los días de nuestra estancia en Cusco. Las
estrechas calles de San Blas son una locura para el tráfico y sólo los
lugareños lo entienden: los auto pequeños son los más oportunos, por lo que
casi no ves los mastodontes que son las 4X4, pero tampoco ves (maravilloso) ni
Ticos ni mototaxis. Recién llegado me esperaban
ya en el hotel Goyo y Ricardo (Chino) para empezar las actividades. Pensé que
el soroche iba a hacer estragos, pero no hubo incidente alguno. Nuestra primera
salida consistió en tomar una sopa (moría de hambre) y beber un mate de coca.
Tampoco era cuestión de abusar. Encontramos a una exalumna del Chino en un
restaurante en el que tomé la sopa (deliciosa) para de ahí descender a la Plaza
de Armas. Las calles estaban llenas de gente, las tiendas abiertas: había
ambiente de fiesta. Sin embargo, Chino no podía quedarse mucho tiempo, pues
tenía trabajo y, como nos enteramos luego, vivía relativamente lejos del Centro
Histórico, bastante lejos. Así fue la emoción de este encuentro en
físico luego de décadas: la última vez que, creo, estuvimos todos juntos como
viajeros fue en Trujillo en 1984. Y luego en Lima hasta que cada uno fue
tomando su camino. Casi 40 años. Era nuestro momento, nuestro reencuentro. Nos despedimos
de Chino en la plaza de armas y nos fuimos a tomar un par de tragos antes del
ir a dormir en uno de los restaurantes con mirada a la plaza. Gracias a Isaac
del hotel donde estuvimos, coordinó con un taxi para que nos recogiese. A pie
el camino es más corto, pero Goyo no podía sostener una marcha larga y con
altura, menos. Nos fuimos en taxi que tomaba cierto periplo hasta llegar a la
Plaza San Blas y de ahí hasta nuestro hotel, el Home Garden, muy simpático
hotel.
29 de diciembre. Miércoles. De
ahora en adelante, los días iban a tener una situación rara, peculiar. Ciudad
nueva, fin de año; muchas actividades. Tomamos un buen desayuno temprano y
decidimos ir hacia la plaza. En Trujillo se me había informado de comprar el
boleto de la ciudad, cosa que no hice y fue una mejor decisión a la larga:
había hecho una reserva para el Museo Histórico Regional, pero no tenía los
boletos. Dejé a Goyo en un café que iba a ser el punto de reunión permanente los
días restantes (esquina Portal de Comercio con Mantas). Fui a una oficina de la
Municipalidad, pero el paquete no era atractivo. Queríamos hacer la visita a nuestro
ritmo e interés, y caímos en cuenta de que los lugares que había planificado no
era necesario tener el boleto turístico. Descartado. Primer objetivo: la Iglesia
de La Merced. La primera vez que estuve aquí fue en 1973 y luego en 1975. En
2019 ingresé muy temprano a ver el templo; pero lo que íbamos a ver era una
fascinación. Ahora tienen un museo muy ordenado, lástima que no cuente con libros
del convento, ni con textos especializados del patrimonio que cuenta esta iglesia.
Su arquería, la pinacoteca en los muros del claustro; la platería, la bella
custodia (impresionante tal como la recordaba de la primera vez que la vi).
Goyo se quedó reposando mientras iba husmeando el lugar. Impresionante. Aquí la
página que te puede dar más datos del lugar: https://ilamdir.org/recurso/7841/museo-del-convento-de-la-merced.
La toma de fotografías en los interiores está prohibida, costumbre que ya no se
estila en otras partes del mundo. Después de esta primera visita, uno recuerda
la gran importancia que tuvo esta ciudad en la colonia.
De ahí salimos hacia
otra belleza: Santa Catalina. Estuve aquí en 1975 y recuerdo pocos detalles
como el del nacimiento armable que, según después me enteré, es uno de los tres
que hay en el Perú: el otro lo vi en la iglesia de San Francisco y el tercero
en la Iglesia de Santa Teresa en Arequipa. Goyo me acompañó una parte y se fue
a descansar. La parte del segundo piso encontré una interesante pinacoteca, así
como los cuartos de las novicias y su vajilla. Hace recordar un poco a Santa
Catalina de Arequipa, pero el de Arequipa es inmenso (una ciudad dentro de la
ciudad). Se pueden tomar fotos libremente. Este convento es de monjas dominicas.
Las pinturas son interesantes y entre estas hay tres atribuidas al maestro
Diego Quispe Tito. Con buena iluminación y lejos del mundanal ruido, uno
disfruta de esta visita impostergable. Aquí hay información del convento y algo
sobre el museo: http://www.qosqo.com/qosqoes/catalina.html.
Para ahondar más en detalles de este convento y su existencia, leer este ensayo
de la mexicana Mercedes Pérez Vidal ( https://czasopisma.marszalek.com.pl/images/pliki/sal/6/sal601.pdf).
Cusco tiene un patrimonio pictórico envidiable e imagino la existencia de un mega
museo que recoja todo el arte religioso cusqueño.
Goyo había quedado para almorzar
con su hija, y se nos iba a unir Ricardo. Así que nos dirigimos hacia la plaza
de armas a husmear sitios y hacer tiempo. Subimos por la estrecha calle Procuradores
viendo diversos restaurantes de diversas cocinas del mundo; en esta calle vimos
una de comida coreana. De pronto, Goyo fue atacado por un lindo felino,
confianzudo, avezado. Frente a este furibundo ataque, vimos un simpático lugar
como para comer el postre: Qucharitas. Nos dirigimos hacia la calle Teqsicocha.
Si doblábamos a la derecha, íbamos a subir un buen bloque de escaleras, así que
doblamos hacia la izquierda en donde encontraríamos más restaurantes especializados
para visitantes israelíes; pregunté al mozo y este me dijo que la comida era kosher
y el menú estaba en hebreo. El restaurante pertenecía a un hotel que recibe
viajeros de esa parte del mundo. Doblamos hacia la derecha que seguía siendo la
misma calle Teqsicocha hasta llegar a la calle Tigre y dar con la bonita plaza
Santa Teresa; bajamos por Plateros y nos fuimos a buscar un buen restaurante con
vistas a la plaza y ese fue el Tunupa. Almorzamos bien, regado por cervezas;
Goyo se quedó con las ganas de cuy. Chino se unió y luego nos fuimos a buscar el
postre. Acordamos encontrarnos más tarde con Cecilia, Raúl y Verónica para
planificar nuestro fin de año. Antes de ir al hotel, nos fuimos a ver la
iglesia San Cristóbal para tener una visión panorámica de la ciudad; tomamos un
taxi de la misma plaza, el cual nos llevaría a la iglesia y luego al hotel para
nuestro pequeño reposo. A las 6.30 bajamos a la plaza nuevamente para
encontrarnos con la gente, tantos años sin vernos. Luego de los abrazos nos fuimos
a cenar al restaurante La Bodega 138 (simpático lugar) y de ahí a casa de los
Chiappe Eguiluz. Al día siguiente nos íbamos a conocer la Ruta del Barroco
Cusqueño.