En la interesante novela Las
orillas del aire de Karina Pacheco, el padre de la protagonista rememora las
narraciones crueles de un tirano gamonal, padre suyo y abuelo de la protagonista, que daba de latigazos sin
piedad a niños que trabajaban de pongos en su hacienda para demostrar su poder
y enseñar a los demás un tipo de respeto muy usual y al cual muchos acuden. Esa
visión hizo que el padre de la narradora tome una decisión contraria ante tal
injusticia. La visión de opresión y sumisión establecía una turbia reciprocidad
tolerada y justificada de manera abierta por varios actores sociales en la que
los roles eran definidos e, incluso, aceptados por las partes involucradas. Un
statu quo inamovible. A lo largo de la historia de la humanidad, en general, y
la nuestra, en particular, vemos ejemplos diversos en nuestras acciones,
percepciones y juicios de valor que hacemos del otro, como una forma de ubicar
a las personas en diversos círculos y en diversos momentos.
Durante las recientes semanas,
hemos visto dos comportamientos de cabezas de nuestro Estado, explicados,
quizás, por una situación histórica que nos permite entender, pero no
justificar. Es más, urge cambiarlos: la prepotencia mostrada a través de actos
y gestos encarnados en la Presidente del Congreso y el comportamiento errático
del Presidente de la República con decisiones muy cuestionables sobre ciertos
procesos vitales de nuestra sociedad. En lo económico, todo apunta que no habrá
repercusión alguna notable (ya está visto); sin embargo, por satisfacer
obligaciones serviles partidarias con la mediocridad, la selección ministerial
en Salud, Transporte o Cultura no hace sino mostrar una debilidad y sumisión a
intereses partidarios u otros que se mueven en la sombra. Mientras una decide
que las cosas se manejan como en su chacra, el otro se acomoda servilmente manipulando
la palabra “pueblo” de manera gaseosa y vacua. Esos comportamientos reflejan
nuestra sociedad: impunidad y mediocridad. Estos también permiten entender el
mensaje abyecto de Beto Ortiz, vejando a una mujer por defenestrar a una
autoridad. Uso de las personas como objetos, como peones, como pongos. La sociedad
peruana, 200 años después.
Leyendo un número sobre las
epidemias en una revista de historia, se describía el desastre que fue la peste
negra, la cual significó el fin del sistema feudal; pero esta permitió que las
personas sean más conscientes de su fuerza laboral y, con el tiempo, del valor
de su individualidad asentando las bases del Renacimiento hasta llegar a la
Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano.
Se pensaba que para las celebraciones del Bicentenario tendríamos a las
personas idóneas de este momento crucial para una sociedad afectada por una
pandemia. Pero no es así. Las evidencias nos dan un derrotero a los cuales
debemos de apuntar a cambiar; doscientos años después debemos exigirnos algo
mucho mejor para nosotros mismos.