El miércoles 13 fue el Día de la Reducción de los Desastres Naturales. Ese mismo día a las 4 am aproximadamente un sismo remeció varias ciudades costeras, incluida la nuestra. Irónico. Sin embargo, es una latente realidad.
Nuestra ciudad está expuesta a
una serie de desastres naturales, súbitos o paulatinos, que ponen en riesgo la
vida y la propiedad de sus habitantes. Terremotos y fenómenos de El Niño han
dado cuenta de vidas y patrimonios de muchos ciudadanos a lo largo de la
historia de este valle en el que se halla ubicado Trujillo. Ahora se van a
agregando nuevas amenazas como la erosión costera y la humedad, fuera de un
estrés hídrico que ya afecta otras ciudades costeras como Lima; y tenemos no
sólo un virus mortal, sino varios (dengue, por ejemplo) que circulan entre los
ciudadanos. Algunos de estos monstruos son inevitables: un terremoto puede
acaecer en cualquier momento y aún no se logra su predictibilidad: pero muchas
consecuencias de estos son provocadas por una serie de condiciones propiciadas
por nosotros; desde construir en zonas riesgosas hasta las formas de
construcción empleadas que ponen en riesgo a sus habitantes. La adopción de la
quincha y el adobe, ya usado en tiempos prehispánicos, fueron una respuesta a
los terremotos vividos en nuestras ciudades durante la colonia. Los Niños también
nos muestran los errores humanos al edificar en lechos de ríos secos o al
deforestar las quebradas cuyos nombres nos causan temor tras una lluvia fuerte.
Errores que vamos pagando caro como lo que vivimos en 2017. Aunque felizmente
no hubo fallecidos, los daños fueron cuantiosos y nos muestran que no hemos
aprendido nada. Las aguas discurrieron por los mismos lugares que atravesaron
la ciudad en el Niño de 1997-98, aguas que provinieron del embalse de Mampuesto,
ahora usado como cementerio. Esto también es narrado por Don Miguel de Feijóo en
relación con el Niño de 1728, cuyas aguas casi se llevan las murallas que
rodeaban al Trujillo de ese entonces. Como si nada hubiera cambiado. El
terremoto del 70 golpeó duramente a la ciudad y su reconstrucción fue lenta.
Muchas iglesias y casas estuvieron en estado ruinoso por décadas; algunas
iglesias fueron restauradas por la visita papal de 1985. Tenemos un silencio
sísmico por décadas, mientras la ciudad yergue edificios que esperemos estén en
la capacidad de poder resistir un movimiento de envergadura; sino tendremos
muchos muertos qué lamentar.
Hay dos cambios intencionales
que están causando daños, quizás, irreversibles en la ciudad: la erosión
costera y la humedad. La primera está muy ligada al molón de Salaverry. La
segunda se ha acentuado con la presencia de Chavimochic, generando una suerte de
tropicalización que genera cada vez más lluvias. Los intereses económicos son
muy fuertes en ambos casos: algunas propuestas han tratado de atenuar los
cambios generados con poca suerte. ¿Cómo estamos ante el crecimiento de estos
monstruos?
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