El 18 de mayo de cada año se
celebra el Día del Museo, día dedicado especialmente para la recordación a la
comunidad de la importancia que esta institución viva tiene para la cultura, la
educación, la identidad y, a través de su preservación y crecimiento, el
compromiso que todos las demás instancias de la organización social de una
comunidad tienen con este. El museo acumula parte del patrimonio de una
sociedad y fomenta la educación para el desarrollo del conocimiento,
sensibilidad e identidad del grupo social que lo acoge. Hay museos emblemáticos
en diversas ciudades y países que son el orgullo de sus habitantes y emergen de
vez en cuando en conversaciones entre conocidos o para difundirlo a extraños
como una de las bondades de su ciudad, región o país. El Norte peruano cuenta con varios museos,
sobre todo arqueológicos, que no solo tienen renombre nacional, sino
internacional. Tumbas Reales de Sipán no es únicamente una atracción académica,
sino turística que moviliza a miles de personas, connacionales o extranjeros, a
desplazarse a tierras lambayecanas. Ha sido un motor económico de la Región y
ha visto el surgir de otros museos que han ampliado la oferta turística de una
ciudad que aún sus habitantes no han entendido en toda su magnitud. Los museos
se vuelven polo de atracción que aplaca la curiosidad, el sentido histórico o
el placer estético de las personas que recorren sus galerías. Y en el mundo de
la museografía moderna, el museo se tornado en un espacio lúdico y divertido
que atrae a muchos niños y jóvenes a sus ambientes para tener un encuentro amable
con el arte o la historia. He tenido la oportunidad de ver varios museos en
Israel, Francia o México que son visita obligada de toda la familia, para todos
los gustos. En nuestro país, el Museo de Túcume ha sido planteado bajo esa
perspectiva.
Sin embargo, nuestra sociedad
entra en graves contradicciones sobre el trato que le da a su patrimonio. El
mundo oficial recientemente ha “liberado” varias zonas arqueológicas de la
sierra liberteña que han quedado a merced de la minería. Ministerios, gobiernos
regionales o municipales, a través de diversos medios propagandísticos, venden
nuestro patrimonio arqueológico a los potenciales turistas y a la vez se
desentienden de este. Esta actitud nos convierte en una sociedad
esquizofrénica, con individuos que manejan un lenguaje ambiguo y una doble
moral. Obedecen a criterios inmediatistas, angurrientos y egoístas, más que
velar por una sociedad sana, coherente, conocedora y respetuosa de sus bienes
colectivos. Además, han logrado convertir el patrimonio como fuente de lucro,
así se entiende por qué gran parte de este está en manos ajenas o museos del
exterior. El tráfico de obras de arte o piezas arqueológicas es tan poderoso
como el narcotráfico. Algunas de las tantas razones por las cuales, la cultura
y la educación seguirán siendo la última rueda del coche.
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