Domingo 27 de julio. El trío viajero
durmió como se debe. Nos levantamos a tomar un buen desayuno y ya el sol
reventaba por todas partes. Queríamos salir temprano para evitar un pesado
tráfico, ya que nos íbamos hacia el norte soleado. Hora de pagar nuestro hotel.
Por una mala lectura de nuestra parte, no nos percatamos de la cantidad total,
lo que generó una demora y una molestia. Un mal momento producto de nuestra
terquedad. Sin embargo, hacer transacciones por internet puede ser un poco
engañoso. De todas maneras, procedimos a enmendar nuestro error y evitar que el
empleado vaya a pagar una deuda que no le correspondía. Con las mismas salimos
de Talara para dirigirnos nuevamente a Máncora como destino final de ascenso,
En la ruta a Máncora se podía percibir el
gran número de torres de extracción de gas y el abundante tráfico que se
dirigía hacia ese destino. No hay que olvidar que estábamos en fiestas patrias,
detalle que nos iba a pesar a nuestra llegada a ese balneario. La
carretera-calle estaba totalmente abarrotada, cientos de vehículos pasaban
lentamente con el fin de hallar un espacio para parquear. Un destello divino
nos dio un regalito. Dejamos el auto y fuimos a caminar un poco. El lugar más
parecía un calle comercial de una ciudad con la diferencia que la vestimenta
era la ropa de baño. Flujos de peatones iban y venían. Tomamos un café antes de
iniciar el retorno hacia alguna playa menos bulliciosa. Entramos a Los Órganos
y vimos con mucha pena que, al igual que Puerto Eten en Lambayeque, han hecho
un malecón de poco uso y en permanente deterioro por la erosión marina y
eólica. Muchas partes ya están cubiertas de arena. Así que decidimos dejar el
lugar e irnos al pueblo El Alto para de ahí descender a un lugar de leyenda:
Cabo Blanco.
El descenso hacia Cabo Blanco es
alucinante. En el pueblo El Alto pedimos señas de cómo llegar, no es
complicado. Hay zonas bastante empinadas y puedes ver un paisaje alucinante,
una lástima que se esté “poblando” el lugar con torres de extracción de gas. La
carretera es muy buena, bien tenida; sin embargo, hay que ser muy cuidadosos
con el descenso. No habrá más de uno que quiera meter “fierro a fondo” con el
riesgo de que termine hecho chatarra en el fondo de uno de los abismos. Cabo
Blanco no tiene grandes hoteles, ni lujosos restaurantes; pero sí tiene
tranquilidad, silencio. Espacio no tocado por el tráfago de gente que quiere
venir a emborracharse y traer todas sus malas costumbres a esta suerte de
santuario. Hay un equilibrio entre los que viven en este balneario-caleta y su
espacio. Pescadores y bañistas conviven en relativa paz. No había (no sé si
será eso en verano) estridencias de equipos de sonidos de autos o de hoteles
que ofrecen servicios de comida a los transeúntes. La moda peruana de llamar la
atención a su posible cliente es reventarnos el tímpano.
Con las chicas quedamos en almorzar aquí.
Extrajimos nuestra humilde cesta para hacer unos frugales emparedados de salame
húngaro, quesos franceses, pan integral, algunas cervezas ligeras, jugos y
mucha fruta como mango, uva, coco. Muy sencillo. Sentados a la sombra de una
sombrilla fija, procedimos a nuestro ritual mientras veíamos las olas, los
bañistas, las lanchas con sus pescadores. Pese a ser área de pesca, las arenas
están bastante limpias. Cabo Blanco es un lugar que tuvo su fama internacional.
Gente como Hemingway, Marilyn Monroe, James Stewart, Cantinflas, entre otros,
estuvieron en este ex balneario exclusivo. Ver más datos en esta página: http://www.puntafarallon.com/caboblanco/index.html.
Dejamos Cabo Blanco en dirección a Sullana
otra vez. Ya regresábamos con nuestras maletas para quedarnos en Piura que iba
a ser nuestro lugar de operaciones. Llegamos a nuestro destino alrededor de las
6 pm. Instalados en nuestro hotel nos fuimos a cenar y celebrar nuestra mitad
de viaje. Al día siguiente nos íbamos a internar hacia Chulucanas.
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