En mi vida me he topado dos veces con las inmensas pirámides egipcias, mejor dicho con varias de ellas. Digo esto, ya que en mis dos estancias en esta enigmática tierra he logrado visitar Saqqara, donde vi las típicas mastabas y luego las famosas pirámides de Gizah.
Es cierto eso de ir a un lugar dos veces o más veces (ojalá el tiempo y el dinero sobraren para poder hacer realidad esta afirmación), puesto que en el segundo viaje pude ver con más detenimiento y placer la visita a estos majestuosos monumentos.
La primera visita fue en abril de 1988. Estaba trabajando en Israel y aproveché unas cortas vacaciones para poder ir a este fascinante país. El viaje desde Israel es barato y tenías a tu disposición buenos hoteles, el tren que te lleva a Luxor y otras gollerías más. En la primera visita iba conmigo Irene, una amiga de Costa Rica, y una pareja conformado por una chica israelí y un norteamericano. Nuestro tour nos llevó a este impresionante lugar, pero hubo algunas situaciones que me desencantaron. Una de ellas fue el entorno a este bello complejo monumental, el cual es rodeado paulatinamente por la ciudad, por El Cairo. La ciudad es un monstruo que iba envolviendo con sus construcciones, algunas vetustas, otras modernas. Lo primero que se me vino a la mente fue la frase "Todo le teme al tiempo, pero el tiempo le teme a las pirámides". A lo lejos, desde algunas avenidas del sector occidental de la ciudad vas viendo las siluetas de las mismas. Al llegar a ellas, bajé a toda velocidad, puesto que el monumento iba a cerrar. Nos habíamos atrasado por culpa de algunos turistas que se dedicaban más a comprar cosas que a disfrutar de lo que tenían delante de sus ojos. Además, había tanta gente que eso nos impidió entrar a la de Keops. Sólo podíamos disfrutar el entorno. Ni modo. Para la alegría de los compradores compulsivos, fuimos a unas perfumerías que quedaban cerca del complejo; entramos a una de ellas (la que tenía arreglo con el guía del tour) y pronto nos saturamos con la cantidad de olores que salían de todas partes. Para no decepcionar compré un frasquito de esencia de loto que traje a mi madre; duró casi 10 años. Así terminó mi primera visita: tiempo robado, apiñamiento de turistas y un fuerte dolor de cabeza por el exceso de perfumes.
Es cierto eso de ir a un lugar dos veces o más veces (ojalá el tiempo y el dinero sobraren para poder hacer realidad esta afirmación), puesto que en el segundo viaje pude ver con más detenimiento y placer la visita a estos majestuosos monumentos.
La primera visita fue en abril de 1988. Estaba trabajando en Israel y aproveché unas cortas vacaciones para poder ir a este fascinante país. El viaje desde Israel es barato y tenías a tu disposición buenos hoteles, el tren que te lleva a Luxor y otras gollerías más. En la primera visita iba conmigo Irene, una amiga de Costa Rica, y una pareja conformado por una chica israelí y un norteamericano. Nuestro tour nos llevó a este impresionante lugar, pero hubo algunas situaciones que me desencantaron. Una de ellas fue el entorno a este bello complejo monumental, el cual es rodeado paulatinamente por la ciudad, por El Cairo. La ciudad es un monstruo que iba envolviendo con sus construcciones, algunas vetustas, otras modernas. Lo primero que se me vino a la mente fue la frase "Todo le teme al tiempo, pero el tiempo le teme a las pirámides". A lo lejos, desde algunas avenidas del sector occidental de la ciudad vas viendo las siluetas de las mismas. Al llegar a ellas, bajé a toda velocidad, puesto que el monumento iba a cerrar. Nos habíamos atrasado por culpa de algunos turistas que se dedicaban más a comprar cosas que a disfrutar de lo que tenían delante de sus ojos. Además, había tanta gente que eso nos impidió entrar a la de Keops. Sólo podíamos disfrutar el entorno. Ni modo. Para la alegría de los compradores compulsivos, fuimos a unas perfumerías que quedaban cerca del complejo; entramos a una de ellas (la que tenía arreglo con el guía del tour) y pronto nos saturamos con la cantidad de olores que salían de todas partes. Para no decepcionar compré un frasquito de esencia de loto que traje a mi madre; duró casi 10 años. Así terminó mi primera visita: tiempo robado, apiñamiento de turistas y un fuerte dolor de cabeza por el exceso de perfumes.
En 1990, en febrero, otra oportunidad más de trabajo en Israel me hizo volver a Egipto. Como es invierno, el flujo baja; peor aún, un día antes de nuestra llegada, un bus de turistas había sido atacado en la frontera Israel - Egipto. 14 muertos. Los turistas huían en bandadas. Nosotros decidimos seguir. Éramos todos sudamericanos: dos argentinos, una chilena, dos mexicanos, una costarricense y dos peruanos. Nuestro grupo era muy divertido y éramos bastante ruidosos. Ese grupo fue a Gizah; antes habíamos estado en Tell- Amarna y el día anterior habíamos estado en el Museo Egipcio; estábamos cargados de historia.
La llegada fue tranquila y no había mucha gente por lo que comentaba anteriormente. Pudimos ver con más tranquilidad el sitio y ver nuevamente a mi amiga, la esfinge. Estaba aún en restauración y nunca entré a verla. Pero Keops sí estaba abierta y el guía nos invitó. Algunos que sufrían problemas de presión o claustrofobia se abstuvieron. Ya organizados, entramos luego de un grupo de señoras japonesas. Hacía frío afuera y hubo conato de lluvia; por eso, teníamos casacas gruesas (los famosos dubonim, gruesas casacas del ejército israelí). Al ingresar a través de una portada que estaba a una altura de una construcción de piso y medio, comenzamos una suerte de ascenso; esta subida por una suerte de túnel con barandas desanimó a varias señoras y emprendieron retirada. De pronto, observamos algunos agujeros profundos ahora iluminados. Eran las trampas para los saqueadores de tumbas. No había uno solo, cada cierto espacio surgía uno nuevo, así como galerías cual laberinto con el fin de despistar y extraviar al huésped no deseado. Algunas de las galerías se estrechaban, pero otras tenían un techo bastante alto. El calor se iba acentuando, pero no se enrarecía el aire, puesto que hay una serie de miniconductos para la circulación del mismo. De repente, llegamos a la habitación real, a la cámara inicial y luego una más pequeña en el que se encotraba el supuesto ataúd; según nos explicó el guía que, pese a todo el mecanismo de seguridad que habíamos visto, esta tumba sí fue saqueada y los restos jamás fueron ubicados. La habitación inicial es en granito pulido, pero se ve el paso del tiempo. La habitación más pequeña es como la anterior y teóricamente es donde depositaban la momia y sus restos como sus valiosos tesoros. Vi cómo pudo haber sido cuando estuvimos en el Valle de los Reyes, más precisamente, en la tumba de Tut Ank Amon.
4 comentarios:
Hola... Imagino cuanto puede impactar una visita a las piramides de Egipto, todavia confeso que por cuenta del historico de atentados a turistas y en especial aquel terrible ataque de 1997 creo que este será un sitio que solo conoceré de fotos y relatos como el tuyo. Gracías por compartir sus memorias. Saludos desde Euskadi.
Sé que algún día llegare a la tierra de mi natal prosapia.
Así hermosas como las vio, más hermosas aún eran. En el tiempo que duró el imperio, las pirámides estaban revestidas de caliza las cuáles al medio día (ya sea gracias al la punta que estaba hecha de oro puro o ya sea gracias al cenit del rojo sol incandescente) daban la impresión de estar hechas de oro puro por el mismo reflejo que emitían por parte del sol. Pareciera que las pirámides fueran otro astro más al cual el sol daba su luz para que brillen sobre la vasta necrópolis, tierra del oeste. Pero por desgracia, mucho después de la llegada de Cristo, el pueblo empezó a saquear aquellas calizas para decorar sus casas. Que encono me remueve las tripas. Así se destruyó parte del legado en plena inconsciencia y así se hace hasta ahora en Perú con las humildes huacas.
Quiero acotar que así como ha coqueteado con la idea -casi proverbio popular- que alude que el tiempo teme a las pirámides, así también deba pensar que muy pronto los colosos ya no nos acompañarán. Pues pueden haber resistido los fenómenos naturales, pero los acústicos y demás contaminantes superficiales que acompañan el recinto monumental han generado pequeños resquebrajamientos sumada la humedad que se intensifica cada vez más a la entrada de cada turista.
Por ello los cuidados han aumentaron, y se limita el número de entrada de turistas. Y ahora ya no sabría qué hacer después de haber soñado desde niño tanto con las pirámides: entrar y maravillarme o no entrar y contribuir a sus sostenibilidad.
Saludos "profe". De su alumno Juan Antonio Alvarez. ¿Se acordará?
Claro, Juan, me gusta la preocupacion que tienes por la historia y las grandes obras que los humanos hemos dejado en ella; ahora estoy en Francia hasta mediqdos de febrero; pero volveré para seguir con la torura de las oraciones compuestas; espero que no las hayas olvidado. En esta ocasion te escribe el profe bajo otro correo, el de una amiga francesa
wow... me imagino que estar frente a las pirámides debe ser una sensación parecida a la que se tiene cuando se está frente a machu picchu... del mismo modo estar en la realidad de egipto debe producir una sensación similar a la que nos produce sentir la realidad peruana
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