2020. La ex Intendencia de
Trujillo festeja su independencia como una declarada rebeldía contra la corona
española. Todo esto en un agitado 1820, cuando casi todas las otrora posesiones
ibéricas en esta parte del mundo habían cortado el cordón umbilical con la
metrópoli. Muchas ciudades y naciones, desde 2010, han venido celebrado sus
respectivos bicentenarios preparando actividades a la altura de una
conmemoración de este nivel. ¿Qué estamos haciendo como ciudad para nuestras actividades
conmemorativas?
Gobiernos y ciudades trazaron
planes para embellecer sus espacios geográficos, mejorar las condiciones
sociales y trabajar con diversos actores sociales (culturales, académicos,
empresariales, educativos, religiosos) una serie de grandes y pequeñas
propuestas con el fin de recibir tan importante acontecimiento que marcó la
historia de nuestros países. Recuerdo que, para los sesquicentenarios de
nuestra independencia en 1971 y la batalla de Ayacucho en 1974, el gobierno de
turno embelleció Lima, Ayacucho y otras ciudades; hizo una intensa campaña de
información en diversos medios para sensibilizar y educar a la población.
Trujillo es una ciudad de
rápido y caótico crecimiento, desbordada en muchas de sus funciones básicas. Ha
carecido de una planificación, pues ha ido parchando los problemas generados en
las últimas décadas, incluso autorizando y legalizando situaciones
insostenibles como el haber otorgado licencias de construcción en zonas de alto
riesgo y haber invertido dinero público en instalar servicios de agua y luz en
dichas zonas. Este desorden tiene un alto costo económico y social que pasa una
pesada factura a todos los ciudadanos por no haber actuado con autoridad y
decisión a quienes les compete. Trujillo es una ciudad que debe de aprender a
vivir con el agua: estrategias para evitar su erosión costera y construcciones
para preparar a la ciudad con su nueva realidad climática. El litoral es cada vez
más estrecho y nuestra falta de planificación acentúa este fenómeno. Las
lluvias estivales, con o sin Fenómeno del Niño, son una realidad trastocando
nuestro diario quehacer.
¿Cuál sería el mejor regalo de
la ciudad? Una solución holística a esa realidad. Un sistema de drenaje que
implicaría rehacer las lamentables calles que tenemos y revisar el colapsado
sistema de desagüe. Arborizar la ciudad, crear grandes parques como una forma
de reciclaje natural de agua, así como una verdadera planta de tratamientos de
aguas servidas para dejar de contaminar nuestro océano, obviamente vinculado a
una verdadera planta de reciclaje de residuos.
Alguien me dijo que eso era
imposible para Trujillo. Otras ciudades peruanas lo han hecho de manera
silenciosa. Ni qué decir de otras ciudades sudamericanas: ejemplos como Cuenca,
Guayaquil y Arequipa deberían de ser nuestro derrotero y superarlo. Pero, es innegablemente
decisión política que tomar. Este sería el mejor obsequio por nuestro
Bicentenario.