Durante los tiempos de las
cruzadas europeas y la reconquista hispánica contra la ocupación islámica,
surgió un mito en el noreste de la península ibérica: el de Santiago apóstol.
Este personaje, quien nunca estuvo en esa zona, fue transformado en una marca
de cristiandad por el arzobispo de Santiago de Compostela, Diego Galmírez. Fue
el promotor de la idea que iba a convertir a su pequeña ciudad en un centro de
peregrinación que le trajo grandes réditos políticos y económicos. Se crearon
rutas de acceso, llamados “caminos”, en torno a los cuales surgió todo un
activo comercio y un fuerte intercambio de ideas y migraciones. De un dato
falso, se creó una marca de identidad del mundo occidental la cual se fue
adecuando a las necesidades de un mundo bélico, como lo era entonces. Tal fue
el cambio que la misma esencia de este apóstol, Santiago de Zedebeo (apodado el
Mayor), se convirtió de un hombre que predicaba el amor a ser un adalid de la
guerra: Santiago Matamoros. Luego, llegó a América, donde pasó a llamarse
Santiago Mataindios. Su espíritu ecuménico fue totalmente tergiversado para justificar
otros propósitos. Interesante transformación. La verdad siempre estuvo en
retirada.
Durante la Revolución Cultural
china, los famosos Guardias rojos comenzaron a gestar este periodo duro tomando
como fundamento el famoso Libro Rojo de Mao Zedong. Pese a que no era un
ejército constituido, este movimiento fue creciendo entre los jóvenes
estudiantes, quienes se dejaron arrastrar por la efervescencia doctrinaria y la
pasión juvenil hasta llegar a los atroces excesos que provocaron que el mismo
Mao deportase a muchos de ellos. El dogmatismo y el culto a la personalidad de
este movimiento hicieron tambalear la sociedad china. Cualquier persona que no
pensase al igual que ellos se convertía en un disidente y un claro enemigo de
sus causas. Bajo esta perspectiva, la desaparición del oponente era posible e,
incluso, hasta recomendable. La verdad, nuevamente, estuvo fuera de esos confines.
Los intentos absurdos de
cambiar la verdad se evidenciaron escandalosamente en el caso Richard Nixon,
quien no solo negaba las masacres de Vietnam, Laos o Camboya; sino que hizo una
campaña sucia contra el partido rival con robo de documentos y encubrimiento de
los autores: el famoso caso Watergate. La mentira y la negación eran armas
poderosas.
El caso Odebrecht ha abierto
una grieta que ha arrastrado a casi toda la clase política, económica y social de
la sociedad peruana. Tras ella, más escándalos comenzaron a salir a flote, pese
a las negaciones de todos los comprometidos: financiamientos de campañas;
coimas a autoridades; compra de políticos, jueces y empresarios de todos los
niveles son parte de la verdad de la corrupción. Aunque la verdad se va
abriendo paso, hay muchos intereses que abogan por obstaculizar el acceso a los
hechos o los tergiversan groseramente a su favor. Hora ya de sacar la basura de
casa.