Sábado 05 de enero. Prueba de fuego. Iba a conocer a la
familia de mi esposa. Para esto se coordinó ir a almorzar al otro lado del río,
a Montijo. Y esta experiencia me iba a permitir conocer sus dos grandes
puentes: el inmenso en homenaje al descubridor Vasco da Gama a la ida y el 25
de abril, de retorno. Previamente, Maria había sido invitada a una exposición
en homenaje a Eça de Queiroz en
uno de los más bellos museos que he visitado hasta la fecha: La Fundação
Calouste Gulbenkian. Iba a ser un buen sábado, poco frío y bastante soleado.
Iba conociendo otra Lisboa, la de la gente, la de sus artistas e intelectuales,
e iba a practicar mi rudimentario portugués.
Nuestro
desayuno matutino siempre estuvo acompañado de quesos y buen pan. No engordé
como una gran esfera a causa del frío y las buenas caminatas que tomamos, pero
debo de decir que esos panes eran el quinto círculo del cielo del Dante. Salimos
en el auto de Maria en dirección al Museo Gulbenkian, el cual visitaríamos al
día siguiente con más calma pues teníamos el compromiso familiar. En el museo había una
exposición basada en la obra Los Maias (Os Maias) de Eça
de Queiroz y una buena reconstrucción de la época. Con Maria veíamos la puesta
en escena de los tiempos de Eça, sus amigos, el Portugal de su época y el
contexto mundial, la belle epoque, la Europa que se preparaba para las grandes
exposiciones y el advenimiento de lo que vendría a ser la Primera Guerra
Mundial. Había un montaje muy gracioso para “disfrazarte” a la moda de la
época, con mostacho, sombrero de copa, monóculo. Profusa información de la
novela y de la obra de Queiroz. Una vez concluida la visita y de habernos
despedido de las amigas de Maria, nos enrumbamos a Montijo. Llevaba café,
chocolate y pisco peruanos para brindar. Cruzar el Vasco da Gama es toda una
experiencia. Es el segundo puente más largo de toda Europa (era el primero, hasta la construcción de uno en Rusia que une este país con Crimea). Así
cruzamos el río Tejo en sus más de doce kilómetros. Más información sobre este
gran puente que es parte del paisaje lisboeta (http://www.puentemania.com/148). Hay
que resaltar que aquí el estuario del río es más ancho y, durante la
construcción, tuvieron en cuenta cualquier observación sobre el medioambiente,
pues está cerca a un parque natural, refugio de aves migratorias. Al llegar a
Montijo, fuimos a buscar dónde dejar el auto. En Portugal, como en toda Europa,
estacionar un auto es una cosa de locos. No solo no hay espacio, sino que hay
que pagar por el estacionamiento, sea en un parqueadero o en la calle; se hace
con el fin de desalentar a la gente el uso de auto y utilizar el servicio
público. Imagino esto en Trujillo. Fuera de las fuertes multas que se anotarían
todos los malos conductores que abundan en nuestro país, el servicio público
tendría que ser de calidad y manejado por el Municipio (como lo hace cualquier
país civilizado) y no por la empresa privada que es un conjunto de cavernícolas
que hacen lo que les da la gana. Pese a estas restricciones, el problema del
parqueo es latente y puedes tomar una buena cantidad de tiempo en la búsqueda
de un sitio libre. Hallamos uno cerca del antiguo mercado del lugar. De ahí nos
dirigimos al restaurante elegido especializado en carnes y mariscos; el
encuentro fue muy simpático, los hermanos de Maria, sus cuñados y cuñadas, y
sobrinos; estuvimos conversando tratando de mascullar mi portugués. Todo estuvo
rociado de vinos portugueses y para bajativo tomamos copas de pisco. El dulce
de guayaba también fue compartido a modo de postre: el almuerzo fue una
verdadera orgía de sabores. Había pasado la prueba. Luego nos fuimos a caminar
al malecón para ver los espacios que han sido recuperados, mejorados y reconstruidos. El
paseo fue tranquilo, bajo un sol radiante, vimos un molino de agua
recientemente abierto para el público: el viejo Montijo. Concluida la visita,
nos despedimos para regresar a Benfica, pero ahora por el Puente 25 de Abril.
Antes se llamaba Puente Salazar, el presidente que lo mandó a edificar en los
años 60 y en el cual un buen amigo de Maria había participado y trabajaba en su
mantenimiento. Este puente también permite el paso de un tren en su base
inferior. Este es considerado uno de los más bellos de Europa( https://www.lavozdegalicia.es/noticia/carballo/2017/09/28/span-langgl-mirador-cielo-lisboaspan/0003_201709C28P52991.htm).
En el trayecto vimos el inmenso Cristo que “mira” hacia Lisboa desde esta
margen del río, uno de los principales miradores de la ciudad (tiene varios). Lisboa
no es una ciudad plana; está, como Roma, sobre siete colinas. Otro de los
grandes monumentos que se ve a la distancia y por el cual pasamos cuando íbamos
a casa fue el Acueducto de las Aguas Libres (Aqueduto das Águas Livres). Este se
empezó en el siglo XVIII y culminado en el XIX. Este acueducto fue encomendado
por el rey João IV, quien gustaba de hacer grandes obras de ingeniería y porque
Lisboa necesitaba agua siendo una ciudad en crecimiento. Ahora es un gran
monumento a visitar (https://sobrelisboa.com/2010/08/06/el-sorprendente-acueducto-de-las-aguas-libres/).
Felizmente no se les ha ocurrido demolerlo como lo hacen en otras partes
del mundo. Aquí lo hemos hecho con regular frecuencia. Llegamos a casa a cenar,
pero antes fuimos a comprar algunas cosas, como unos pijamas para mí, pues sí
se sentía frío por la noche, pese a la calefacción.
El
domingo 06 de enero, Bajada de Reyes. Esta vez nos fuimos a peinar el
Gulbenkian, grande y hermoso como construcción. Visitamos todas las galerías
posibles, desde arte egipcio antiguo hasta arte moderno. La colección de Medio
y Lejano Oriente es muy buena y me hizo recordar la colección del Museo
Guimet de París, otra joya. La de platería del siglo XVIII y XIX es
otro regalo a los ojos. Llegamos temprano y compramos un boleto completo que
nos permitía visitar una extraordinaria exposición itinerante de diversas
estatuas. Bastante agotados y, tras haber visto el arte moderno con algunas piezas
demasiado conceptuales, nos fuimos a almorzar en el restaurante del mismo Museo.
Genial. Aquí dejo algunas páginas virtuales para su visita (https://www.facebook.com/pg/fundacaocaloustegulbenkian/photos/?ref=page_internal)
( https://gulbenkian.pt/).
Ya repuestos con energía y el estómago llenos, nos dirigimos al Carmo, las ruinas de un
convento que cayó en el terrible terremoto de 1755. Fuimos en metro desde la
estación cercana a Gulbenkian y bajamos en Plaza de los Restauradores (Praça
Restauradores), cerca del Elevador da Gloria, un interesante tranvía o
funicular que te desplaza en un segmento fijo ida y vuelta hasta el jardín de São
Pedro de Alcântara, desde el cual tuvimos una vista extraordinaria. Aquí más
datos (https://fotografiandoviajes.com/elevadores-funiculares-ascensores-lisboa/).
En el lugar había una simpática feria dominical que te ofrecían ropa, diversos
recuerdos y comida. Maria me enseñó un puesto en el que vendían Ginja, un trago
a base de cereza. Le dicen Ginginha. Y los tenderos te servían por 2 euros una
ginginha en una taza hecha de chocolate blanco o negro; luego de tomarte la
bebida…te comías la taza, así de simple. Repetí el plato. Una buena costumbre
que debe de exportarse a Perú para compartir (https://www.verema.com/blog/licores-destilados/1351806-ginja-licor-lisboa).
De ahí nos fuimos caminando hacia la iglesia de São Roque, de origen jesuita, a
la cual entramos. Aunque la portada no es tan esplendorosa, el interior te
deslumbra por los inmensos altares barrocos de estilo portugués, llenos de pan
de oro. Luego de la visita a esta iglesia, nos dirigimos a su museo, que muestra
la historia de la iglesia y de la congregación jesuita en esta zona. Tiene
relicarios y un bello Cristo, hecho en marfil de origen filipino (http://www.sietelisboas.com/museu-de-sao-roque/).
De ahí nos dirigimos al Carmo, pero llegamos ya casi a la hora de cerrar. La
visita iba a ser muy apretada y no la hubiéramos disfrutado. Postergamos esta
para el día siguiente, lunes 07.
Decidimos caminar hacia el Café A Brasileira,
en cuya cercanía está la estatua de Fernando Pessoa, sentado al lado de una
mesa y en la que hay otra silla que suele ser usada por los turistas para
llevarse un recuerdo. Y eso fue lo hice. Habíamos atravesado la plaza en honor a Luis de Camoes. Tras las fotos de rigor, nos fuimos al
Café para tomar una bebida y poder disfrutar los deliciosos pasteles que hay en
este. Las mesas se comparten con otras personas y eso es lo que hicimos con una
familia venezolana que reside en USA. Estuvimos conversando un buen rato. Al
final, nos despedimos y fuimos a unas tiendas en Chiado, un barrio antiguo y
tradicional. Era una zona un poco deprimida y en 1988 hubo un incendio que
arrasó con el lugar, destruyendo 18 edificios y causando dos víctimas. Fue
reconstruida bajo la dirección de un famoso arquitecto portugués, Álvaro Siza. Ahora
la zona es comercial, llena de tiendas de todo tipo. Ingresamos a una para
comprar un saco, pues había remate. Uno para el frío no me cayó mal. Pasamos
por el elevador Santa Justa, pero había mucha gente, por lo que solo me quedó contemplarlo
desde afuera. Portugal y, sobre todo, Lisboa tienen un intenso trajín
turístico, principalmente de asiáticos; no es raro toparse con coreanos y
chinos, que estaban por todas partes. Nos dirigimos a la estación del metro Baixa-Chiado
para regresar a casa. Lunes iba a ser otro agitado día en Lisboa.