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Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal
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domingo, 17 de marzo de 2019

LA LISBOA DE PESSOA Y DE SUS TRANVÍAS.




Sábado 05 de enero. Prueba de fuego. Iba a conocer a la familia de mi esposa. Para esto se coordinó ir a almorzar al otro lado del río, a Montijo. Y esta experiencia me iba a permitir conocer sus dos grandes puentes: el inmenso en homenaje al descubridor Vasco da Gama a la ida y el 25 de abril, de retorno. Previamente, Maria había sido invitada a una exposición en homenaje a Eça de Queiroz en uno de los más bellos museos que he visitado hasta la fecha: La Fundação Calouste Gulbenkian. Iba a ser un buen sábado, poco frío y bastante soleado. Iba conociendo otra Lisboa, la de la gente, la de sus artistas e intelectuales, e iba a practicar mi rudimentario portugués.
Nuestro desayuno matutino siempre estuvo acompañado de quesos y buen pan. No engordé como una gran esfera a causa del frío y las buenas caminatas que tomamos, pero debo de decir que esos panes eran el quinto círculo del cielo del Dante. Salimos en el auto de Maria en dirección al Museo Gulbenkian, el cual visitaríamos al día siguiente con más calma pues teníamos el compromiso familiar. En el museo había una exposición basada en la obra Los Maias (Os Maias) de Eça de Queiroz y una buena reconstrucción de la época. Con Maria veíamos la puesta en escena de los tiempos de Eça, sus amigos, el Portugal de su época y el contexto mundial, la belle epoque, la Europa que se preparaba para las grandes exposiciones y el advenimiento de lo que vendría a ser la Primera Guerra Mundial. Había un montaje muy gracioso para “disfrazarte” a la moda de la época, con mostacho, sombrero de copa, monóculo. Profusa información de la novela y de la obra de Queiroz. Una vez concluida la visita y de habernos despedido de las amigas de Maria, nos enrumbamos a Montijo. Llevaba café, chocolate y pisco peruanos para brindar. Cruzar el Vasco da Gama es toda una experiencia. Es el segundo puente más largo de toda Europa (era el primero, hasta la construcción de uno en Rusia que une este país con Crimea). Así cruzamos el río Tejo en sus más de doce kilómetros. Más información sobre este gran puente que es parte del paisaje lisboeta (http://www.puentemania.com/148). Hay que resaltar que aquí el estuario del río es más ancho y, durante la construcción, tuvieron en cuenta cualquier observación sobre el medioambiente, pues está cerca a un parque natural, refugio de aves migratorias. Al llegar a Montijo, fuimos a buscar dónde dejar el auto. En Portugal, como en toda Europa, estacionar un auto es una cosa de locos. No solo no hay espacio, sino que hay que pagar por el estacionamiento, sea en un parqueadero o en la calle; se hace con el fin de desalentar a la gente el uso de auto y utilizar el servicio público. Imagino esto en Trujillo. Fuera de las fuertes multas que se anotarían todos los malos conductores que abundan en nuestro país, el servicio público tendría que ser de calidad y manejado por el Municipio (como lo hace cualquier país civilizado) y no por la empresa privada que es un conjunto de cavernícolas que hacen lo que les da la gana. Pese a estas restricciones, el problema del parqueo es latente y puedes tomar una buena cantidad de tiempo en la búsqueda de un sitio libre. Hallamos uno cerca del antiguo mercado del lugar. De ahí nos dirigimos al restaurante elegido especializado en carnes y mariscos; el encuentro fue muy simpático, los hermanos de Maria, sus cuñados y cuñadas, y sobrinos; estuvimos conversando tratando de mascullar mi portugués. Todo estuvo rociado de vinos portugueses y para bajativo tomamos copas de pisco. El dulce de guayaba también fue compartido a modo de postre: el almuerzo fue una verdadera orgía de sabores. Había pasado la prueba. Luego nos fuimos a caminar al malecón para ver los espacios que han sido recuperados, mejorados y reconstruidos. El paseo fue tranquilo, bajo un sol radiante, vimos un molino de agua recientemente abierto para el público: el viejo Montijo. Concluida la visita, nos despedimos para regresar a Benfica, pero ahora por el Puente 25 de Abril. Antes se llamaba Puente Salazar, el presidente que lo mandó a edificar en los años 60 y en el cual un buen amigo de Maria había participado y trabajaba en su mantenimiento. Este puente también permite el paso de un tren en su base inferior. Este es considerado uno de los más bellos de Europa( https://www.lavozdegalicia.es/noticia/carballo/2017/09/28/span-langgl-mirador-cielo-lisboaspan/0003_201709C28P52991.htm). En el trayecto vimos el inmenso Cristo que “mira” hacia Lisboa desde esta margen del río, uno de los principales miradores de la ciudad (tiene varios). Lisboa no es una ciudad plana; está, como Roma, sobre siete colinas. Otro de los grandes monumentos que se ve a la distancia y por el cual pasamos cuando íbamos a casa fue el Acueducto de las Aguas Libres (Aqueduto das Águas Livres). Este se empezó en el siglo XVIII y culminado en el XIX. Este acueducto fue encomendado por el rey João IV, quien gustaba de hacer grandes obras de ingeniería y porque Lisboa necesitaba agua siendo una ciudad en crecimiento. Ahora es un gran monumento a visitar (https://sobrelisboa.com/2010/08/06/el-sorprendente-acueducto-de-las-aguas-libres/). Felizmente no se les ha ocurrido demolerlo como lo hacen en otras partes del mundo. Aquí lo hemos hecho con regular frecuencia. Llegamos a casa a cenar, pero antes fuimos a comprar algunas cosas, como unos pijamas para mí, pues sí se sentía frío por la noche, pese a la calefacción.








El domingo 06 de enero, Bajada de Reyes. Esta vez nos fuimos a peinar el Gulbenkian, grande y hermoso como construcción. Visitamos todas las galerías posibles, desde arte egipcio antiguo hasta arte moderno. La colección de Medio y Lejano Oriente es muy buena y me hizo recordar la colección del Museo Guimet de París, otra joya. La de platería del siglo XVIII y XIX es otro regalo a los ojos. Llegamos temprano y compramos un boleto completo que nos permitía visitar una extraordinaria exposición itinerante de diversas estatuas. Bastante agotados y, tras haber visto el arte moderno con algunas piezas demasiado conceptuales, nos fuimos a almorzar en el restaurante del mismo Museo. Genial. Aquí dejo algunas páginas virtuales para su visita (https://www.facebook.com/pg/fundacaocaloustegulbenkian/photos/?ref=page_internal) ( https://gulbenkian.pt/). 





Ya repuestos con energía y el estómago llenos, nos dirigimos al Carmo, las ruinas de un convento que cayó en el terrible terremoto de 1755. Fuimos en metro desde la estación cercana a Gulbenkian y bajamos en Plaza de los Restauradores (Praça Restauradores), cerca del Elevador da Gloria, un interesante tranvía o funicular que te desplaza en un segmento fijo ida y vuelta hasta el jardín de São Pedro de Alcântara, desde el cual tuvimos una vista extraordinaria. Aquí más datos (https://fotografiandoviajes.com/elevadores-funiculares-ascensores-lisboa/). En el lugar había una simpática feria dominical que te ofrecían ropa, diversos recuerdos y comida. Maria me enseñó un puesto en el que vendían Ginja, un trago a base de cereza. Le dicen Ginginha. Y los tenderos te servían por 2 euros una ginginha en una taza hecha de chocolate blanco o negro; luego de tomarte la bebida…te comías la taza, así de simple. Repetí el plato. Una buena costumbre que debe de exportarse a Perú para compartir (https://www.verema.com/blog/licores-destilados/1351806-ginja-licor-lisboa). De ahí nos fuimos caminando hacia la iglesia de São Roque, de origen jesuita, a la cual entramos. Aunque la portada no es tan esplendorosa, el interior te deslumbra por los inmensos altares barrocos de estilo portugués, llenos de pan de oro. Luego de la visita a esta iglesia, nos dirigimos a su museo, que muestra la historia de la iglesia y de la congregación jesuita en esta zona. Tiene relicarios y un bello Cristo, hecho en marfil de origen filipino (http://www.sietelisboas.com/museu-de-sao-roque/). De ahí nos dirigimos al Carmo, pero llegamos ya casi a la hora de cerrar. La visita iba a ser muy apretada y no la hubiéramos disfrutado. Postergamos esta para el día siguiente, lunes 07. 





Decidimos caminar hacia el Café A Brasileira, en cuya cercanía está la estatua de Fernando Pessoa, sentado al lado de una mesa y en la que hay otra silla que suele ser usada por los turistas para llevarse un recuerdo. Y eso fue lo hice. Habíamos atravesado la plaza en honor a Luis de Camoes. Tras las fotos de rigor, nos fuimos al Café para tomar una bebida y poder disfrutar los deliciosos pasteles que hay en este. Las mesas se comparten con otras personas y eso es lo que hicimos con una familia venezolana que reside en USA. Estuvimos conversando un buen rato. Al final, nos despedimos y fuimos a unas tiendas en Chiado, un barrio antiguo y tradicional. Era una zona un poco deprimida y en 1988 hubo un incendio que arrasó con el lugar, destruyendo 18 edificios y causando dos víctimas. Fue reconstruida bajo la dirección de un famoso arquitecto portugués, Álvaro Siza. Ahora la zona es comercial, llena de tiendas de todo tipo. Ingresamos a una para comprar un saco, pues había remate. Uno para el frío no me cayó mal. Pasamos por el elevador Santa Justa, pero había mucha gente, por lo que solo me quedó contemplarlo desde afuera. Portugal y, sobre todo, Lisboa tienen un intenso trajín turístico, principalmente de asiáticos; no es raro toparse con coreanos y chinos, que estaban por todas partes. Nos dirigimos a la estación del metro Baixa-Chiado para regresar a casa. Lunes iba a ser otro agitado día en Lisboa.