“Tienes un país hermoso,
macho”; esta fue la frase que un egipcio me comentó en una reunión informal de
turistas allá en El Cairo en 1988. Había ido por razones de trabajo hasta el
Medio Oriente y, en un alto a mis labores, estuve en la tierra de faraones.
Eran años aciagos para los peruanos, quienes veíamos nuestra economía destruida
día a día; muchos compatriotas asesinados o mutilados; ciudades amenazadas por
violencia; una inflación y corrupción galopantes; y un liderazgo presidencial
cínico. Ese mismo año, en medio de esas honduras, había leído el libro Historia del Tahuantinsuyu de María
Rostworowski, cuyas líneas finales de su introducción me hundieron en el
desasosiego, pero daban luces preclaras para construir un país mejor.
Ad portas de recibir nuestra
mayoría de edad, los peruanos vivimos otro panorama; cierto es que algunas
cosas de nuestra macro realidad se han enmendado en estas últimas décadas. Se
vivió un boom de crecimiento, pero no de desarrollo que era lo más importante
para evitar las situaciones críticas que estamos viviendo en la actualidad: la
violencia que nos atemoriza no solo en las calles; el sentido de impunidad de
aquellos que ejercen la corrupción y el abuso del poder en todos los niveles del
tejido social peruano; el caos y desorden de nuestras ciudades; las brechas
sociales, culturales, económicas, educativas y raciales que persisten y que, en
algunos casos, se han acentuado. Somos testigos de grupos de poder social,
económico y político que actúan a espaldas de la sociedad peruana, recurriendo
a artimañas y juegos sucios con el fin de perpetuar sus crímenes y gollerías como
nunca se había visto en nuestra historia; así como líderes que se recubren con
banderas de lides sociales dogmáticas solo para acrecentar sus ansias de poder
y vivir bajo cierto culto a la personalidad (historia harto conocida por
millones de nosotros). Y vemos cómo descaradamente se trata de deslegitimar
cualquier reclamo o lucha de miles de peruanos ante groseras evidencias de
inmoralidad hechas por diversos individuos, que solo velan por sus intereses
egoístas o partidarios.
Sin embargo, nuestra joven
república (en dos años cumplimos nuestro bicentenario como nación) trata de
buscar caminos como sociedad integrada, inclusiva, justa, educada y orgullosa
de su pasado, el cual nos sirve como simiente para nuestro futuro. En dos
visitas recientes lo comprobé: en el Complejo Arqueológico de El Brujo,
precisamente en el Museo de la Dama de Cao, hay diversas fotos de hermosas
mujeres de todas las edades de Magdalena de Cao, cuyos rostros ayudaron a
reconstruir el de la dama, muerta hace 1.700 años. Y la sonrisa tímida de un
niño chachapoyano de unos 3 años que llamaba la atención de su madre en su
humilde tienda quien nos regaló su picardía y su voluntad de vivir. O haber
visto miles de peruanos gritar y bailar Cariñito en la inauguración de los
Panamericanos durante el ingreso de nuestros deportistas.
Feliz 28.