En
los clásicos filmes de western, veíamos ciudades empolvadas en las que el
viento arrastraba arena, polvo y arbustos (aún no había las benditas bolsas de
plástico) en las que imperaba la ley del más fuerte, del bravucón. Calles
polvorientas por las que circulaban carretas y caballos que establecían ciertas
reglas de desplazamiento colectivo en ese momento. Una ciudad del siglo XIX. Las
calles no conocían el asfalto y eran pobladas por vehículos de diversas
dimensiones que se desplazaban por la fuerza de caballos. Esa era la imagen de
una ciudad del Lejano Oeste norteamericano. Dos siglos después, a muchos
kilómetros al sur del mismo continente, hay varias ciudades peruanas que se
asemejan a esta descripción con algunas variantes y con una conglomeración humana
más grande y una presencia vehicular mayor. Pero la descripción calza en muchos
aspectos: sucias, con afirmado (carente de pavimentación) y con un
comportamiento de jungla de sus habitantes que conducen los vehículos. En este
conjunto de ciudades está Trujillo incluida.
Fuera del problema del comportamiento de la población que se desplaza en cualquier vehículo, las condiciones del sistema vial en las que se encuentran casi todas las calles, avenidas y pasajes de nuestra ciudad son deplorables. Una ciudad en decadencia en muchos aspectos. Ya se ha denunciado muchas veces la cuantiosa pérdida que provoca el estado del “pavimento” empleado. Tras la última lluvia de marzo de este año que duró casi tres horas desnudó la calidad (y corrupción) del material empleado en reparaciones que se hicieron apresuradamente como parte del cierre de la campaña electoral de la anterior gestión edil. Calles y avenidas con asfalto novísimo quedaron con grietas y cráteres que son la pesadilla de conductores de todo tipo de vehículos. Lo más indignante es que los usuarios están aceptando esta realidad y afirmación: después de cada lluvia las calles deben quedar dañadas. Es casi una tautología irrefutable: lluvias = huecos. Así vehículos, conductores y pasajeros experimentan una verdad irrefutable en la realidad trujillana. No es una evidencia que no cuestionamos y que esperamos. Como el mito de Sísifo, los trujillanos sabemos que la lluvia debe destruir el asfalto. Y los elementos corruptos involucrados, públicos y privados, alimentan esta idea, pues es negocio lucrativo para ellos. Carentes de drenajes, se construyen rompemuelles en los que las aguas se acumulan que generan más deterioro del ralo pavimento de la calle o avenida que lo tiene. Nuestro sistema vial es totalmente ilógico. La “Autopista” del Sol tiene la aberración de contener rompemuelles: ¡una autopista con rompemuelles! De lo más insano como sistema vial. Cuando comento esto con amigos que nos visitan me explican que, por estas condiciones, esa vía no es una autopista. Trujillo es una ciudad que va perdiendo su calidad de urbe rápidamente. Una ciudad que es cada vez menos atractiva para vivir.
6 comentarios:
muy bonito tú mensaje mi querido Sobrino Gerardo Cailloma Navarrete heres una persona bien capacitada para estas enseñanzas felicitaciones
Cada dia los ciudadanos de esta ciudad se muestran pasivos ante lo que les sucede y en muchos casos algunos estan entrando al conformismo, despertemos, merecemos algo mejor.
Es el colmo a lo que ha llegado la otrora " señorial y tranquila ciudad Virreynal". Sumado a lo que Cailloma, afortunada e insistentemente clama, hay que sumar la bienvenida qué ofrese con una horrorosa y pestilente acumulación de basura que ya nadie reclama ni parece notar.
Lamentable pero cierto, nuestra ciudad está cada vez mas lejos de lo que alguna vez fue, entre la incultura y la corrupción nos vamos hundiendo sin ser capaces de reaccionar...
Mi nieto dice que manejar en Trujillo es peor que en Lima, a parte de las pistas deterioradas están los malos conductores que se pasan las luces rojas sin respeto por la vida
Habrá algunas soluciones que no dependen del gobierno?
Publicar un comentario