Martes 29 de noviembre. Luego de haber presenciado una buena final el día anterior y haber buscado desesperadamente algún restaurante abierto a las 11 de la noche, nos fuimos a descansar para estar despejados para el primer día de actividades de la Alianza. Las actividades empezaron en punto a las 9 de la mañana con una presentación colectiva y en la que hubo ciertos equilibrios y desequilibrios que iban a surgir a lo largo de este evento. Brasil, de por sí, ya es un país continente y tiene algunas decisiones que le son particular. Pero como era el día de mi cumpleaños, me hice un pequeño regalo: visitar el Concorvado.
A las 11 de la mañana había acordado con Marcela Pardón y la chica cubana que había participado el día anterior en el espectáculo musical, encontrarnos todos en la recepción de nuestro hotel: puntualmente llegaron todos y las chicas ya se habían organizado. Bastante prácticas ellas, ya se habían averiguado las diversas formas para llegar al lugar. Como el lugar se ha vuelto más famoso a raíz de la denominación de maravilla del mundo, las formas para llegar al mismo se han multiplicado y tienen una buena difusión entre los turistas. Las chicas ya habían hecho el periplo por metro (¡qué práctico y rápido es un metro! ¿Trujillo estará pensando en uno?), ya se sabía dónde descender. Esto generó una pequeña confusión (descendimos erradamente una estación después) y acudimos a un policía; con nuestro portuñol, nos hicimos entender y éste nos ayudó facilitándonos el retorno hacia una estación anterior; al salir ya del metro, fácilmente accedimos al pequeño bus que nos llevaría hasta la estación del tren que nos subiría hasta otra estación (se sube con pequeños buses) para ascenso final. Ya en el lugar, se acercó un señor ofreciendo sus servicios de ascenso. El precio era el mismo, sólo que no subíamos en el tren. El otro problema del tren es que tenía horarios rígidos y teníamos por uno cada tres cuatros de hora. Así que tomamos entre los tres el servicio de estos taxis que nos hizo una breve escala desde un mirador desde el cual vimos ya un paisaje mejor, despejado, con un sol brillante como nunca. El último tramo fue mucho mejor, rodeado por la verdura y con un tráfico fluido. Este ascenso hacer recordar el tramo de Aguas Calientes a Machu Picchu. Una vez en la última estación, nuestro chofer nos dio las instrucciones para el retorno. Tomamos un bus pequeño e hicimos el último tramo. La llegada al lugar fue un poco accidentada por la cantidad de vehículos que llegaban. Pero aún no podíamos contemplar al detalle el inmenso Cristo, ya que nos faltaba ascender un poco más. Tomamos un ascensor para agilizar la visita. En ese sentido, las instalaciones han sido preparadas para soportar un gran flujo de visitantes. Pero, así como Machu Picchu, el hecho de haber sido nombrada maravilla trae un gran flujo de viajeros y algunas veces el número sobrepasa lo planificado. Ya en el lugar, la multitud era agobiante, tenías que pelearte algún puesto para tener una visión de las playas como Ipanema o el Maracanã. Todo estaba ocupado y tomarte una foto con el Cristo era imposible. Luego de varios intentos infructuosos, cada uno salió retratado con varios turistas más. De hecho, sobre todo nuestra amiga cubana que se plantó en medio de una foto masiva y salió retratada en todas esas cámaras. Fue gracioso, aunque las caras desconcertadas la miraban con un tufillo de odio. Luego de haber permanecido casi una hora y bastante exhaustos y con mucha hambre procedimos a descender. Tomamos otro pequeño bus y paramos en la estación para tomar el vehículo que nos iba a devolver. Nos habían colocado una distinción con la que podíamos tomar otro auto y en el trayecto para tomarlo, se acercó uno: iba a ser la experiencia más terrible del viaje. El chofer estaba viendo en una pequeña pantalla un famoso film brasileño ÚLTIMA PARADA 174, film muy violento que, creo, alteró la adrenalina de nuestro conductor y él alteró la nuestra. Comenzó a descender a toda velocidad y en una curva peligrosa, cerrada, hizo una barbaridad: adelantó a dos vehículos, nosotros sólo contuvimos la respiración. De habernos encontrado con otro auto, indudablemente lo mínimo hubiera sido quedar heridos de gravedad, sobre todo yo que iba de copiloto. La impresión nos dejó mudos a todos, mas nuestro chofer seguía impávido; llegamos cinco minutos después con el fin de buscar con quién hablar para denunciar el caso. Pero no hubo a quién hacerlo (raro). En realidad, tal como Lima o Trujillo, los pilotos de cierto transporte público son bastante irresponsables. Lo vivimos en los taxis (se pasaban la luz roja) y en este caso, lugar al que llegan muchos turistas. Así como están logrando trabajar en mejorar la calidad de vida de las favelas (ya se van viendo mejorías y se exponen los planes y proyectos), hay que trabajar en la conciencia cívica. Y eso lo veo también en lo que Trujillo quiere hacer con sus Bolivarianos del 2013. Si se mantiene esa cultura de informalidad y saturación vehicular que nuestra ciudad vive, la imagen que se van a llevar de Trujillo no va a ser nada positiva. Una cosa interesante: Rio de Janeiro es una ciudad muy poblada y extensa con un buen número de autos, pero no es tan bulliciosa como nuestra ciudad. Además para ser un país con muchos más recursos, veía que en el tránsito había mucho menos camionetas 4x4, vehículos que dan comodidad a sus dueños, pero incomodidad a los demás ciudadanos (siempre y cuando la use para viajar o campo). Hay mucho menos presencia de los mismos, pese a que las calles son mucho más anchas (salvo en el casco antiguo) y un poder adquisitivo más alto.
Una vez pasado nuestro buen susto, nos fuimos a almorzar. El susto nos abrió repentinamente el apetito. Comimos en un restaurante simpático y tras ello, un buen helado. Las chicas querían ir al Atlántico, a Ipanema, a mojarse los pies. Por mi cuenta decidí regresar y, como en el camino desde la bajada del metro al hotel estaba la Biblioteca Nacional, hice un alto allí para ver la maravillosa exposición de Giorgio Vasari. La Biblioteca es un bello edificio, en la Avenida Rio Branco. Ahí también conseguí una buena cantidad de revistas de Historia que edita la Biblioteca. Tras esta saludable visita, me fui a pie hasta nuestro hotel para descansar un poco. Por la noche teníamos una buena recepción en la restaurada Casa de Correos, en pleno corazón del viejo Rio. Había una inauguración, el de las fotografías de Brassaï, un fotógrafo de origen húngaro que tomó fotos nocturnas de París y también de sus seres noctámbulos. La exposición era parte de la invitación que nos hacía el Embajador de Francia en Brasil. Luego hubo un cóctel con un espectáculo que fue apreciado en toda su magnitud: un grupo de mimos franceses hizo un espectáculo genial, pero la estrategia informativa no fue la adecuada o poco comprendida por lo que el público y se desperdició todo el show. Una lástima. Salimos a comer algo y nos fuimos al hotel Novotel a comer, Iván Dibós nos invitó la cena, gracias también a su esposa. Fue una velada simpática. Así cerraba mi día, mi terça-feira.
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