En los últimos días, y por azares de las circunstancias, fui partícipe de un situación bochornosa que explica, de manera micro social, lo que está sucediendo con nuestra sociedad (no sólo la peruana, sino la latinoamericana y mundial). Un pequeño grupo de miembros de diversas Alianzas Francesas de Perú había participado en un evento en la ciudad de Río de Janeiro por el espacio de 3 días e iniciábamos el retorno, vía São Paulo, con la empresa LAN. Nuestro vuelo desde esa ciudad a Lima salía este último jueves a las 8:15 de la noche y previsto su arribo a nuestra capital a las 11 de la noche, hora local. El retorno se hacía con regularidad, hasta que llegamos a São Paulo. Por razones técnicas, el vuelo fue suspendido y la información de dicha suspensión fue dada, de manera definitiva, a las 10 de la noche, hora decisiva, puesto que el aeropuerto de Lima cierra a partir de la 1 de la mañana. Un grupo de viajeros fue rápidamente reubicado, ya que Lima sólo era una escala. El resto soportó pacientemente la última información de suspensión del vuelo y la reprogramación de este para el día siguiente a las 11 de la mañana. El recojo de maletas y la distribución de los casi 130 pasajeros fue toda una empresa de horas, finalmente fuimos alojados en un hotel del centro de la ciudad. Hora: 1:30 am. Todos teníamos que estar nuevamente en el mismo aeropuerto a las 6:30 am. No hay que olvidar que São Paulo es una ciudad de más de 20 millones de personas y las distancias son bastante largas. Todos los pasajeros, a su manera, estábamos asimilando la situación e hicimos nuestro segundo peregrinaje, cargando maletas, algunos hijos, para nuestra partida a las 11 de la mañana. Con todo el malestar encima (habíamos dormido un par de horas a lo más), esperamos la llamada y partida en la puerta asignada. La tensión de todos fue creciendo cuando vimos la hora y nadie, absolutamente nadie, se acercaba a dar informaciones al respecto. El malestar se fue generalizando y algunas voces pasaron del murmullo a la conversión especulativa a viva voz. Y esto fue causando mayor zozobra y desesperación. La situación, fácilmente observable por un sociólogo, fue mostrando personas con cierto liderazgo, así como algunos indiferentes a lo que estábamos viviendo (felizmente algunos). A las 11 en punto, todos subimos a la primera planta a reclamar por la situación. Y desde este punto, quiero hacer un paralelo con lo sucedido en Cajamarca. Si nosotros en menos de 12 horas, vimos transformar nuestras sensaciones y percepciones de lo sucedido, ¿qué se puede decir de una sociedad que ha estado percibiendo cosas más transcendentales de su hábitat y su situación social? En nuestro grupo no había los llamados “cholitos ignorantes”, como muchos calificativos suelen verter por lo que está sucediendo; en nuestro grupo, incluso gente de VIP estaba también comprometida con la situación: todos éramos afectados. Paulatinamente la situación se iba haciendo cada vez más insostenible, ya muchos comenzábamos a levantar cada vez más la voz, puesto que había algún portavoz oficial de la empresa para que explicase qué estaba sucediendo. La pobre comunicación y la absurda posición de algunas personas del aeropuerto (algunos policías se reían de lo visto) no hizo más que exacerbar más nuestra cólera. Señoras respetables ya gritaban a viva voz, e incluso turistas permanecían unidos a nuestra tensa realidad. Cada vez iban sumándose más pasajeros indiferentes a la protesta a viva voz. La demora y el tumulto originado por estar casi todos los pasajeros juntos, comenzaron a poner nerviosa a la autoridad hasta que un camarógrafo comenzó a filmar los incidentes. En ese momento la empresa (¿lo que algunos llaman Responsabilidad Social?) se percató que había varias personas de edad en el grupo y aparecieron diversas sillas de ruedas, que había una mujer embarazada, que había 3 señoras solas con hijos pequeños. Pero aun así, la paciencia de todos nosotros había sido totalmente desbordada por la indignación por lo sucedido. La tardía aparición de un representante de la empresa lo hizo víctima de quejas y ataques abiertos de todos nosotros, hubo pasajeros que provocaban a viva voz, hubo otros que exigían un diálogo, todos tenían algo qué decir. Cuando se sacó el grupo a dialogar, se vio diversas posiciones de algunas personas que habían asumido un liderazgo. Un incidente iba a provocar más indignación: un turista japonés comenzó a grabar las conversaciones que se iban sosteniendo en la zona de equipaje y un policía se lanzó violentamente sobre él para quitarle la cámara, acción que fue impedida masivamente por todos nosotros. Luego de fuertes diálogos mudaron al vuelo de la misma hora sólo que ahora el viernes: 24 horas después. El trato con las personas de la empresa era abiertamente hostil y la desconfianza de nuestra parte era totalmente entendible. Y además esto era un perfecto caldo de cultivo de murmullos, suposiciones y conjeturas. Mover las maletas nuevamente, como mover ciudades, casas, lagos, era motivo de mayor desencanto de todos nosotros. A las 2 de la tarde, estábamos en otro hotel con nuestras cosas para almorzar y ser recogidos nuevamente a las ¡4:30 pm! La sensación de ser tratados como monigotes molestaba a todos. Otra vez en el aeropuerto, otras varias especulaciones más, algunas que causaban duras incertidumbres como que el cupo del avión había sido largamente rebasado por el número de pasajeros del día viernes más todos nosotros del día anterior. La desconfianza era entendible, además todos teníamos un carácter irascible por los sobresaltos de sueños cortados por haber ido tres veces al mismo aeropuerto en sólo 24 horas. Sé que el Cónsul de Perú en São Paulo se hizo presente y con un grupo de viajeros se apersonó a una oficina brasileña equivalente a nuestra INDECOPI.
Queramos o no, todos los pasajeros vivimos de manera breve, esa triste situación que aqueja a muchas partes de nuestro país. Todos estos conflictos pudieron haberse remediado si hubiera habido gente idónea para solucionar estas graves situaciones. El hecho de poner administradores o ingenieros en puestos que corresponden a comunicadores o sociólogos hace que la situación se acentúe con las graves consecuencias que vemos en la actualidad. Y sobre todo, desarrollar la empatía para planificar tus estrategias de comunicación. No sé si estas capacidades estemos trabajando a mayor cabalidad, puesto que lo que más veo en nuestras casas de estudios es ver especialistas en temas específicos desdeñando la formación humana cabal. Un ejemplo, esta situación vivida fue una viva manifestación sociológica la cual, creo, que ninguno de nosotros estuviera en la capacidad de poder resolver (claro está, sin recurrir a las armas). En el entreacto, fui además testigo de muchas acciones que semánticamente tienen una palabra para cada caso: ¿fuimos agitadores por el hecho de reclamar nuestros derechos? ¿Potencial terrorista una cónsul francesa que necesitaba a gritos una silla de ruedas? ¿Un turista japonés amenazado por un policía a causa de su actuar sedicioso? ¿Soy un terrorista por hacer apología a la violencia por escribir esta reflexión? ¡Cuántas palabras reciben diversas cargas semánticas por estas situaciones! ¡Y cuánto tenemos que enseñar a nuestros jóvenes!
No hay comentarios:
Publicar un comentario