El día viernes 09 fui gustoso a ver una puesta en escena de una obra que había visto en cine: AGNES DEI. La puesta en escena fue sobria y con una relativamente buena actuación de las 3 actrices del Taller de Roberto Ángeles. Roberto ha hecho un buen trabajo en la dirección de actrices (no de actores en este caso), y logró arrancar aplausos silenciosos en algunos momentos cumbres de la actuación de las jóvenes artistas. El tema tan espinoso de la fe y la ciencia se vio a lo largo de la obra y la recuerdo en la obra cinematográfica con una Anne Bancroft como Madre Superiora, y una Jane Fonda en un papel raro entre policial y psiquiátrico. Esto fue en los 80 y hay detalles olvidados o cambiados.
El motivo de escribir esta reflexión es por parte de los acontecimientos que rodean a una obra teatral. El público y sus acciones.
En una ciudad como Trujillo, el hábito de ver teatro se ha vuelto en los últimos años algo tan extraño como ir a los conciertos de la Sinfónica. Son acciones y hábitos que han caído en desuso y los jóvenes y muchos mayores no han pisado a lo largo de sus cortas o largas vidas un espacio en el que haya una representación digna de ser llamada como tal (miles de bodrios se ven por todas partes y terminan por malograr el gusto de la gente con tontería como Baño de Mujeres) El empobrecimiento de las formas de acceso al teatro, a la música culta en vivo y al mismo cine ha sido, en parte, por la mala costumbre de volver al hombre, al humano, en una suerte de paria sedentario en su casa. Desde la aparición del betamax en adelante, el humano perdió ciertos hábitos de socialización al dejar de ir al cine, teatro y conciertos sinfónicos. La costumbre de comer e ingerir todo tipo de bebidas se acentuó mucho más (ya se había iniciado como un mal hábito en el cine, sobre todo el gringo) y las personas hallaron habitual comer, beber, conversar y reír durante una sesión de arte escénico en sus pantallas.
El retorno de estas artes escénicas a sus usuales espacios en los últimos tiempos se encontró con un público joven con ciertas costumbres que chocaban con lo que los ingleses llaman "santity of the class"; las acciones que mucha gente del público hace atentan contra lo que sucede en el escenario.
En los últimos tiempos, como parte de la preparación global de mis alumnos universitarios, demando a que todos ellos asistan, con carácter obligatorio, a obras de teatro, cine, conciertos de todo tipo. En mi contacto con los agentes y promotores culturales les pido una serie de reglas claras para poder hacer un buen trabajo y comenzar a "domesticar" a más de mil jóvenes, quienes muchas veces van por primera vez en su vida al teatro. Ellos están en un proceso de aprendizaje no sólo en los contenidos de los espectáculos que se les ofrece, sino en un proceso de adecuación a contextos que demandan comportamientos especiales y apropiados: es el aprendizaje situacional que todo el mundo debe tener. Lo que llamamos "tener mundo".
Pero los procesos son lentos, sobre todo cuando queremos cambiar hábitos. Un elemento transgresor de los últimos 15 años es el celular, el cual ha invadido todo espacio imaginable. No hay ocasión desde la más solemne hasta la más cotidiana en el que este aparatito te crispe los nervios y rompa el encanto de cualquier buena conversación. Y los híper comunicados jóvenes de hoy arrastran sus aparatitos a todo lugar para agredir a todo aquel que está en su entorno.
¿Qué hacer con esta triste realidad? Triste, ya que la situación con la que se enfrentan las actuaciones en vivo de verse expuestas a agresiones por parte del público con sus sonoras bolsas de plástico, los chicles mascados con las bocas abiertas (francamente de total mal gusto), sus impertinentes cámaras de bolsillo con flash y los ruidosos celulares, muchas veces hacen que una sola actuación sea, ya de por sí lo es, un verdadero acto de heroísmo y sacrificio.
Volviendo a la representación del viernes, antes de empezarla, un presentador pidió al público apagar celulares (varios sonaron en la obra), no comer durante la presentación (un par de viejas "cultas" desenvolvían caramelos sentadas cerca de mí) y no usar flash durante la presentación (hubo tres destellos de fotografías). El presentador hizo hincapié de esto 3 veces; ¿es que no entendemos?
Hay mucho por hacer.
1 comentario:
Mi última visita al teatro fue para el ballet "Giselle". Recuerdo perfectamente la función y, como siempre sucede, el espectáculo no ocurrió en la escena, sino entre el público.
Al mismo instante en que se apagaron las luces, se escucharon los sonidos de las bolsas de plástico abriéndose, las gaseosas, las bocas mascando chicle, etc.
Para colmo, una señora que estaba sentada a mi lado abrió una botellita de yogurt y se la dio a su hijo de 5 años, diciéndole que con palabras cariñosas que la tomara. Lo primero que hizo el desobediente chiquillo fue voltear la botella... todo el yogurt cayó sobre el piso del teatro. Su madre, como si nada.
Publicar un comentario