Teatro, una de las grandes artes clásicas de la humanidad,
tiene entre sus funciones las de enseñar, sensibilizar y divertir a los
hombres. Acompaña a la humanidad desde tiempos ancestrales y estuvo muy ligada
a los ritos litúrgicos de los antiguos pueblos hasta las primeras
manifestaciones en su propio lenguaje en la Grecia clásica con la que comienza
a “caminar solo”. El teatro ha sido
además un instrumento poderoso de comunicación de grupos interesados que, como
lo será el cine después, buscaban en este el medio para desarrollar una
ideología, un mensaje, una enseñanza e, incluso, una amenaza. Por siglos, el
teatro fue un arte masiva, capacidad que va a ser “asumida” por el cine como
bien lo había vislumbrado Lenin y los grandes creadores de las escuelas del
cine mudo (Chaplin, Eisenstein, Griffith). El teatro era popular, la gente
conocía a los actores y asistían a diversas presentaciones en diversos
escenarios o corrales de comedia. España tuvo un siglo esplendoroso con hombres
de la talla de Lope de Vega o Calderón de la Barca. Inglaterra con Shakespeare
o Marlowe; Francia, con Racine o Molière. Las cortes reales mantenían un
séquito de artistas, entre ellos a los mejores dramaturgos. Las revoluciones
posteriores cambiarán el sentido del teatro, pero no deja de ser masivo. Toda
ciudad tiene su escenario oficial, como los tuvieron los griegos y romanos. En
pleno era de la tecnología, los escenarios se han sofisticado, pero siguen
vigentes y, en países de gran desarrollo cultural, sus carteleras son
frondosas. Muchas ciudades del mundo, para llamarse tales, sostienen incluso
compañías de teatro con las cuales miden sus estándares de calidad de vida. No
necesariamente una ciudad con mucho dinero signifique una ciudad desarrollada,
puesto que la cultura es un barómetro importante y, de eso, nuestro país aún
tiene grandes carencias y deficiencias.
En el Perú, el teatro incluso ha abierto venas económicas que
hasta una década antes no se pensaba que se podía dar. También se ha visto el rico
vínculo entre la educación y el teatro, el cual encierra un enorme potencial para
el desarrollo sinérgico de ambos. Se apostó por una extraordinaria experiencia
lograda entre varios grupos trujillanos de teatro y una universidad local, con
resultados insospechados. La jefatura de un Departamento de la misma coordinaba
con promotores culturales para preparar una agenda anual de obras que
estuvieran vinculadas a un tema que la universidad tomaba en sentido
transversal para los cursos que incluía este departamento. Hubo temas centrados
en violencia, género, inclusión, identidad, entre otros. Los estudiantes
asistían a diversos escenarios de nuestra ciudad. El teatro se movía. Un año se
puso en escena a 14 obras desde clásicos hasta adaptaciones modernas. Se llegó
a un momento en que no había escenario disponible o había dos obras en
simultáneo.
La experiencia permitió que se generase una disciplina
teatral para respetar tiempos y compromisos. Además, permitió la aparición de
nuevos grupos para incrementar las propuestas. Otros apostaron por traer
actores y grupos desde Lima, Chiclayo y Cajamarca. E incluso de Brasil y
Colombia. La ciudad se enriqueció con una variada cartelera, pero el problema
fue que los mismos grupos no apostaron a crear una temporada. Hubo varias
personas con las que comentaba estas actividades y se sorprendían que no se
haya habido difusión alguna para que el público en general asistiese. Se
limitaron a hacer la obra para los estudiantes. De haber apostado a una
temporada, el público hubiera respondido. Faltó audacia.
Ahora la universidad en cuestión ya no ve relevante esta
experiencia para la educación de los jóvenes. Es inaudito que las casas de
estudios superiores no hayan incorporado al teatro como una estrategia de
aprendizaje que volvería a Trujillo en la ciudad cultural a la que aspira
retornar. Cuando la ciudad tenía menos de cien mil habitantes había compañía de
zarzuela, un teatro activo, una orquesta sinfónica de buen nivel, una compañía
de ballet activa, un movimiento cultural promovido por la Universidad Nacional
y otros centros culturales. Ahora la ciudad tiene casi un millón de habitantes
y se habla de un sorprendente boom económico; tiene más de cinco grandes
universidades y muchos colegios que se jactan de promover la cultura. Comparativamente
hablando, no somos ni siquiera un pálido reflejo de lo que fue el boom cultural
de los 60 y 70. ¿Qué se puede hacer para achicar esa honda brecha cuando las
mismas autoridades académicas y económicas no apuestan por la cultura? No solo
basta tener escenarios fastuosos o remodelados, sino políticas claras que
demuestren que hay una intención clara de aportar en ese proyecto de volver a
hacer la ciudad de Trujillo un foco de cultura en el Norte peruano. ¿Hay
alguno?