Dos
noticias llenaron los medios de nuestro país y del mundo: en nuestra sociedad
ha surgido una fuerte oleada de xenofobia, la cual se ha expandido por las
redes. A nivel internacional, un anacrónico rechazo por parte del Senado
argentino a la aprobación de la despenalización del aborto consentido y
asistido ha dado las espaldas a la sociedad de ese país y del mundo.
Durante
y tras la discusión sobre esta posible ley que hubiera ayudado a miles de
mujeres en condiciones extremas a mejorar un poco su condición de seres humanos
y darle una pequeña luz de calidad de vida, diversos grupos en “favor de la
vida” sostienen argumentos en los que la mujer como tal no tiene ninguna
presencia. El mero envase en el que se convierte la mujer le resta cualquier
derecho para poder planificar su vida, muchas veces destrozada por momentos
dolorosos que les toca vivir: acoso familiar (padres, tíos o primos que
embarazan a una menor aterrada), violación o prostitución. Hasta donde yo sé,
la familia planifica la prole que va a tener. Es un acuerdo en común que le
permite a la pareja poder ofrecerle al hijo que venga no solo amor, sino
calidad de vida y condiciones para su desarrollo. Esto es lo óptimo, sentido
común, sensatez. Pero las situaciones duras que proliferan en nuestras
sociedades muestran la verdadera cara del horror para miles de mujeres indefensas
no solo previo o durante un ataque que vulnere sus condiciones mínimas de
seguridad y respeto, sino también tras los ataques de cualquier índole. Por
ejemplo, una mujer violada no solo recibe una asistencia mediocre o nula por
parte de las autoridades competentes, sino que llegan a culpar a la víctima de
ser la propiciadora de la situación. Podemos extender esta situación delicada a
los casos de pederastia. Tanto así que incluso ha habido y hay autoridades
eclesiásticas que emiten juicios derivando la culpa a la mujer y al niño de ser
los incitadores de la violación. El mito de Eva ad aeternum. La iglesia,
alarmada por esta impactante realidad, ha comenzado lentamente a reaccionar. Es
algo.
Pero
lo más preocupante, alarmante es saber que muchas de las personas que claman
defender la vida, posteriormente se desentienden totalmente del niño y la
mujer. Les cierran todas las posibilidades de soñar por algo mejor. No apoyan
causas para acoger niños nacidos bajo estas condiciones; no apoyan en crear
centros de apoyo psicológico para mujeres en riesgo; no fomentan una
transparente educación sexual en los colegios para que tanto niños y niñas,
futuros hombres y mujeres, conozcan su cuerpo, sus riesgos y posibilidades. Deberían
ser los promotores de crear condiciones para una mejor calidad de vida. Hay que
oír el descontento de la gente. Irónico es saber que muchos de esos defensores
de la vida apoyan causas como la institucionalización de la pena de muerte, son homofóbicos o
promueven la xenofobia pidiendo la expulsión de venezolanos que llegaron
buscando una vida mejor.