Alguna vez Bárbara Wong me había enviado por correo un power point que mostraba un puente colgante que descollaba sobre las nubes; era una suerte de navío en un océano blanco con grandes velas que eran los postes de este puente. Recuerdo que ese correo que envió a un pequeño grupo de sus amigos, ella nos invitaba a viajar.
Llegaba a mi último día de permanencia con mis amigos en el sur de Francia. Este último día iba a ir a visitar un lugar que había identificado vagamente, pero que iban a ser testigo directo de esta notable obra de ingeniería: el puente de Millau. El día anterior había acordado Daniel con Melissa que él me llevara a ver esta simpática ciudad sobre el Tarn para ver la feria que hacen en la plaza principal. Quizá allí pudiera hallar el soñado Asterix en occitano. Pero no iba a imaginar el sorprendente espectáculo del cual iba a ser testigo. Bordeando el Tarn nos fuimos acercando a la ciudad de Millau, cuando a la distancia ves unos postes inmensos que sostienen un altísimo puente, construido como parte de la autopista que une Marseille y Perpignan con París. Al trazar la carretera se encontraron con este extenso valle y había que hallar una solución con el fin de evitar el descenso y el posterior ascenso de vehículos. Muchos factores jugaron ahí: contaminación, seguridad, etc.
A diferencia de lo que sucede en nuestras carreteras que se ven pronto plagadas por gente que se instala para hacer su negocio y vida (la carretera Panamericana del Perú es un suplicio para la seguridad del vehículo y los pasajeros que van en él), las carreteras en Europa son seguras (en la medida de lo posible) y se hace todo en la medida que las grandes carreteras no entren a las ciudades, como debe ser. Este puente evita tocar y dañar este valle y los que les interesa conocerlo, tienen rutas alternativas. Cuando pasamos "bajo el puente" la sensación de inmensidad te abruma. Cada poste o pilar de concreto es más alto que la torre Eiffel.
Ya en Millau instalados con Daniel fuimos al mercado y ver cosas diversas y a almorzar en un restaurante árabe: quería comer un buen cus-cus y este restaurante ofrecía uno de los mejores. Seguimos en nuestra cacería y caminábamos por las calles de estas viejas ciudades medievales. Es increíble cómo aquí han sabido conservar su patrimonio , sea en las ciudades pequeñas como en las grandes; lo vi en París, como el Barrio Latino; lo vi en los pueblos que estuve en el sur de Francia. Es una cuestión de identidad y también ser ingenioso para hacer de su espacio un lugar rentable. En Trujillo una casa del siglo XVIII tiene muchas posibilidades de desaparecer del mapa, aquí es un edificio para restaurar e integrarlo a un circuito mayor cultural y económico. Aquí luchamos por hacer una ruta moche y colonial, pero la indolencia de la gente es mayor que el entender sus posibilidades. Educación es una palabra peligrosa, pues esta ayudaría a combatir la estupidez humana.
Dejamos Millau e inicio el retorno. Melissa me espera pues voy con ella a Rodez a casa de Isabel y de ahí partir en tren nocturno a París. El viaje fue breve y me iba despidiendo mentalmente de los espacios que veía.
Melissa ya estaba lista y preparamos nuestras cosas para partir. Un cálido abrazo con Daniel marcó mi despedida hasta una nueva oportunidad. Melissa me iba a dar una sorpresa más: íbamos a pasar por el puente de Millau. Por la mañana, con Daniel, lo había visto por abajo; ahora Melissa me hacía el tour aéreo para ver el puente, su anchura y largura. Genial.
Tomamos el camino para Rodez, tuvimos un pequeño percance con la tarjeta de Melissa a la hora del pago; y otro cuando nos enteramos que en el apuro de salir, Melissa había olvidado su celular en un saco en casa de Daniel. Pero todo tiene solución: una llamada a Daniel nos permitió respirar tranquilos para poder llamar a Isabel y ubicar su casa.
Isabel nos esperaba ya con una deliciosa sopa casera y los quesos consabidos. Melissa me envió mis libros; gracias a su ayuda pude aligerar mi peso para poder seguir rumbo a París primero y luego a Berlín.