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Trujillo, La Libertad, Peru
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domingo, 19 de enero de 2014

VISITA AL VIÑEDO DE FRANCIA

El verano del 2013 fue para mí todo un descubrimiento europeo. Las anteriores oportunidades que había visitado Europa, siempre lo había hecho en invierno. Las ciudades y el paisaje eran oscuras y frías, contrarrestado todo con la belleza y la historia que cargan las mismas. El brillo solar y el calor hacen que la gente viva en las calles y las plazas para aprovechar los largos días que trae el verano. Era muy gracioso ver en París que tiendas y negocios cerraban a las 7 de la “noche” en pleno esplendor solar. Pero también caminar bajo el sol tiene sus consecuencias. Nada es perfecto en esta vida. Ya instalado en Rodez en casa de Isabelle y antes de partir a España para el curso en Jaca, visitamos los alrededores de esta bella zona. El Aveyron es totalmente diferente en verano. Se ven los campos fértiles, listos para las cosechas de agosto. Pero, no todo es perfecto, los agricultores utilizan el abono natural, esto es, estiércol; por esa razón, hay un abundante enjambre de moscas que pululan por todas partes. Y también grandes bandadas de golondrinas que vuelan cerca de estos enjambres para tener un banquete con los molestosos insectos. Habíamos quedado ese sábado, luego de haber estado en Conques, encontrarnos con Olivier para almorzar y luego ir a Cahors para ver la antigua iglesia. Pero antes, Isabelle me llevó a un lugar insospechado: Figeac. Es una pequeña población, fuera de los límites del Aveyron, ya en el Dpto. de Lot. Es muy pequeña, no más de diez mil personas (se incrementa en verano por los visitantes), que tiene poco atractivo arquitectónico, pero sí histórico. En la ciudad no hubo acontecimiento relevante para la historia de la Francia moderna, pero sí para la arqueología mundial: es la cuna de Jacques-Joseph Champollion, quien nación en 1790. Así que nos fuimos a conocer su casa, actualmente convertida en un museo extraordinario de cuatro plantas. Desde afuera de la casa, frente a la plaza que se halla frente a la misma, vimos los carteles que anunciaban la exposición. Cerca de ahí hay una imitación, muy grande, de la famosa piedra rosette, la que se halla en el Museo
Británico. Nos dirigimos a ver  la misma y se halla en el suelo de una pequeña plaza, hecha como un recodo en una estrecha calle que va al costado de la casa. La estructura urbana del lugar se ha conservado. Las calles están como lo estuvieron en los últimos doscientos años y, espero, estarán así por muchos más. Los franceses son muy celosos de la conservación de su patrimonio, además que significa la motivación, movilización y el ingreso que hace de Francia una de las potencias del mundo: el turismo. Ojalá en el Perú veamos a largo plazo lo que significa tener patrimonio y no derrocharlo como lo han hecho muchos irresponsables, sea por inacción o por acción dolosa. En fin. Terminada la breve visita a la maqueta, nos fuimos al museo. Cuatro plantas en una casa que de afuera vemos solo dos pisos: interesante intervención arquitectónica, fuera de la dinámica y atractiva museografía del local. El museo cuenta con siete salas; una dedicada exclusivamente a Champollion y su actividad en Egipto. La sala cuenta con apuntes originales del egiptólogo y lingüista que trataba de descifrar los jeroglíficos. Hay cartas a su hermano en las que reflexiona sobre su viaje y las penurias de la distancia. Hay fragmentos de estatuas, de vendajes, de momias, un sarcófago. Es un verdadero viaje a la historia, al pasado, a las lenguas comparadas, a la hermenéutica textual, a la arqueología. Las demás salas (de haber sido el jovencito que estaba en las aulas de lingüística en la PUCP, hubiera desmayado o entrado en éxtasis) muestran la evolución de las diversas escrituras del mundo y, con ellas, el desarrollo del intelecto humano a través de la palabra escrita, hasta nuestros días. De manera didáctica, nos invita a reflexionar sobre ese momento en que el hombre realizó un trazo para crear la primera abstracción de un sonido, de una palabra o de una idea: ¿Cuándo, cómo? Y desde ahí, la aventura intelectual que nos permitió contar las piezas de ganado, preservar la historia, narrar, crear cuentos, crear jurisdicción, escribir libros religiosos. Esa capacidad de abstracción que en algún planteó Engels en su pequeño e inconcluso tratado “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, cuando el hombre comenzó a manipular una herramienta y que sintetiza increíblemente Stanley Kubrick en 2001, esa capacidad es la que vemos a lo largo de las otras seis salas: el nacimiento de la escritura, los alfabetos, el libro, el conocimiento y el poder ciudadano, y las nuevas tendencias. Un viaje contundente de la humanidad.
Cargados de  historia, fuimos a buscar a Olivier y almorzamos en Cajarc. El calor apretaba. Un delicioso almuerzo me levantó para continuar con el viaje hacia la zona de viñedos y tierra de los ancestros de Maxime, nuestro actual Director en la Alianza Francesa. Cahors es la capital de la provincia de Quercy en el Midi-Pyrénées, zona de cátaros y de buen vino, así como de buena comida. Pero el objetivo que había focalizado Isabelle era su catedral. La ciudad tuvo un esplendor en el siglo XIII, pero bajo el dominio de los ingleses, cayó en la ruina. Previamente había sido invadida por los musulmanes, por lo que se fortificó la ciudad (¿Qué ciudad antigua de Europa no era fortificada?) y se construyó un puente con un detalle: un diablo que fue capturado y que yace colgado de una de las paredes de este viejo puente.
Pero su catedral es muy interesante. Está dedicada a San Esteban y fue hecha en el siglo X y tiene muchos detalles románicos (como su pesada portada y su portal, aunque no respeta la estructura de una iglesia como tal), bizantinos (una inmensa cúpula como no he visto en otras iglesias de la zona) y góticas. La construcción es imponente y logramos ingresar a su claustro, el cual sí es gótico, dedicado a Saint Étienne. La estructura es alta y bastante oscura, pese a sus vitrales.

Salimos de la iglesia y seguí los consejos de Olivier e Isabelle: comprar ropa ligera y un par de sandalias. Como las tiendas estaban en remates (soldes), seguí mi espíritu consumista. Antes de visitar a la familia del difunto esposo de Isabelle, nos fuimos a ver el simpático puente. Ahí estaba, tan viejo y con historia como cuando fue edificado en el siglo XIII. Una visita radiante bajo el sol francés de este verano caluroso.


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