El verano del 2013 fue para mí todo un descubrimiento europeo. Las
anteriores oportunidades que había visitado Europa, siempre lo había hecho en
invierno. Las ciudades y el paisaje eran oscuras y frías, contrarrestado todo
con la belleza y la historia que cargan las mismas. El brillo solar y el calor
hacen que la gente viva en las calles y las plazas para aprovechar los largos
días que trae el verano. Era muy gracioso ver en París que tiendas y negocios
cerraban a las 7 de la “noche” en pleno esplendor solar. Pero también caminar
bajo el sol tiene sus consecuencias. Nada es perfecto en esta vida. Ya
instalado en Rodez en casa de Isabelle y antes de partir a España para el curso
en Jaca, visitamos los alrededores de esta bella zona. El Aveyron es totalmente
diferente en verano. Se ven los campos fértiles, listos para las cosechas de
agosto. Pero, no todo es perfecto, los agricultores utilizan el abono natural, esto
es, estiércol; por esa razón, hay un abundante enjambre de moscas que pululan
por todas partes. Y también grandes bandadas de golondrinas que vuelan cerca de
estos enjambres para tener un banquete con los molestosos insectos. Habíamos
quedado ese sábado, luego de haber estado en Conques, encontrarnos con Olivier
para almorzar y luego ir a Cahors para ver la antigua iglesia. Pero antes, Isabelle
me llevó a un lugar insospechado: Figeac. Es una pequeña población, fuera de
los límites del Aveyron, ya en el Dpto. de Lot. Es muy pequeña, no más de diez
mil personas (se incrementa en verano por los visitantes), que tiene poco
atractivo arquitectónico, pero sí histórico. En la ciudad no hubo
acontecimiento relevante para la historia de la Francia moderna, pero sí para
la arqueología mundial: es la cuna de Jacques-Joseph Champollion, quien nación
en 1790. Así que nos fuimos a conocer su casa, actualmente convertida en un
museo extraordinario de cuatro plantas. Desde afuera de la casa, frente a la
plaza que se halla frente a la misma, vimos los carteles que anunciaban la
exposición. Cerca de ahí hay una imitación, muy grande, de la famosa piedra rosette,
la que se halla en el Museo
Británico. Nos dirigimos a ver la misma y se halla en el suelo de una
pequeña plaza, hecha como un recodo en una estrecha calle que va al costado de
la casa. La estructura urbana del lugar se ha conservado. Las calles están como
lo estuvieron en los últimos doscientos años y, espero, estarán así por muchos
más. Los franceses son muy celosos de la conservación de su patrimonio, además
que significa la motivación, movilización y el ingreso que hace de Francia una
de las potencias del mundo: el turismo. Ojalá en el Perú veamos a largo plazo
lo que significa tener patrimonio y no derrocharlo como lo han hecho muchos
irresponsables, sea por inacción o por acción dolosa. En fin. Terminada la
breve visita a la maqueta, nos fuimos al museo. Cuatro plantas en una casa que
de afuera vemos solo dos pisos: interesante intervención arquitectónica, fuera
de la dinámica y atractiva museografía del local. El museo cuenta con siete
salas; una dedicada exclusivamente a Champollion y su actividad en Egipto. La
sala cuenta con apuntes originales del egiptólogo y lingüista que trataba de
descifrar los jeroglíficos. Hay cartas a su hermano en las que reflexiona sobre
su viaje y las penurias de la distancia. Hay fragmentos de estatuas, de
vendajes, de momias, un sarcófago. Es un verdadero viaje a la historia, al
pasado, a las lenguas comparadas, a la hermenéutica textual, a la arqueología.
Las demás salas (de haber sido el jovencito que estaba en las aulas de
lingüística en la PUCP, hubiera desmayado o entrado en éxtasis) muestran la
evolución de las diversas escrituras del mundo y, con ellas, el desarrollo del
intelecto humano a través de la palabra escrita, hasta nuestros días. De manera
didáctica, nos invita a reflexionar sobre ese momento en que el hombre realizó
un trazo para crear la primera abstracción de un sonido, de una palabra o de
una idea: ¿Cuándo, cómo? Y desde ahí, la aventura intelectual que nos permitió
contar las piezas de ganado, preservar la historia, narrar, crear cuentos,
crear jurisdicción, escribir libros religiosos. Esa capacidad de abstracción
que en algún planteó Engels en su pequeño e inconcluso tratado “El papel del
trabajo en la transformación del mono en hombre”, cuando el hombre comenzó a
manipular una herramienta y que sintetiza increíblemente Stanley Kubrick en
2001, esa capacidad es la que vemos a lo largo de las otras seis salas: el
nacimiento de la escritura, los alfabetos, el libro, el conocimiento y el poder
ciudadano, y las nuevas tendencias. Un viaje contundente de la humanidad.
Cargados de historia, fuimos a
buscar a Olivier y almorzamos en Cajarc. El calor apretaba. Un delicioso
almuerzo me levantó para continuar con el viaje hacia la zona de viñedos y
tierra de los ancestros de Maxime, nuestro actual Director en la Alianza Francesa.
Cahors es la capital de la provincia de Quercy en el Midi-Pyrénées, zona de
cátaros y de buen vino, así como de buena comida. Pero el objetivo que había
focalizado Isabelle era su catedral. La ciudad tuvo un esplendor en el siglo
XIII, pero bajo el dominio de los ingleses, cayó en la ruina. Previamente había
sido invadida por los musulmanes, por lo que se fortificó la ciudad (¿Qué
ciudad antigua de Europa no era fortificada?) y se construyó un puente con un
detalle: un diablo que fue capturado y que yace colgado de una de las paredes
de este viejo puente.
Pero su catedral es muy interesante. Está dedicada a San
Esteban y fue hecha en el siglo X y tiene muchos detalles románicos (como su
pesada portada y su portal, aunque no respeta la estructura de una iglesia como
tal), bizantinos (una inmensa cúpula como no he visto en otras iglesias de la
zona) y góticas. La construcción es imponente y logramos ingresar a su
claustro, el cual sí es gótico, dedicado a Saint Étienne. La estructura es alta
y bastante oscura, pese a sus vitrales.
Salimos de la iglesia y seguí los consejos de Olivier e Isabelle:
comprar ropa ligera y un par de sandalias. Como las tiendas estaban en remates
(soldes), seguí mi espíritu consumista. Antes de visitar a la familia del
difunto esposo de Isabelle, nos fuimos a ver el simpático puente. Ahí estaba,
tan viejo y con historia como cuando fue edificado en el siglo XIII. Una visita
radiante bajo el sol francés de este verano caluroso.