22 de abril. Los seres humanos celebramos un día más a la tierra. Esta celebración, como decía Lipovetsky, es para recordar una acción o evento que queda como un acto memorial más que actitud que guíe nuestro quehacer cotidiano. Es cierto, la hipocresía humana conmemora a personas anónimas, héroes que encarnan ideales, o celebraciones simbólicas (religiosas, políticas, sociales, culturales, entre otras), cuyos contenidos han pasado a ser elementos de un museo figurado de voluntades humanas que no somos capaces de realizar. Admiramos a los héroes de la patria por su sacrificio a la colectividad, pero no somos capaces de contribuir con un aporte personal para hacer una mejor sociedad. Exaltamos las figuras religiosas por su compromiso con la humanidad, pero nuestros actos son permanente denigración de la misma. Y ahora venimos con la celebración de la tierra, que como la navidad, se está volviendo más en una actividad lucrativa para algunas instituciones que trabajan en esto (muchos organismos no gubernamentales, por ejemplo), más que liderar una marcha de concientización de la sociedad para generar el cambio. El panorama es claro y difícil, por lo tanto desmoralizador: el ser humano se ha vuelto un ser altamente depredador y destructor de espacios naturales. Es una especie basurera, perturbadora del medio ambiente, agresora de los seres que habitan cualquier espacio natural, incluidos otros congéneres. Es expansiva, exclusiva y no ha sido muy inteligente con el manejo de los recursos que dispone. Nuestro planeta tiene miles de lugares que muestran la acción perniciosa del ser humano en su expansión. Construimos entelequias mentales para asegurar el aprovechamiento de recursos naturales que no están en nuestro espacio natural inmediato para poder apoderarnos de él; la historia lo ha demostrado y la humanidad ha desarrollado su inteligencia para que en todo nivel sea validada esta posición del poseer a como dé lugar (desde el fisiológico - "razas superiores"- hasta el ético-religioso). El desarrollo del racismo encierra en sus raíces una justificación de la posesión de recursos que muchas veces no se hallaban “al alcance de la mano del hombre”. Interesante es la observación a la que se está llegando en nuestros días debido al abuso de los recursos naturales y la sobrepoblación humana; ya se habla de guerras más cruentas por la posesión de un recurso básico: el agua. En el desarrollo y crecimiento de las múltiples sociedades humanas, el orgullo de la especie se ha fundamentado desde las perspectivas religiosa, filosófica y artística: el hombre es el elegido de dios o de los dioses, o es la maravilla de la creación, o es la medida de todas las cosas. En el desarrollo judeocristiano y en la filosofía occidental, el hombre es la piedra de toque del universo. Quizá la expansión de la comunicación en lo que va del siglo XX y en el actual nos está abriendo un poco los ojos para darnos cuenta que hemos “metido la pata” muchas veces y que los daños son irreversibles, tenemos que cargar con ellos.
Pero, el mundo actual se reviste de hipocresía. La maquinaria de consumo no puede parar, ya que el sistema (como lo concebimos ahora) se ha vuelto la pesadilla necesaria; la humanidad ha caído en el hoyo de la estupidez para obstinarse en pensar que no tenemos otra opción. Nos hemos tornado unos alacranes bípedos inteligentes (?) que en su desesperación por salvarse pica con su aguijón a todo elemento que lo rodea, incluso a él mismo, casi un suicidio involuntario. Somos eso ahora, alacranes. Cuando los grupos de interés promueven estos llamados de consciencia no dejar de tener una carga fuerte de ironía y de conchudez, puesto que quieren lucrar a costa de personas que pueden tener la mejor voluntad, pero no encuentran las forma y/ o las acciones para apoyar esta causa. Así como hubo un Cioran para entender la desgracia humana y que su final inexorable es el suicidio (posición que no comparto), quizá haya necesidad de cierto Cioran para entender que nuestras causas pequeñas no servirán de nada, puesto que apagar una hora las luces del planeta no detendrá el deshielo de los polos, ni la acentuada escasez de agua, ni la desertificación de muchas zonas del planeta. Quizá sea necesario golpear directamente sobre la cabeza del alacrán bípedo para que reaccione. El hombre ha querido sentirse dueño del planeta y del universo (ahora ya lo quiere ser de la luna, pues tengo entendido que hay un tipo que ya declaró la luna como suya y que en caso de lotizarla, habría que hablar con él, algo así como lo que hicierion los conquistadores europeos con nuestras tierras sin preguntar a los dueños anteriores). Todas las ramas de la supra estructura nos dan la razón; el libro principal cristiano, la Biblia, permite al hombre adueñarse de la tierra, hacerla suya. Desde el siglo XV, el hombre comenzó a realizar varios cambios abruptos de su entorno. Cuando Felipe II mandó a tallar casi todos los bosques de España para construir la gran flota para derrotar a Isabel I de Inglaterra, dejó muchas partes de la península como territorio yermo. La explotación minera en América envenenó a miles de indígenas y extensas zonas como en Huancavelica (por la extracción del mercurio); así sucedió también en África y Asia. En nuestras selvas, la deforestación, sea por tala o por implantación de otro cultivo, ha arrasado bosques que contenía flora cuyas características medicinales nunca las llegaremos a conocer. Sea por la plantación de caucho o por construcción de carreteras, así como la extracción de madera, las selvas tropicales de Indonesia, África y América han sido el territorio de explotadores inhumanos que realizaron carnicerías hasta la fecha no del todo denunciadas (de esto se comenta en la novela “El Sueño del Celta” de MVLL, pero también en la obra extraordinaria "El Corazón de las Tinieblas" de Joseph Conrad). Algo de esto se retrata en el film Diamantes de Sangre, el cual lastimosamente se transforma en una intriga política con ribetes de un policial racista y que no llega a dar el mensaje necesario. Otro absurdo fue Avatar, que utilizó de excusa la consciencia ecológica para caer embobados en el 3D y el culto a las armas. Es mucho pedirle al sistema. Así pues, es una muestra del humano en toda su capacidad de "emprendimiento", como ahora se lo llama. Es un eufemismo para callar la vergüenza de la especie.
Recursos, recursos, recursos. A la búsqueda de ellos, así como Mr. Taylor, delicioso cuento de Augusto Monterroso, tiene que sacrificarse a sí mismo para satisfacer el sofisticado mercado de cabezas reducidas. Aquí nos toca a los peruanos un rol difícil que tendremos que jugar pronto. La cuenca costera adolece cada vez más de agua, pese a los grandes proyectos de irrigación que usan el líquido vital para regar plantas para ser consumidas fuera de nuestro ámbito geográfico. La población crece rápido, el agua se torna difícil de hallar y de pronto habrá que tomar decisiones políticas para ver quién la prioridad: el consumo humano (nosotros) o el consumo agrícola de exportación. Quizá seamos los nuevos Mr. Taylor.
¿Cuánto más nos dará la tierra o cuánto le podemos pedir? No hay equilibrio y esto genera graves problemas en los desequilibrados, o sea nosotros. Los ciclos de un espacio ecológico siguen sus procesos y se renuevan, ¿cuál o cuáles son los nuestros? ¿Estamos yendo bien o irremediablemente debemos ser arrasados del planeta? ¿Por qué demoramos en adoptar energías limpias en vez de las contaminantes? ¿O es que las hermanas petroleras todavía no encuentran la forma de adueñarse del sol? ¿Y si lo logran, qué nos pasará? Se habla de la cuenca del Amazonas como de zona estratégica de interés mundial, ¿quién les ha dado esa autoridad para declararlo así? ¿No deberían consultar a los dueños de esos territorios, o sea a nosotros?
Hay tantas preguntas que se me vienen a la cabeza por el día de la tierra. Tantas.
2 comentarios:
Sin duda comparto el mensaje de su artículo maestro Cailloma, somos nosotros los supuestos seres "racionales, pensantes y vivos", aveces como zombies nos dejamos llevar por factores disfrazados, nos equivocamos en valorar que es lo que de verdad significa la vida...
Gran problema éste, el del lograr el cambio de hábitos e incluso de sistema de la humanidad. Quizá sea bastante fatalista a lo Cioran.
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