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Trujillo, La Libertad, Peru
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sábado, 12 de marzo de 2011

LA BEAUTÉ DE TOULOUSE

























Si alguna ciudad siempre me llamó la atención por los elementos que la vinculaban era Toulouse. La evocaba mucho por el gran pintor que la lleva en su apellido, Henri de Toulouse - Lautrec, de origen noble y vinculado a esta zona, a Midi-Pyrénées (aunque el museo más bello de su obra se halla en Albi, sobre todo la exposición de sus notables afiches), luego, ya en el mundo de la música, siempre había escuchado de la orquesta del Capitolio de Toulouse, famoso por hacer interesantes representaciones operísticas, con un buen director como Michel Plasson, y es con la Ópera de París, los principales cultores de la cultura musical francesa (aunque también está el nuevo y bello local de la Ópera de Lyon).

Llegamos con Isabel un sábado lluvioso por una visita de horas a Toulouse, dejamos el auto en el estacionamiento de un súper mercado y de allí tomamos el metro, cómodo y rápido (algún día lo tendremos). Lo interesante es que las estaciones eran nombradas en occitano y francés. El occitano se escuchaba tan cerca al castellano, como al catalán. Históricamente esta zona rica en agricultura y en lo social y cultural, fue codiciada por muchos; en su espacio geográfico se desarrollaron los cátaros, los cuales fueron tratados como herejes y prácticamente destruidos durante la campaña de la cruzada albigense (por lo de la ciudad de Albi, donde está una bella iglesia que tiene murales que muestran esa triste masacre). Inocencio III y los reyes Capetos ambicionaron sus riquezas y tierras. Según la historia, (y depende cómo se la vea), fue la oportunidad de Francia de anexionarse estas tierras "eternamente". Y por todo el territorio ve trazos de los "Perfectos", "les parfaits". Una de mis metas es ir a Carcassone y Montségur, los monumentos cátaros por excelencia. El Conde de Toulouse, Raymond VI,  jugó un papel importante y su ciudad fue asediada entre 1217 al 19. Hace mucho tiempo ya.
En la ciudad hay mucha historia, llegamos por el capitolio hacia la plaza principal y de ahí, siempre guiado por Isabel, nos fuimos a Nuestra Señora de Taur, en homenaje a San Saturnino, cuya tumba estuvo en este lugar y después trasladado a la otra inmensa y bella iglesia: Saint Sernin. Taur viene de toro, animal que fue empleado para matar a Saturnino, uno de los primeros obispo de la ciudad, quien fue sentenciado a muerte por no haber hecho los sacrificios a los dioses. Saturnino fue atado al toro, quien fue picado y corrió con el cuerpo del santo hasta destrozarlo. Según dice la historia popular, la calle que une San Sernin y la plaza (Rue de Taur) fue la que transitó el toro. La iglesia es del siglo XIV, construcción posterior a una obra paleocristiana. La iglesia tiene detalles por todas partes de toros, recordando la muerte del santo. Lo malo es la penumbra en la que se les ve ahora. En realidad, lo hacen para que la luz artificial no dañe las pinturas o murales. Pero también está en el hecho de que los inviernos son oscuros y, pese a los vitrales colocados posteriormente, la luz es insuficiente. Peor en un  día lluvioso.
Sin embargo, pronto vería una recompensa. Antes de ir a un bello lugar, Isabel me dijo para ir a almorzar a un sitio simpático; en la parte superior del mercado principal se encuentran muchos restaurantes de pescado y otras delicatessen. Nos indicaron uno de los mejores, gracias a los datos de la nuera de Isabel, quien le indicó por teléfono. Y era cierto, comida extraordinaria, buen vino, langostinos, sopas de pescado y queso al estilo fondu, un plato fuerte a base de pescado en hierbas, mucho pan y quesos; luego un mousse de chocolate y un café para seguir adelante. En el trayecto a Saint Sernin, entramos a una pequeña librería y hallé una joya: Astérix en occitano. Lugar que voy de lengua variada, trato de hallar la versión de este cómic en lengua vernacular: ya lo tengo, fuera del francés y castellano obviamente, en alemán, hebreo, catalán, portugués, holandés, sueco, danés, húngaro, griego, inglés y hasta en latín, que lo conseguí en Alemania. Pero seguiré en mi búsqueda por más. Desde la librería hasta a Saint Sernin eran unos pasos, y me hallé con esta impresionante iglesia. Lo que uno ve de primera impresión es la torre campanario octogonal de 65 metros, en ladrillo. Ingresas a la iglesia y su distribución es como la de una cruz románica. Alta, amplia e iluminada por luz natural. Y luego quedaba visitar la cripta, en la que esta iglesia encierra sus tesoros. Tiene una interesante galería que tiene unos pequeños altares de "todos los santos" y que rodean posteriormente al altar mayor de la iglesia. Después de la visita a la cripta, decidimos salir por la "puerta principal", la cual no tiene torres principales y su portada es relativamente humilde en comparación con lo que uno halla en el interior. Allí me sucedió un percance: por ir con la cobertura abierta de mi cámara, una de las memorias de mi cámara se cayó descuidadamente. Felizmente uno de los encargados la había guardado y la pude recuperar cuando ya había dado todo por perdido.

























La visita breve a Toulouse iba a terminar con una "cerecita": el convento de los Jacobinos, de creación dominica. Santo Domingo estuvo y predicó en esta ciudad, donde fundará su congregación. Esta congregación ayudará a crear la universidad regida por ellos. Esta iglesia tiene unos bellos vitrales que dan una sensación  de paz y tranquilidad; en muchos aspectos, salvando tiempo y estilos me hizo recordar a los vitrales de Chagall en Zúrich o la Iglesia de la Dormición de la Virgen en Jerusalén, lugares en los que la luz filtrada por los vitrales te dan una sensación especial. Un poco, aunque bastante descuido, lo viví en una iglesia de Paita en Piura, que tiene unos bellos vitrales de Winthernitz.

Lo único que faltaba era ver esa bello claustro románico que esta iglesia tiene en su haber. Una belleza.
Lleno de arquitectura e historia, teníamos que irnos de Toulouse, pues teníamos un buen trecho hasta Graulhet para ir a ver los hermanos de Isabel y. luego, ir al concierto de Paco Ibáñez.
Un día redondo.






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