Los recientes sucesos acaecidos en nuestra ciudad ponen sobre el tapete
sobre la censura y la actividad artística de una sociedad. La censura es, según
la RAE, “la intervención que practica el censor en el contenido o en la forma
de una obra, atendiendo a razones ideológicas, morales o políticas”. Esta definición debe de ir acompañada
de criterios que te permitan establecer qué es censurable, puesto que la
ideología, la política e incluso los criterios morales van cambiando. Un
desnudo puede ser objeto de censura en el siglo XIII medieval o en una sociedad
religiosa extrema. El arte, la expresión más compleja del ser humano, le otorga
diversas oportunidades para su acercamiento: por placer estético y lúdico, por
hallar evasión, para conocer su realidad y coyuntura; y para “leer” la abierta
denuncia sobre algo injusto que atenta contra la esencia del ser humano. Es muy
difícil que la obra artística, de por sí polisémica, postergue una u otra de
estas funciones que suele tener el arte en una sociedad. El Quijote, por
ejemplo, es una obra que produce placer estético, que me permite conocer la
España retratada en la misma, que la puedo utilizar como distracción, pero que
también denuncia una serie de injusticias e irregularidades que pasaban en ese
entonces en la boca de los personajes creados. Tanto así que la censura le
había puesto el ojo por las observaciones que se emitían en dicha novela; se
salvó del Santo Oficio al haberse entendido que el personaje era un hombre “que
se le había secado el seso” por muchas lecturas inadecuadas. A lo largo de la
historia el arte ha sido un tema bastante complejo de cómo tratarlo. Aunque
muchos artistas usaron su ingenio para sobrevivir ante el poder político, religioso o económico de su época; varios de ellos o su obra
terminaron siendo pasto de llamas o enviados al exilio e incluso ostracismo. La
Italia renacentista conoció a un personaje oscuro como lo fue Savonarola, quien
no solo persiguió a artistas, sino que quemó sus obras de arte. La Alemania de
Hitler vio grandes piras conformadas por libros de autores y escritores judíos,
comunistas o socialistas; así como condenó a la oscuridad a músicos judíos,
demócratas o comunistas como Kurt Weill, Thomas Mann o Bertold Brecht. Stalin avasalló
a músicos como Shostakovitch o cineastas como Serguei Eisenstein. La Argentina
de los militares y su ala secreta, la triple A, condenó al exilio a personas
como Mercedes Sosa o Quino con su Mafalda, la niña inconformista que molestaba
mucho a los militares. El Chile de Pinochet mató a Víctor Jara y mandó al
exilio a muchos artistas, algunos de los cuales continuaron su obra en otros
países como el nuestro; así tenemos a la famosa bailarina y coreógrafa Hilda
Riveros, quien elevó la calidad del
grupo de danza moderna de Lima; o el maestro Mario Baeza quien elevó el nivel
musical del Conservatorio Regional de Trujillo.
La
censura económica y la política en una democracia formal son las más discretas:
la decisión de poner una exposición o no publicar un libro de calidad puede
tener algunos argumentos descabellados. Pero es una censura real y que impide
que el arte y sus diversas propuestas no prosperen o se borren, como lo que
hizo Castañeda con varios murales en Lima. Y todo apunta a que lo sucedido en Trujillo con la exposición de Álvaro Portales está en este nivel, pues raros argumentos han surgido para evitar armar una
exposición de arte gráfico, cuyo contenido ya había sido difundido y
socializado. A veces el desconocimiento de la obra global hace que algunas
decisiones sean bastante burdas y que desdibujan a las personas que la ejercen.
Esto pasó con diversas exposiciones como “20 años de historia en el Perú” o el
documental sueco Tempestad en los Andes, absurdamente censurado al pensar que
era una apología de Sendero, cuando en realidad era un documento que desnudaba
la crueldad y falsedad de los principales líderes de este nefasto movimiento.
La ignorancia es supina.
Sin
embargo, muchas veces también se han presentado ciertas irregularidades que se
convierten en un abuso por parte de autores que presentan obras de menor
calidad, irregulares o inconclusas, y que por razones obvias no son recibidas.
A veces las reacciones son inadecuadas, pues culpan de proceder de manera
unilateral (censura) por parte de los organizadores cuando quieren mantener un
trabajo serio y respetuoso al público en general. Este problema se ha
presentado en galerías, editoriales o salas de arte, teatro y música. Esto
obedece también a la poca profesionalización, preparación y compromiso personal
hacia su obra que cunde entre personas que se dedican a este complejo quehacer.