Domingo 15. Luego de una larga noche
celebrando al rey Momo o Ño Carnavalón, en un bonito pub llamado Arlequín,
decidimos ir a uno de los lugares que, a pesar de las muchas visitas que hice,
sigue siendo mágico: Cumbemayo. Lo he visitado en diferentes estaciones del
año, con un fuerte sol o bajo una persistente lluvia. Siempre tiene algo nuevo
que ofrecer. El día anterior, luego de haber sobrevivido al intento de ingreso
a la plaza de armas de varios grupos exaltados, fuimos a una agencia de viajes
localizada en la misma plaza. Así quedamos los tres en salir al día siguiente a
las 9 am. Nos levantamos temprano, tomamos desayuno y luego nos fuimos al
mercado a merodear por fruta y otras cosas. A las 10 de la mañana llegaban las
comparsas en su primera eliminación, por lo que había que salir del centro lo
más temprano posible para no quedarnos atascados. Ya la misma plaza estaba
parcialmente cerrada por lo que era prioritario dejar el centro para ir a
nuestro destino. Como de costumbre, la informalidad reina en este mundo del
turismo; el día anterior se nos había mostrado la foto del vehículo en el que
nos íbamos a desplazar y que la partida era puntual. Ni lo uno ni lo otro.
Fuimos en un minibús un poco viejo y salimos con casi media hora de retraso. Incluso
hubo un turista que iba de pie. La informalidad es fatal para uno de los
negocios que podría ayudar a Cajamarca a salir de su recesión y generar
interesantes cadenas de valor como restaurantes, tiendas de artesanía, todo
tipo de servicio, hoteles, eventos culturales, científicos y económicos.
Imagino grandes convenciones turísticas para poner en valor todas las riquezas
de Cajamarca, pero con esos servicios, todo lo trabajado cuidadosamente se
desplomaría tirando a la borda años de trabajo. El Carnaval rebasa de turistas
y estos andan un poco a la merced de varios inescrupulosos.
Comenzamos el ascenso. Nuestro guía
parecía simpático, pero luego comenzó a manejar datos que dejaban qué desear.
Encandiló a varios jóvenes que tenían poca noción de lo que iba diciendo.
Cuando comentó que Isabel de Portugal había financiado los viajes de Colón,
María, portuguesa ella, me dijo que se estaba rescribiendo la historia. Así que
nos dedicamos a ver el paisaje para evitar caer en las garras de la fantasía
pura. Hicimos un alto en el camino para ver Layzón, uno de los sitios
arqueológicos más antiguos de la zona. Como el acceso está aún prohibido, se
puede distinguir a lo lejos una pirámide
trunca, en proceso de desenterramiento. Según lo leído en el libro sencillo de
Julio Sarmiento y Tristán Ravines, este lugar era no solo un centro religioso,
sino, además, un espacio para intercambio comercial entre productos del valle
con la producción altoandina. El guía
tenía cierta razón: es un espacio que puede ofrecerse al turismo. Pero, valgan
verdades, depende qué turistas quieras llevar. He visto en Chanquillo, Áncash, cómo
alumnos de una promoción habían dejado sus “gratos recuerdos gráficos” en
algunos muros y tablones que ha colocado gente de arqueología de la PUCP para
su restauración. También una vista
espectacular de Cajamarca. Como Pacasmayo (y todas nuestras ciudades sin
excepción), se pueden ver muchas paredes sin enlucido y hay una cosa más
triste: la presencia más frecuente de calamina que reemplaza a las
tradicionales tejas. El día anterior habíamos visto en el museo del Complejo
Belén un patio lleno de tejas: ¿un cementerio de estas bellas producciones semi
artesanales? Lo que sí es cierto es que cada vez más se ve el brillo del zinc
de las calaminas en los techos cajamarquenses.
Aquí ya habíamos ascendido hasta
una altura un poco más de tres mil doscientos metros (Cajamarca está a 2750 m.s.m.)
y teníamos que ascender más. El camino hasta cierta altura se encuentra cercado
por diversos árboles, lo que le da buen atractivo. Cruzamos un sendero que era
camino inca y luego camino real. A lo lejos uno ya puede distinguir los Frailones,
inmensas rocas talladas por la erosión de deshielos y eólica, llamados así por
su parecido a los frailes. Esta zona tiene dos grandes intereses: geográfico y
arqueológico. El conjunto es impresionante. Han hecho un lugar de
interpretación, el cual ahora ya no se usa. En realidad, es una lástima que los
avances hechos en favor de varias actividades humanas como el turismo, la
historia y arqueología estén abandonados. Y es una interesante fuente de
recursos. Ese día el lugar se hallaba bastante abarrotado de turistas que
habían llegado de diversas partes del Perú y de afuera. Una previa información
de lo que íbamos a ver (he visto el lugar cuando estaba funcionando) hubiera
ayudado al viajero a apreciar más el valor de este lugar. Descendimos con el
grupo (éramos más de 30 personas) a diferentes ritmos. Lo más terrible de estos
viajes es hallarse con personas que no tienen la más mínima idea del lugar que
van a visitar: una señora cargaba un montón de cosas, entre ellas un perro de
peluche, para un lugar en el que se necesitan las manos libres. Otros viajeros,
jóvenes e inconscientes, no habían llevado casaca o cortavientos alguno; cuando
llovió se los veía consternados por su precipitada decisión.
La primera prueba
es cruzar un corto pasaje de dos metros, un pequeño túnel por el cual hay un
tramo totalmente oscuro. Luego de este paso, nos dimos con un puesto de
productos en los que los pobladores de la zona han instalado algunos servicios
como venta de choclos con queso. Delicia reparadora. Hay servicios higiénicos y
agua fresca. Es la última pascana. Luego comienzas a ascender un poco para ver
un corte que ha creado un mini valle por el cual atraviesa el sendero que va
hacia los restos arqueológicos: el acueducto y el santuario. Este lugar fue
formalmente estudiado por primera vez por Don Julio C. Tello, brillante hombre,
allá en 1937, luego de su descubrimiento por un notable de Cajamarca. Al final
del mini valle te topas con el acueducto. Este tiene una extensión de casi tres
kilómetros, tiene más de dos mil quinientos años y ¡aún se usa! Es una suerte
de acopiador de agua y deriva sus aguas hacia el Pacífico. Han aprovechado la
gravedad y principios físicos que han permitido que por cientos de décadas el
agua siga discurriendo. Tello limpió los canales y descubrió una maravilla (y
que abundan en la zona): petroglifos. Cajamarca, como región, tiene maravillas;
las he visto en Yonan (Gallito Ciego) y algunos en Callac Puma, donde hay más
pintura rupestre y es un antiguo lugar prehispánico. El canal está tallado
directamente en la roca de origen volcánico y el objetivo era derivar aguas
casi todas pluviales a Cajamarca. El tramo que se visita (y el más preservado)
tiene una extensión de 850 metros y es una maravilla de ingeniería antigua. Interesante
el comentario que hace Rogger Ravines en su libro Tecnología Andina en la
página 28 (IEP, 1978): “A lo largo de su recorrido, desde la quebrada del
Cumbe, hasta más o menos 1 km. de distancia de su origen se observan impecables
tramos pulidos, varios túneles y diversos puntos de aforo y control.” Y es
cierto. El pulido es extraordinario.
Pese a estar a más de 3500 metros, ya en
la Jalca, había vegetación con floración. Pero algo que no había visto antes es
la presencia masiva de pinos en el lugar con un riesgo bastante peligroso para
la integridad de este bello sitio: las raíces de este árbol se va abriendo paso
en las rocas con el peligro de colapsar esas magníficas estructuras naturales
e, incluso, pueden afectar a las construcciones arqueológicas como los canales.
Estos fueron limpiados en su mayoría, pero debe cuidarse frecuentemente, pues
tienen hongos y líquenes que no son tan “amables” con las piedras. Quisimos ir
al Santuario, pero no todos los viajeros fueron al ritmo y la lluvia había
arreciado un poco. Por esa razón, no lo pudimos visitar. Regresamos hacia el
bus que estaba estacionado ya en otro lugar para poder recoger a los exhaustos
viajeros. No nos olvidemos que la altura sí nos pasa factura.
Regresamos a Cajamarca y nos fuimos a
celebrar la Usha en casa de la tía de César. Una fiesta bella, bailamos con
gusto, trencitos, pese a la lluvia. Agua es vida. Los primos y tíos de César
nos ofrecían diversos tipos de macerados de diversas frutas. Una tentación
peligrosa. A cierta hora nos retiramos, ya que el paseo nos había agotado y
queríamos descansar. Más tarde nos encontramos con César que venía de lavarse
un poco de todo el talco que le habían tirado encima. Eran fiestas.
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