Las actividades de AEPE de esa semana tuvieron sus momentos de
esparcimiento con visitas a lugares destacados de Jaca y sus alrededores. Y
este verano ayudaba para permanecer al aire libre más que estar recluido en
nuestros aposentos. Luego de la visita del día lunes 22 a la antigua iglesia de
Jaca y su Museo Diocesano, el miércoles 24 íbamos a hacer una extensa visita
por la campiña y tres fueron los lugares escogidos: San Juan de la Peña, Ansó y
el monasterio de San Pedro en la pequeña ciudad de Siresa. Se quería ir,
inicialmente, hasta la selva de Oza, pero algunos contratiempos nos
imposibilitaron llegar a este último destino.
La primera visita fue a San Juan de la Peña y Monte Oroel (es un
conjunto). Este lugar es relevante para la historia aragonesa, fuera de contar
con unas vistas de zonas montañosas en las cuales se halla ubicado. Nuestro
primer destino fue el antiguo monasterio (o Real Monasterio) que se halla
enclavado en una roca (peña) que data del siglo X. En este antiguo monasterio
se enterraron reyes del linaje aragonés. Está muy ligado a leyendas y hazañas
históricas relacionadas a las luchas seculares contra los musulmanes. En sus
inicios era una cueva en la cual hallaron restos de un eremita que dedicó su
soledad y meditación a San Juan (típico de la edad media que luego erigieron
monasterio en medio del desierto como vi en Mar Saba en Israel). Los inicios de
la construcción de este bello monumento datan por el 1,020 y luego se va a
vincular a la vida política de la corona aragonesa, tanto así que se va a
convertir en su panteón oficial. Hubo dos grandes incendios (1494 y sobre todo
1675) que causaron su decadencia como recinto habitable y se desplaza hacia
monte Oroel, en el siglo XVII. El edificio antiguo es totalmente románico, las
columnas de su claustro lo demuestran que muestran seres fantásticos o relatos
de la Biblia, con unas imágenes bastante vivaces y con marcado movimiento. Pero
hay otras cosas notables como la iglesia prerrománica que se halla en la planta
inferior. Uno ingreso al monumento por la planta superior e inicia un recorrido
hasta un gran espacio cubierto, la iglesia superior románica, bella. Hay muchos
detalles que la ubican desde el punto de vista arquitectónico con la iglesia de Jaca. Luego de
haber visto este espacio, el guía nos llevó a la planta inferior para ver el
contraste con la iglesia prerrománica, llena de colores y restaurado con gusto
y cuidado. Luego fuimos a ver la sala de concilios. Pese a hacer calor en los
exteriores, el lugar era frío. Imagino cómo habrá sido vivir en ese lugar en
invierno, cuando estas instalaciones eran usadas. Volvimos a ascender para ver
con más detalles el panteón de los nobles (aquí se enterraba la nobleza
aragonesa, como una suerte de peregrinaje final) y parcialmente el interesante
panteón real. La iglesia fue adquiriendo gran relevancia, tanto así que la
declararon cuna del reino de Aragón. Además se convirtió en una parada obligatoria
del camino de Santiago, de la ruta que partía de Arles, vía Toulouse. Al ser el panteón de algunos reyes de Aragón,
y pese a ser literalmente abandonado luego del último incendio (que duró tres
días), el panteón fue restaurado y reformado en 1770. Luego pasamos a uno de
los lugares más bellos del conjunto: el claustro. Según la historia, en el
siglo XI se inicia una reforma benedictina (la orden que había recibido el
convento) y esta reforma contemplaba un claustro. Guarecido por la gran peña,
casi como un techo natural, se ven los restos de este notable patio, donde se
yerguen varias columnas. Algunas de estas columnas (las más dinámicas y reales, algunas
sonriendo) fueron talladas por un artista desconocido al cual lo llaman el
maestro de San Juan de la Peña o el maestro de Agüero, quien, parece ser, fue
maestro en otros monumentos que muestran su calidad como escultor y arquitecto.
Para cerrar la visita y luego pasar al museo del lugar, fuimos a ver una
capilla, ya gótica, de San Victorián. Pero, el claustro bien “vale una misa”.
Luego fuimos al museo de sitio para ver cómo era la vida en este monasterio.
Una vez terminada nuestra visita, nos fuimos hacia el Monasterio Nuevo.
Este “nuevo” conjunto se edificó casi en la parte superior de la peña a
partir de 1676 en la llanura de San Indalecio. Aparte de la grandiosidad del
monumento, está la portada de la iglesia, labrada con innumerables detalles,
típica muestra del barroco. El sitio fue abandonado la segunda década del siglo
XIX. Posteriormente este lugar fue rehabilitado para convertirse en diversos
centros de interpretación como el del Reino de Aragón y el del monasterio viejo
de San Juan de la Peña. La visita sí vale la pena hacerla, con su tiempo para ir
leyendo la profusa historia de este viejo espacio de la historia aragonesa, así
como la historia del reino. Cuando vamos ahondando vemos también la historia de
España y, con ello, la historia que nos va a tocar a nosotros, los
latinoamericanos. No en vano, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, los
reyes católicos, van a embarcarse en esa extraña empresa de ultramar. Y por
ello, escribo estas memorias de viaje en su lengua. Más aún, cuando acababa de
ver otra vez la serie Los Tudor y contemplo lo interesante que fue ese
personaje que fue Catalina de Aragón, primera esposa de Enrique VIII e hija de
estos reyes importantes para nuestra historia, muchas cosas de la vida pasada y
actual se hilvanan para entender este mundo. Por eso me gusta ver estos lugares
viejos, cargados de fantasmas y de recuerdos que se han extendido hasta
nuestros días en nuestras memorias, en nuestras palabras.
Terminada mi visita, regresé caminando hasta la estación en la que se
habían quedado los buses en el convento viejo. Ver el paisaje jacetanio fue
toda una recompensa. De ahí, todo el grupo se dirigió al almuerzo.
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