Tacna es una ciudad con la que
tengo ciertos vínculos entrañables. Viví en esa ciudad por casi tres meses en
1971, año en el que aún estaba en el colegio en Arequipa y mi padre me envió a
casa de un amigo de su infancia que trabajaba como médico en el Hospital
Regional de esa ciudad. El Dr. Arana y su esposa tenían fuera de su casa, cerca
al Hospital, una gran parcela de terreno de cultivo y ganadería en La Yarada;
además de una pequeña casa de playa en Boca del Río. En 1971, la ciudad era
pequeña y para mucha gente la meta de Tacna era como una pascana para pasar a
Arica en Chile. En 1993, hice un viaje a Bolivia y viajé en AeroPerú en un
vuelo que hacía una escala en Tacna antes de dirigirse a o retornar desde La
Paz. En mi retorno de aquel agosto de 1993, aproveché esa escala por un día y
medio para visitar nuevamente al Sr. Arana e ir a Arica a ver el Morro, comprar
algunos discos de música chilena (tipo Jaivas, Inti Illimani y otros), además
de algunos diarios y revistas. Tacna, en ese entonces, no tenía mucho que
ofrecer, salvo su siempre simpática plaza de armas y algún que otro rincón. No
más.
20 años después muchas cosas han
cambiado. La ciudad tiene un dinamismo notable y la población se ha duplicado
de manera cuantiosa como lo comentaron amigos que viven en Tacna ya hace varios
años. No sólo el comercio es el que ha crecido (lastimosamente la informalidad
se ve por todas partes), sino una serie de servicios que se ofrecen a cientos
de turistas chilenos que pueblan sus hoteles, restaurantes, calles y casinos. Tacna
vive de ese comercio que lo caracteriza como cualquier ciudad de frontera; pero
también puede ofrecer muchas más cosas que sólo ir a comprar contrabando,
artículos libres de impuestos, vehículos de segunda mano o piratería. Puede
ofrecer mucho más, pero aún está fuertemente vinculada a esa actividad. Digo
esto, puesto que muchos elementos arquitectónicos de la ciudad bonita que solía
ser en los 70 (como la recordaba) están siendo demolidos para dar paso a centros
comerciales de negocios irregulares que afean una alameda que recuerdo como uno
de los más bellos lugares de la ciudad (y que hubiese sido la envidia de
cualquier ciudad): la alameda Bolognesi. Tacna en los 70 era una ciudad con
bellas casas amplias de inicios de siglo, el XX, e incluso algunas de la época
de la ocupación; también solía haber casas con techos de estilo mojinete, muy
frecuentes en esta zona, y también Moquegua, que alternaban con esas inmensas
mansiones. La alameda se está poblando de edificios neutrales como pabellones
que han ido desplazando la tranquilidad de esta amplia avenida bajo cuyas
losetas se halla en río Caplina (está canalizado). Vi con tristeza muchas casas
derruidas que esperan su final irremediable. Lo que sí se ha salvado a esta
vorágine son las palmeras, un símbolo distintivo de este paseo y de la ciudad
misma. Lo interesante es que el paseo de palmeras se extiende más allá de los
límites y llega hasta sus distritos. La expansión urbana de Tacna es
sorprendente: el primer día fuimos hacia Pocollay, nombre aimara que significa
“tierra de pukos u ollas”, una zona que ya es totalmente residencial, bastante
bien urbanizada y perteneciente prácticamente al casco urbano tacneño. Aquí
hicimos la visita a un viñedo y sus generosos productos: piscos, macerados y
vinos. Tacna es un valle con viñedos y olivares (sus aceitunas son de excelente
calidad) que tuvieron un auge notable hasta antes de la guerra con Chile. En
los últimos años, y gracias al boom gastronómico, los viñedos y bodegas
productoras de pisco, sobretodo, han permitido revalorizar su trabajo y han
mejorado en calidad los derivados de la vid. Aún falta mejorar el vino, pero ya
hay un camino trazado que Tacna no debe descuidar. Hay paquetes turísticos que
ofrecen “la ruta del pisco”, pero hay que tener un poco de cuidado, puesto que
luego de varias visitas y catas terminas medio borracho. Luego de la visita a
esta bodega, El huerto de mi amada, nos dirigimos a Pachía que se encuentra a unos 17 kilómetros de la
ciudad. Pachía es una pequeña distrito que ya su ubica en altura (¡1,095
m.s.n.m.!) y comenzamos a sentir un poco
de frío. La zona es muy buena contra enfermedades pulmonares y tiene un
hospicio para aquellas personas que quieren mejorar su salud, regentado por
monjas. Contaba el guía que muchos chilenos ya mayores han hallado en este
lugar el sitio ideal para descansar y mejorar su calidad de vida en la vejez.
Tiene una pequeña iglesia, San José, reconstruida por la comunidad misma y
posee aún algunas casas con el estilo mojinete; incluso se ven construcciones
modernas que imitan este estilo de edificar los techos. Esta zona fue un lugar
de intenso tránsito comercial que ve su esplendor en la colonia, cuando era vía
obligada del comercio de Potosí, sus famosas minas de plata, con Arica. En
1843, durante las guerras entre Castilla y Vivanco fue momentáneamente capital
del Perú (interesante), pero tuvo corta duración. Fue una corta visita a este
simpático lugar, puesto que nos dirigíamos a Miculla, un lugar para la imaginación.
Miculla tiene dos atractivos: una
extensa área cubierta de petroglifos (y aun hay geoglifos, como comentaba
nuestro guía) en un espacio de 42 ha. Y los baños termales que se hallan muy
cerca, a los cuales llaman Calientes. El primer atractivo amerita una visita
más extensa, ya que vale la pena hacer una buena caminata para ver las piedras
con dibujos hechos desde tiempos inmemorables (preinca). Algunos investigadores
calculan más de 1500 piedras que tienen diversas y variadas manifestaciones, hasta
las más discretas. Se llega a una suerte de museo de sitio, en el cual podemos
ver varias piedras en excelente estado que muestran dibujos de los más
diversos, zoomorfos, antropomorfos, algunos mostrando cacerías o rebaños;
algunos, quizá, danzas; algunos tienen referencia astronómica. Las hipótesis
son varias. Como teníamos poco tiempo y se avizoraba una lluvia, la visita se
redujo a ver el complejo de sitio y hacer una breve caminata hacia un puente
colgante (para muchos de los jóvenes fue lo más atractivo), lugar que es
simpático (fue construido por el ejército, ya que esta zona pertenecía a esta
fuerza armada), seguro, pero que no deja de tener sus riesgos. Una vez cruzado
el puente y como se veía que la gente estaba fascinada con cruzarlo y balancearse,
pedí al guía si podía ir a uno de los observadores cercanos para tener una
mejor visión e idea del lugar: es impresionante. Contemplas desde uno de los
miradores ese espacio árido que, según algunos historiadores, fue un gran
centro ceremonial de culto al agua y a la fertilidad. Sorprende esta teoría por
ser en la actualidad una zona árida; pero, como zona desértica, en temporadas
de lluvias quizá esto cambie. No lejos de allí se halla en río Caplina. Una vez
culminada nuestra visita y con escampando la lluvia, nos dirigimos a Calientes,
los baños termales, lugar en el que hicimos una buena pausa. Como había bajado
del avión y tomado el tour, no había almorzado, así que aproveché para comer
algo sostenido en una de sus numerosas pascanas del lugar. Pedí un choclo con
queso y un picante del lugar, a base de mondongo. Media hora después estábamos
de vuelta a Tacna. El cielo ya se iba oscureciendo y llegamos a la ciudad
promediando las 7 de la noche. Quedé con un amigo de colegio para cenar, y así
lo hicimos. Tacna tiene una buena oferta gastronómica. Como José Castro, mi amigo, es
un médico muy conocido de la ciudad, me sugirió algunos lugares y decidimos
comer una buena parrillada en un restaurante de unos argentinos que nos
sirvieron de manera prodigiosa, todo rociado con buenos vinos. Nos acompañó su
hija menor y su enamorado. Luego de la opípara cena, José me llevó a ver la
extensa ciudad en la que se ha convertido Tacna. Tiene su baipás, extensas y
cómodas avenidas que conectan con diversos barrios nuevos de la ciudad y me
llevó a ver un nuevo estadio en edificación. Cuando lo vi, pensaba que ese era
el ideal para Trujillo y sus próximos Bolivarianos. Sueños de opio. Una cosa
que me llamó poderosamente la atención de esta ciudad es el tránsito. Es
muchísimo más ordenado. Los choferes respetan el semáforo, la cebra peatonal,
el derecho al ingreso de un óvalo, el uso del claxon. La influencia y la
frecuencia de autos chilenos en el tránsito de esta ciudad han dado sus frutos.
No quiero decir que no haya desadaptados por sus calles y carreteras, pero el
respeto a las reglas es mucho más evidente. Es una notable influencia que
caería de perillas en nuestras ciudades caóticas.
José fue a dejarme a mi hotel en
plena Plaza de Armas. Así terminé mi primer día en Tacna.
1 comentario:
Aun te falta mucho por conocer de Tacna, espero que en una proxima visita tengas mas tiempo para salir a Palca, Tarata, Candarave y Jorge Basadre...
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