El 14 de julio no es sólo una fiesta importante para Francia. Lo es para toda la humanidad. La toma de una lúgubre prisión precipitó una serie de hechos que provocarían cambios transcendentales para el ser humano. Aunque sus inicios fueron violentos y traumáticos (qué revolución no lo es), este evento abrió una ventana de esperanza para los hombres en la búsqueda de una sociedad más justa y un mundo mejor que todos los seres humanos soñamos y esperamos llegue. Desde el siglo XVI, el pensamiento europeo estaba en la búsqueda de una racionalidad que permitiese conocer los problemas de este mundo y sus soluciones: problemas físicos, matemáticos, sociales. El hombre europeo había visto cambiar su mundo físico de un planeta plano a uno redondo y tenía que enfrentarse a este primer gran proceso de globalización con herramientas para entender un espacio físico y mental que tenía delante de sí. Necesitaba libertad para pensar, pero una libertad para no hacer lo que le plazca sino en un espacio de fraternidad, tan ansiada por hombres de buena voluntad en nuestros días, e igualdad; esto es, el respeto a los demás en sus diferencias, en sus intereses, en sus sueños. He aquí el gran paso que dio la Humanidad ese 14 de julio de 1789. Se dio cuenta de que podía crear un mundo en que la justicia sea la verdadera diosa que guíe a los hombres, no importando su credo, raza, opción o lengua. En este nuevo mundo, el individuo no pasaba a ser un ente aislado, sino integrado a una sociedad que lo cobija y lo protege, que lo educa y lo alimenta, lo divierte y le da las herramientas para sus sueños. Y él, el nuevo hombre, también asume varias responsabilidades para convertirse en un ser social. Todo esto viene a ser una de los más grandes logros del pensamiento del hombre: la famosa Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
El viaje a esta obra maestra de la humanidad del siglo XVIII fue larga y tortuosa, pero engendrada ya desde el Medioevo, cuando se crearon los centros de estudios y algunas condiciones históricas. También la expansión del hombre para conocer sus recursos, su medio, le permitió ir conociendo que muchas veces algunos dogmas no eran del todo ciertos. El hombre recibió más luces con el descubrimiento del nuevo mundo, nuestro mundo. Allí encontraron culturas que les abrieron más los ojos ante ese gran dilema que tenía ante sí: el de ser libre y dueño de sus actos. Una suerte de adolescencia final para llegar a una madurez sobria. Esa madurez se ha de extender más allá de sus fronteras y recalaron en nuestras costas. Las ideas del Siglo de las Luces iban a comenzar a realizarse en nuestro Continente. Así los Estados Unidos de Norteamérica prácticamente hizo su constitución tomando como base la Declaración Universal. Toda América fue encendida por los revolucionarios de la iluminación. En la novela Rojo y Negro de Stendhal se habla de un militar peruano que habla de las luchas por nuestra Independencia y es oído por todo un grupo de intelectuales y burgueses en casa del marqués de La Mole. Francia había tenido (y tiene una predilección por nuestros países); en cierta manera, fuimos engendrados por el espíritu que nos dejaron hombres como Montesquieu, Rousseau, Voltaire, quienes fueron leídos por Francisco Miranda o Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, y tomada la posta por hombres como Sucre o Bolívar. Los primeros años de nuestra independencia fueron caóticos, pero en la construcción de nuestra identidad los primeros grandes aportes culturales no llegaron de los ingleses, pese a que habían ayudado a los independistas; sino de los franceses, con quienes había más similitudes culturales y religiosas. Así órdenes religiosas van a ir instalándose en nuestras ciudades para educar a los ciudadanos nuevos para un país nuevo; los recoletos, las monjas del Sagrado Corazón, entre otras varias instituciones fundan colegios; luego llegan misiones para las áreas de salud y seguridad. La policía y el ejército son reformados a la usanza francesa: incluso grados en la jerarquía militar pasan a tener denominación francesa. En los días aciagos de la guerra con Chile, hubo un contralmirante francés, George Bergasse du Petit Thouars, quien salvó a Lima de una destrucción atroz como ya le había acaecido a Chorrillos días antes.
Francia ha tenido siempre una presencia notable en nuestra sociedad y una evidencia de ello es nuestra Alianza Francesa, fundada hace 48 años, para resaltar esa amistad franco-peruana, así como ofrecer a la comunidad en la que se instala no sólo la enseñanza de su lengua, sino su cultura, sus avances en todos los campos de la ciencia y el arte. Y esa es nuestra misión, una suerte de ventana a la sociedad trujillana para abrir otras fronteras, pero también para hacer recordar a todos los trujillanos, a los que nos sentimos como tales, a todos los peruanos, a todos los hombres en general, que esta fecha no debe ser olvidada, como ya lo había planteado Lipovesky en cuanto a las efemérides; que el contenido significativo de su recuerdo sea la guía de cualquier acción de todos los hombres y mujeres libres para poder construir una sociedad más justa en el marco de la confraternidad que toda civilización debe tener.
GERARDO CAILLOMA
El viaje a esta obra maestra de la humanidad del siglo XVIII fue larga y tortuosa, pero engendrada ya desde el Medioevo, cuando se crearon los centros de estudios y algunas condiciones históricas. También la expansión del hombre para conocer sus recursos, su medio, le permitió ir conociendo que muchas veces algunos dogmas no eran del todo ciertos. El hombre recibió más luces con el descubrimiento del nuevo mundo, nuestro mundo. Allí encontraron culturas que les abrieron más los ojos ante ese gran dilema que tenía ante sí: el de ser libre y dueño de sus actos. Una suerte de adolescencia final para llegar a una madurez sobria. Esa madurez se ha de extender más allá de sus fronteras y recalaron en nuestras costas. Las ideas del Siglo de las Luces iban a comenzar a realizarse en nuestro Continente. Así los Estados Unidos de Norteamérica prácticamente hizo su constitución tomando como base la Declaración Universal. Toda América fue encendida por los revolucionarios de la iluminación. En la novela Rojo y Negro de Stendhal se habla de un militar peruano que habla de las luchas por nuestra Independencia y es oído por todo un grupo de intelectuales y burgueses en casa del marqués de La Mole. Francia había tenido (y tiene una predilección por nuestros países); en cierta manera, fuimos engendrados por el espíritu que nos dejaron hombres como Montesquieu, Rousseau, Voltaire, quienes fueron leídos por Francisco Miranda o Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, y tomada la posta por hombres como Sucre o Bolívar. Los primeros años de nuestra independencia fueron caóticos, pero en la construcción de nuestra identidad los primeros grandes aportes culturales no llegaron de los ingleses, pese a que habían ayudado a los independistas; sino de los franceses, con quienes había más similitudes culturales y religiosas. Así órdenes religiosas van a ir instalándose en nuestras ciudades para educar a los ciudadanos nuevos para un país nuevo; los recoletos, las monjas del Sagrado Corazón, entre otras varias instituciones fundan colegios; luego llegan misiones para las áreas de salud y seguridad. La policía y el ejército son reformados a la usanza francesa: incluso grados en la jerarquía militar pasan a tener denominación francesa. En los días aciagos de la guerra con Chile, hubo un contralmirante francés, George Bergasse du Petit Thouars, quien salvó a Lima de una destrucción atroz como ya le había acaecido a Chorrillos días antes.
Francia ha tenido siempre una presencia notable en nuestra sociedad y una evidencia de ello es nuestra Alianza Francesa, fundada hace 48 años, para resaltar esa amistad franco-peruana, así como ofrecer a la comunidad en la que se instala no sólo la enseñanza de su lengua, sino su cultura, sus avances en todos los campos de la ciencia y el arte. Y esa es nuestra misión, una suerte de ventana a la sociedad trujillana para abrir otras fronteras, pero también para hacer recordar a todos los trujillanos, a los que nos sentimos como tales, a todos los peruanos, a todos los hombres en general, que esta fecha no debe ser olvidada, como ya lo había planteado Lipovesky en cuanto a las efemérides; que el contenido significativo de su recuerdo sea la guía de cualquier acción de todos los hombres y mujeres libres para poder construir una sociedad más justa en el marco de la confraternidad que toda civilización debe tener.
GERARDO CAILLOMA
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