Sábado 26 y domingo 27 de diciembre. Viaje
relámpago a Chiclayo. Me había propuesto conocer una pequeña iglesia que me
había sido esquiva en cada visita: la simpática capilla La Verónica. Había
leído que las zonas más antiguas desde el punto de vista histórico social
acogen muchos recintos o espacios sacralizados. He ahí las huacas, construcciones
que abundan en esta Región. Recuerdo en mi niñez cuando íbamos a visitar a unos
parientes en Lambayeque ciudad desde Chiclayo, ciudad en la que pasábamos
largos meses de vacaciones (dos meses). En el corto trayecto (en ese entonces,
los años 60 me parecía interminable) recuerdo haber visto muchas huacas y
grandes dunas cubiertas con vegetación, en algunos casos. Ahora con la
autopista y la construcción, más la previa ampliación de la frontera agrícola,
todo eso ha desaparecido y no creo que se haya hecho un inventario de todo ese
patrimonio prehispánico (mejor, para así no sentir más pena por todo el daño
que le hemos hecho y hacemos a nuestro pasado). Y generalmente, en el proceso
de evangelización y cristianización, muchos religiosos ubicaban los nuevos
edificios cristianos sobre los lugares religiosos, sean huacas o apachetas. La
cantidad de capillas que hay en Lambayeque es inaudita. Y debo volver a lugares
como Mórrope o la pequeña capilla que se halla cerca de Túcume. O santuarios
como Motupe. Las iglesias como la de Lambayeque o Ferreñafe merecen una buena
visita. Pero La Verónica sí bien valió “una misa”.
Esta pequeña capilla queda en pleno centro
de Chiclayo. Felizmente no ha sido demolida como le pasó al bello convento franciscano, cuyos restos (arcos)
aún se pueden contemplar en la plaza de armas (según comentan, hay un proyecto
de restauración, pero espero no sea un Ripley o algo así). Sus orígenes se
pierden en el tiempo. Buscando más información al respecto, todo indica que no
existe un “acta” formal de su fundación. Y parece que era una capilla en
terreno de indios dedicada al culto mortuorio. Este terreno fue cedido a un
hombre rico, José Leonardo Chiclayo, apodado El calvo, quien edificó la capilla
inicial y la restauró varias veces.
Todo indica que en el terreno cedido se
halló un entierro (en realidad, en nuestro país, dónde no los hay). El edificio
que se visita ahora data del siglo XIX. Hay un banner cerca de la entrada que
da esa información (creo que lo deberían colocar exteriormente para que la
gente se informe más); la decoración es bastante sencilla. Cuenta con un altar
que presenta un retablo de yeso pintado en dorado y las hornacinas en las que
se hallan los santos son totalmente polícromas. Además tiene altares laterales
pequeños para destacar a una divinidad. Lo interesante es el techo, formado por
vigas de algarrobo, tradicional forma de construcción de la zona. El edificio
ha sido declarado monumento nacional. Y espero que respeten su condición como
tal. Recientemente hemos tenido la liberalización de muchas zonas arqueológicas
y arquitectónicas que han permitido a personas inescrupulosas intervenir o
demoler diversos lugares (Lima tiene varios casos) para activar la economía. En
realidad, Chiclayo debe trabajar sostenidamente en el concepto de turismo para
mejorar su ciudad, hacerla más ordenada, arreglar el caótico tráfico que tiene.
Ha habido buenos intentos de restauración y orden, pero se limita a un solo
espacio y no interviene lo demás. Y se pierde en barullo, la estridencia.
Decidimos, César y yo, ir a ver la
imponente basílica de San Antonio, iglesia más nueva del siglo XX, pero estaba
cerrada. Sin embargo optamos por visitar el viejo hospital Las Mercedes. Es una
construcción de casi 160 años y hace recordar al hospital Loayza en Lima y el
Goyeneche en Arequipa por presentar la misma arquitectura, aunque ambas
construcciones ya corresponden al siglo XX. He tratado de buscar la fecha de
construcción para ubicar en la historia las personas involucradas. Se sabe que
fue un proyecto de necesidad pública dado por una ley en 1851 en la época de Rufino Echenique,
antepasado de nuestro famoso escrito Alfredo Bryce. La capilla ha sido
modificada y se le ha agregado un piso más el cual es usado como depósito.
De aquí nos dirigimos a la catedral,
edificio construido bajo un diseño de uno de los arquitectos-ingenieros de moda
en el boom de la construcción del siglo XIX: Gustavo Eiffel. La iglesia solo se
concluyó en el siglo XX. No sé qué hubiera pasado si la antigua iglesia matriz
se hubiera preservado.
Para cerrar este corto viaje, nos fuimos a
ver uno de los lugares más interesantes del Perú, incluido en muchas guías
viajeras del exterior: el mercado Modelo. Otros lo llaman el mercado de los
brujos. Es un lugar fascinante. Insólitamente es ordenado y limpio, puedes
recorrer las galerías y los puestos buscando pócimas de amor, amarres, cura del
mal del ojo, etc. Todo un bagaje cultural alucinante y con las explicaciones
más simpáticas para diversas curas. Es una visita obligada. Ya apurados porque
nos íbamos a encontrar con una buena amiga para almorzar (Chiclayo tiene una de
las mejores gastronomías del Perú), recogimos nuestras cosas del hotel para ir
a un buen restaurante. Mórrope y Zaña me esperan.