Luego de casi 13 horas de vuelo directo, llegamos a Barajas. Era casi las 7 y media de la mañana, hora local (6 horas de diferencia con Perú); casi adormitados, salimos del avión para hacer el largo periplo a nuestras maletas. Tomamos un tren que une el lugar de llegada al terminal. Esto ya era todo un cambio a lo visto hace 15 años. Pese a todo el trayecto es largo, recogimos maletas y visé mi pasaporte; en el vuelo habíamos ido con un alumno de la Universidad en la que trabajo. En Lima casi perdimos el vuelo; en Madrid, casi pierdo mi maleta. En realidad, es bueno viajar con una sola maleta para poder desplazarte con rapidez, además tomas el metro, barato, y evitas ir en taxi. Con Olivier pensamos en ir a un hotel módico y céntrico, y hallamos uno a media cuadra del corazón madrileño, la Gran Vía, a dos cuadras del inmenso edificio de la Telefónica. Ideal. Previamente, comimos unos churros, pastelillos y un buen chocolate caliente para la fría mañana madrileña.
Olivier había estado en Madrid por una larga estancia y resultó ser un guía estupendo. Fuimos a ver los lugares que iban a impresionarme de sobremanera. Cerca de nuestro hotel estaba la estación de metro Callao; ya un poco repuestos y luego de un buen baño, salimos a caminar. Tomamos camino a la Plaza Mayor, previa visita a la Puerta del Sol. Habíamos cruzado el Monasterio de las Descalzas; además en el trayecto entramos en el remodelado Mercado San Miguel. Al verlo imaginé el Mercado Central de Trujillo puesto en valor de igual manera. Soñar no cuesta nada, pero frustra. Llegamos a la Plaza Mayor y nos encontramos con la estatua ecuestre de Felipe III, mis respetos, es el gestor de magnífica plaza. Sus galerías tienen diversas tiendas de libros, antigüedades, numismática y filatelia; esto me hizo recordar mis estampillas bastante olvidadas por mis nuevas responsabilidades y hurgué algunas colecciones que me hicieron recordar mis años mozos: allí estaba la colección de trajes típicos de España o las pinturas de los grandes maestros españoles como las de Sorolla. Salimos por una de las puertas laterales en dirección hacia la Plaza de la Villa. Cuando salíamos ya Olivier tarareaba la canción de Mecano Un año más, también la evoqué. Esa es la canción de Madrid. Íbamos cargando la historia.
En nuestra marcha, vimos el Palacio desde fuera. Para otra vez será. Cruzamos el Teatro Real, el cual no me impresionó mucho. Marchamos hacia la Puerta del Sol nuevamente y fuimos a nuestro hotel por una pausa. Un poco más tarde, trazamos nuestro nuevo objetivo: El Museo del Prado. De este ya he contado al respecto.
En la trayectoria nos apertrechamos con comida. Había que recargarnos de energías.
Ya salidos del Prado y bastante agotados, puesto que habíamos pasado una noche en blanco, decidimos regresar. Hicimos una pascana en un bar simpático y vi los recuerdos que había comprado. Ahora íbamos por libros, DVD y música. Madrid tiene una inmensa librería de origen francés: FNAC (la cual visité por segunda vez en mi segunda escala, cuando visité el Museo Reina Sofía), allí tu locura rebalsa: libros de historia, cómics, libros de cine, de todo. Filmes de maestros, clásicos y el cine nuevo mundial, música de todo el orbe. Bueno, seguí mis instintos consumistas (hay que hacerles caso de vez en cuando) y ataqué lo que pude. De pronto recordé lo del peso de las maletas: no libros, la melancolía inundó mi alma. Libros de fotografías, de historia, eran mucho peso para mi maleta y un gran dolor para mi alma. Compré varios cd (unos 10) y DVD de clásicos europeos (12), creo que calmó mis frustraciones. Lo interesante es que mucho de lo que compré en Perú cuesta el doble y, sobre todo, existen.
Con Olivier hicimos una visita a los bares simpáticos de Madrid; había recibido la invitación de un amigo suyo para comer al día siguiente. Por mi parte, había contactado con un amigo mío, Javier, en Madrid; pero el hecho de hallar un adaptador de tomacorriente para cargar la batería de mi cámara fotográfica me sacó de quicio. Aquí no hay ferreterías y el único lugar era el famoso Corte Inglés; pero no todos tienen el servicio de ferretería; iba de una tienda de la cadena a otra y no hallaba la misma. Luego que hallé una, no me sirvió ya que era otro modelo; busqué otro hasta que hallé. Esto debería haber advertido, se volvió una pesadilla. No había caído en cuenta de que en el Mercado libre del avión te venden uno de multiuso. En fin, así aprendes.
Hicimos una buena marcha nocturna, pero había que descansar. Al día siguiente, con mucha sed me levanté a buscar agua. Felizmente, cerca de ahí había una tienda de un señor oriental (chino de la esquina peruano) que tenía los pertrechos necesarios. Fuimos a desayunar unas pequeñas tapas y luego a la marcha.
Fuimos a la Plaza Mayor (era domingo, el 24 de enero) y era una fiesta, vendedores de estampillas, monedas, billetes, objetos exóticos: corre dinero. Algunos artistas ambulantes muestran su arte y habilidades. Antes de llegar a la plaza había comprado un libro sobre Madrid, de la colección Historia de la Fotografía (Madrid 1931-1939, II República y Guerra Civil), quería llevarme la mayor cantidad de libros. El peso. Antes de irnos al Mercado de El Rastro, me compré un raro cómic, de Luxley, con una fascinante historia que muestra el mundo al revés. El año 1191, el mundo europeo es invadido por los americanos, todos los pueblos, aztecas, mayas e incas, dirigidos por un inca vidente, asesino, cruel e injusto. Visión interesante. El texto tiene mucho de antirreligioso, (sobre todo católico), pero la visión que se tiene de los precolombinos es por demás alucinante. En fin.
En el Rastro, Olivier me dijo prestar atención por mis cosas, sobre todo mi cámara. Era la tentación. El Rastro es un mercado de pulgas, encuentras de todo, ahí encontré el regalo para mis amigas en Francia, bellos gatos tallados en madera. Ves de todo, como una boutique popular y gente de todas partes.
Antes de ir a encontrarnos con los amigos de Olivier, nos acercamos a ver la Puerta de Toledo.
Nos encontramos con los amigos de Olivier en la Puerta del Sol a la una en punto. Nos invitaron a comer en un restaurante de la ciudad; bello, acondicionado en una casa antigua, con instalaciones geniales, el restaurante fue todo un placer; entre vinos, quesos manchegos, tapas, calamares, hicimos una comida opípara. Una ciudad es bella por el estómago también. Madrid lo es.
Nuestro avión rumbo a París salía a las 6:30, así pues cancelamos nuestro hotel y nos fuimos a la estación de metro Callao para irnos al aeropuerto. Para viajar en metro, una maleta es ideal. Sano consejo, a menos que uno emule a Jesús y el calvario.
Salimos rumbo a París. Madrid me dejó con una buena sonrisa que se volvió alegría en mi segunda escala, cuando vi a muchos madrileños disfrazados por carnavales (era sábado 13 de febrero), un jolgorio por las calles de la ciudad que hacían olvidar el recio frío que azotaba la ciudad. El 14 dejé Madrid y dejé Europa.