El sábado 27, nos levantamos temprano para poder desayunar en el
restaurante de la Universidad. Pudimos compartir nuestras últimas
conversaciones con las personas que habíamos vivido cenas, conferencias,
talleres, visitas, viajes durante cinco días. Así nos fuimos despidiendo de
varios de ellos, de Elena (una rusa de Kazajstán que habla un perfecto
castellano), de Monika (una suiza que estuvo en Perú en los 90 y ahora radica
en Suecia), varias personas con las cuales compartimos buenas experiencias.
Pilar Celma, Presidenta de AEPE, nos iba
a acompañar y ella nos iba a ayudar mucho; previamente habíamos hecho la
búsqueda de un hotel simpático y central en el cual nos deberíamos alojar por
dos. Internet es una bendición, pero algunos detalles no son del todo
satisfechos, así que cierta información era obtenida de buena fuente de forma
directa. Ahora me tocaba conducir, iba a estrenar mi temple en Europa; antes
había manejado en Israel; ahora me tocaba hacerlo en suelo español. En el apuro
de salir, olvidé algunas cosas (ropa y sandalias) que felizmente al retorno
pude recuperarlas, cuando hicimos una pascana en camino a Francia. Premunidos
de todas nuestras maletas, iniciamos el viaje a Zaragoza. Las carreteras
españolas han sido transformadas en excelentes autopistas, amplias y con todos
los servicios que requieras para hacer tu viaje placentero y seguro. Salimos de
Jaca y enrumbamos hacia el sur, camino a Huesca. La vía no es accidentada;
llaman Autovía Mudéjar y en esta nos iríamos hasta Zaragoza misma. Hay un tramo
por el que pasas por más de cinco túneles (al final serán siete) que se llama
Monrepós. En este viaje sí que he pasado por túneles extensos, como el de la
frontera franco-española (Somport). Pero
estos túneles sí que evitan largos tramos que significan muchas horas de
tránsito. Llegar a Zaragoza nos tomó no más de dos horas. El enmarañado de las
autopistas se alivia si uno va con una persona que frecuenta estos caminos.
Pese a todo, nos internamos por un camino de las afueras de la ciudad, pero
como era sábado y en vacaciones de estío, no había mucho tráfico. Rápidamente ingresamos
al casco urbano antiguo, siempre cuidando de no cometer alguna infracción de
tráfico. Las multas son fuertes y efectivas. Y no hay miramientos con el
extranjero (hay tantos). Ya estábamos en
Zaragoza, Caesare Augusta, la antigua ciudad romana. Nuestro hotel, Zaragoza
Royal, se halla ubicado a media cuadra del Paseo Gran Vía, muy cerca del casco
antiguo.
La ciudad tenía una ola de calor y los termómetros marcaban los 40º.
Una vez que dejamos el auto en el estacionamiento y pagamos nuestras
habitaciones, nos dispusimos a salir a ver la ciudad. Convencí a mis amigas de
ir caminando al centro y recorrerlo a pie. Craso error. En un principio no hubo
problemas; caminamos por el amplio Paseo de la Independencia hasta llegar al
monumento a los Mártires en una pequeña plaza en la que había restaurantes.
Allí almorzamos contundentemente (los menús son opíparos) y así nos fuimos a
una tienda FNAC para comprar libros, películas y música: compré varios films
(lo mejor EL FESTÍN DE BABETTE y LA PIEL DEL MEMBRILLO), Rayuela de Cortázar en
una edición muy cuidada de Editorial Cátedra (la vi ya en Perú) y música de
Buika. De allí, salimos para ser literalmente aplastados por el sopor del
atardecer; paramos un rato para beber una limonada heladísima y seguimos
caminando hacia el corazón de la vieja Zaragoza: la Basílica del Pilar y el
Ayuntamiento. Allí nos agenciamos de mapas, folletos y algunas postales para
tener una mejor idea de lo que queríamos ver. El calor nos hacía estragos, así
que decidimos ingresar a la Basílica para ver tamaña construcción. Es
sorprendente, puesto que ante tal edificio, uno imagina una estatua o imagen
religiosa de grandes dimensiones. No. La imagen es una pequeña talla de madera
de 38 cm. de altura. El nombre viene de la leyenda que la virgen María en el
siglo I se apareció en esta zona ante Santiago (¡?) y dejó una columna o pilar
de jaspe. Posteriormente se hizo la talla de la virgen en el siglo XV y se la
coloca en este pilar. De ahí la Virgen del Pilar. Además se dice que el pilar
está ubicado en el mismo lugar en que la virgen se apareció a Santiago hace casi
más de dos mil años. La iglesia que uno
visita es un edificio barroco que sufrió muchos cambios; el edificio tiene
algunos restos románicos. Pero la devoción por la virgen y los reconocimientos
que el papado le otorgó permitieron su mantenimiento y restauraciones. Una pena
que no se puedan tomar fotos en el interior, pero te venden un paquete de fotos
de los espacios internos más importantes. Negocio.
El cansancio nos hacía estragos. Vimos el Ayuntamiento, pero las
fuerzas se nos iban. Iniciamos el retorno a nuestro hotel, pero antes fuimos a
ver un museo que no nos lo íbamos a perder de ninguna manera: Museo Ibercaja con una
amplia colección del pintor de la ciudad, Francisco de Goya y Lucientes. Antes
nos habíamos tomado algunas fotos en el monumento que estaba en la plaza del
Ayuntamiento y esto nos motivó más. Una bella casa renacentista del burgués
Jerónimo Cósida, construida desde 1536, es el espacio en que se ha instalado
este bello museo. Tiene cuatro plantas: la primera para exposiciones temporales
(había una sobre fotografía con temática del agua); la segunda y tercera planta
hay piezas renacentistas, barrocas y en esta planta (tercera) hay un gabinete de
grabados del pintor que representan el mundo taurino, serie la Tauromaquia y
otra, los desastres de la guerra, que muestran todas las veleidades y
desgracias de las campañas napoleónicas contra la población de Zaragoza (por
eso el Monumento a los Mártires); así como un gran colección de retratos goyescos
que pertenecieron al intelectual José Camón. Envidiable colección.
Regresamos caminando a nuestro hotel. Nuestro humor iba cambiando, el
calor y la fatiga nos estaba volviendo irascibles; antes de ir al hotel,
visitamos las instalaciones de El Corte Inglés, uno que quedaba a dos cuadras
de nuestro hotel; ahí compré una bonita billetera que luego perdería en Trujillo
a mi retorno. Rabia. Con un cansino caminar, nos acercamos a nuestro hotel; al
llegar, Isabel vio al grupo y dijo unas palabras que resumía nuestro aspecto: “damos
lástima”. Ya instalados en nuestra habitación y con aire acondicionado, una
buena ducha y un buen descanso nos preparamos para salir a cenar; nos fuimos a
un restaurante no lejos de ahí y cenamos no discretamente. Rociado con un vino,
dimos una pequeña caminata y nos fuimos a dormir, leer o ver televisión. Nuestro
primer día en Zaragoza había concluido.