Viernes 02 de enero. Primer viernes del
año. Luego de la alucinante visita a Yurimaguas el 01 de enero, esta vez nos
enrumbamos al sur, hacia Bellavista y Juanjuí. César me había comentado sobre Bellavista
y la construcción de un nuevo puente que conecta a este poblado con diversos
poblados más pequeños. Y también lo que me había comentado una amiga que había
vivido su niñez en Juanjuí. En realidad, el camino hacia el sur lo había
transitado hace 21 años cuando fui con otros amigos a la famosa Laguna Azul en
Sauce. En ese entonces, nos fuimos en una camioneta a través de un camino no
pavimentado, “encalaminado” como le decían, y se tenía que cruzar el río
Huallaga con una balsa. En esta oportunidad, ya toda la ruta al sur está
pavimentada, aunque hay tramos dañados por deslizamientos (cuando escribo esto,
leo en diarios y veo en noticias que la zona de Yurimaguas y Juanjuí han sido
severamente afectadas por lluvias); había tramos que casi se hallan al nivel
del río Huallaga y me temo que en una crecida de este, la ruta se ve
damnificada.
Salimos relativamente temprano. La
distancia a Bellavista desde Tarapoto es de casi 76 kilómetros. El paisaje es
feraz, verdura. Casi a la mitad del camino a Picota, se halla el desvío a
Sauce. A lo lejos se podía ver la hilera de vehículos que iban a subir a una
balsa. Quizá con el tiempo se haga necesario construir un puente, puesto que
toma su tiempo hacer el cruce en este medio, aunque sea simpático hacerlo.
Hicimos una parada en Picota, ya que íbamos en colectivo. Lo simpático es que
los choferes tienen el encargo de llevar cartas o pequeños paquetes a empresas
o personas de los pueblos en los que el servicio se halla. A lo largo de la
carretera cruzas camionetas que llevan pasajeros, tanto en la cabina como en la
tolva. Es una forma frecuente, barata, pero peligrosa de transporte. La
sensación de inestabilidad por tu vida es muy latente y forma parte de un
concepto de resignación por las circunstancias de la vida: si sufriste un
accidente, este no es producto de un grave descuido (seguridad, por ejemplo),
sino porque el destino lo quiso así. Por esas razones, la gente no reclama
seguridad en el transporte. Cruzamos varias camionetas abarrotadas de mujeres y
hombres, e incluso niños aún en brazos. Me contaba César que hay una diferencia
significativa entre viajar en la cabina o “colgado” en la tolva, con paquetes,
cajas e incluso animales.
Llegamos a Bellavista, promediando las 11 de la
mañana. No hay mucho que ver, salvo el puente nuevo construido y la ciudad en
su actividad de primer año (el 01 es feriado). Lo interesante de Bellavista es
la presencia de pisos (como Lamas) y, en el último, tienes un mirador natural, el
cual podría ser explotado para un mejor turismo en la zona. Para llegar,
tomamos un mototaxi. Lo habíamos decidido antes de irnos a Juanjuí y fue una
buena idea. Cuando estábamos ascendiendo, vimos un cortejo fúnebre, el cual se
dirigía al cementerio, cuyo camino era el nuestro también. Gracias a un giro
hábil del chofer, salimos de la silente procesión y nos enrumbamos a nuestro
objetivo. Este se halla cerca de un cuartel. Misión cumplida. De ahí, nos
fuimos al terminal de autos para ir a Juanjuí. Interesante, Bellavista es un
poblado un poco más pequeño que Juanjuí, pero este último es capital de la
provincia. Tomemos en cuenta que Bellavista tiene otras vías de comunicación y
es un interesante nudo comercial y agrícola. Ahí me encontré con algunos estudiantes
de la Universidad en la que trabajo y nos aconsejaron ir hasta Tocache. Para la
próxima vez será.
De ahí nos dirigimos a esta simpática
ciudad, la cual fue fundada por un español rebelde, Gaspar López Salcedo, que
no quiso unirse a la causa independista y se refugió por Moyobamba, Lamas hasta
recalar en este lugar. La ciudad no tiene, pues, más de 200 años (los va a
cumplir en 2027). Es una ciudad dinámica y con interesante oferta ecológica y
arqueológica; bajo su velada jurisdicción está en el Gran Pajatén, sueño de
todo aventurero arqueológico. Pero tiene muchas cosas más que dar y creo que
ameritaría una visita más larga y una camioneta a tu disposición. En realidad,
en este viaje no visité catarata alguna, y estas regiones, tanto San Martín
como Amazonas y la región selvática de Cajamarca las hay en cantidades y
atractivas. Algunas han desaparecido como Gera, aunque aún se oferta. En el
viaje que hice a Moyobamba en el 2010 nos contaron que por la construcción de
una pequeña hidroeléctrica, algunas cataratas ya no existen. Pero yendo hacia
el sur de Juanjuí hay varios tesoros que valdría la pena buscarlos. Llegamos a
almorzar e hicimos el arreglo con una persona para que nos lleve a lugares de
atracción. Nombraron algunos recreos de comida y diversión. Pero queríamos algo
más agreste y natural que un paseo campestre (y encima ruidoso). Felizmente
conocimos a un chico quien procuró darnos la mano e hizo diversos contactos
para ir a un lugar de aguas termales casi paradisíaco: Sacanche, cerca del poblado
del mismo nombre. Ir a este lugar fue toda una odisea previa y hasta llegar al
lugar (y diría el retorno también).
Nos fuimos en un mototaxi hasta el lugar,
que está a unos diez kilómetros por la carretera por la que habíamos venido.
Felizmente no había mucho tráfico pesado, pero hay muchos colectivos que corren
desenfrenadamente y un vehículo en el que íbamos no era nada seguro. Además en
el viaje comentaba que había habido un reciente accidente en dicha carretera.
Aunque el paisaje bonito, la sensación de inseguridad lo empañaba un poco. Al
llegar a la zona, debes recorrer un camino de trocha por unos dos kilómetros.
Aquí hubo momentos en los que el mototaxi no podía remontar la pequeña colina.
Gracias a la ayuda de nuestro joven guía, logró hacer un contrapeso para poder
subir sin tanto problema. El lugar es bastante sencillo y hay un pequeño puente
para unir la zona de encuentro y estacionamiento con el ojo de agua caliente.
Se puede ir más allá, el lugar donde han canalizado el agua para evitar desbordes.
Un buen baño hubiera sido ideal, pero no tenía ropa de baño. Pena, puesto que
después de la caminata, habíamos sudado un montón. Luego de un merecido
descanso, iniciamos el retorno. Hay que ir con unas zapatillas que no te dejen
deslizar, ya que debes saltar entre piedras que tienen musgo o están mojadas.
En el camino de retorno nos encontramos con ganado que cruzaba nuestra ruta. Lo
interesante era ver el lomo de muchos de estos toros o vacas (incluso novillos)
que tiene las marcas de mordeduras de vampiros; aunque pequeños, sus mordeduras
pueden causar hemorragias a estos animales e incluso pueden transmitirle rabia
u otra enfermedad. Se han hecho campañas para que los ganaderos y campesinos no
dejen pastando libremente al ganado, ya que así son fácil víctimas de estas
pequeñas arpías. Incluso no solo es beneficioso para la salud del ganado, sino
que así evitas una erosión no controlada del terreno y haces efectiva la
producción láctea, ya que colocas las vacas en lugares más limpios, salubres y
donde puede colocar cualquier tipo de remedio que sea necesario para
tratamiento de los vacunos.
Nos fuimos a la Plaza de Armas a tomar un
buen jugo, algún helado y gelatina para refrescar. De ahí nos fuimos a la
estación de colectivos para retornar a Tarapoto; felizmente no hubo mucho que
esperar. El camino fue más tranquilo y pausado. Llegamos casi a las 7 de la
noche. Luego de un buen baño, habíamos quedado en ir a cenar al Chalet Venezia,
manejado por descendientes de italianos. Incluso tiene una buena panadería al
costado. Cenamos con Alfredo Bartra, amigo de César, quien nos contaba de sus
peripecias en la construcción de esta zona. Aunque en la costa hay alguna
recesión en este rubro, parece ser que aquí está de lo más boyante. Volviendo
al restaurante, el lugar es muy simpático y, obviamente, bastante ventilado.
Inevitable encontrarse con familias cargadas de hijos que hacían un ruido
endemoniado; felizmente estos se quedaron a cenar fuera de la zona techada y
nos permitió hablar con calma. La carta era variada, pero por esos días
(imagino que por fiestas de fin de año) no había mucho pescado regional. Unos
buenos vinos regaban la comida. Previamente, y pese al calor, comí un chupe de
camarones a un precio increíble. Tarapoto tiene criaderos de estos crustáceos y
de ahí el precio módico. Luego un salmón grillado. Fue una buena cena y buena
conversación. Y para cerrar el día nos fuimos al Suchiche Bar, un lugar
simpático para tomar unos tragos con la gente. Lástima que se queda solo hasta
medianoche en servicio; pese a que tuvimos un malentendido, el lugar es
simpático y los tragos son generosos. Además hay una serie de ambientes
decorados con cuadros y algunos refranes en la pared muy simpáticos. Esta fue, pues, mi última
noche en Tarapoto, lugar que amerita regresar.
El día sábado regresaba solo, ya que César
tenía otros asuntos que ver. El bus salía a las 3 de la tarde. Aproveché la
mañana para leer bastante y disfrutar el aire acondicionado y dormitar algo. Me
estaba preparando para el largo viaje de regreso.
Llegué el domingo 04 de enero a Trujillo;
entramos al terminal terrestre y ahí nos demoramos una barbaridad. Falta mucho
para que un servicio como este mejore. Imagino el día en que todas las empresas
de transporte terrestre se instalen aquí, va a ser un caos total.