Al culminar nuestra visita a San Juan de la Peña, todo el grupo de AEPE
se dirigió a almorzar a la campiña aragonesa, cerca de Ansó. Un almuerzo
simpático en una fonda al pie del camino, cerca de un riachuelo y rodeado por
montes y colinas cubiertas de vegetación. El calor sí era fastidioso, pero la
buena conversación y los platillos supieron hacernos pasar bien el momento. Tras el almuerzo y buena sobremesa, nos fuimos
hacia Ansó, un pequeño pueblo que ha visto con el pasar de los años cómo
desciende el número de sus habitantes. Actualmente este pequeño poblado no pasa
de mil, pero hay también una población rural, ya que las principales
actividades son la ganadería, la agricultura y, últimamente, el turismo.
Gracias a este, el pueblo ha recuperado su original encanto de poblado
campesino, con sus estrechas calles, una pequeña plaza central en la que se
alza su principal iglesia. Esta reconstrucción y la inclusión de todos sus
habitantes en las actividades turísticas son todo un modelo que podría
aplicarse en algunas ciudades de nuestra sierra. He visto intentos en Cascas;
pero Lucma, en la sierra liberteña, podría ser un modelo que podría
implementarse, paso a paso, con el apoyo decidido de autoridades, gobiernos
(central y regional), empresas y ciudadanos. Hay que hacer muchas cosas, que sí
vimos en Ansó: una buena infraestructura vial, servicios básicos de calidad,
pequeña infraestructura hotelera, reconstrucción de la zona mejorando la
calidad de vida de los habitantes (no desalojarlos, sino incorporarlos en todas
las actividades) y una información precisa para los visitantes (historia,
geografía, arte, cultura, entretenimiento). Y ese pequeño poblado nos ofreció
todo en el par de horas que estuvimos en sus espacios.
Las autoridades nos
tenían un pequeño obsequio musical. Para tal caso, nos invitaron a su iglesia
mayor, la iglesia de San Pedro, del siglo XVI. Es una inmensa mole de piedra,
sobrio edificio que se ve imponente en la pequeña plaza en la que se ubica. La construcción
es alta y uno lo percibe al ingresar. Pese a ser una construcción barroca, hay
mucha sobriedad en su interior. Presenta varias tallas de santos, imágenes
religiosas. Pero su altar mayor sí es destacar, todo en pan de oro, alto (me
hacía recordar al de La Compañía de Arequipa). Siempre me han gustado las
esculturas. Aunque en el barroco, muchas de estas eran tenebristas, la belleza
y sobriedad de grandes maestros españoles atenuaban un poco ese carácter fúnebre
o hasta macabro de algunas de estas estatuas. Esta iglesia tiene buenas
muestras. Pero la siguiente visita me iba a dar más belleza. La sorpresa que
nos tenía el alcalde era musical. Un pequeño coro, acompañado de un organista,
nos deleitó por casi media hora; pero también contaban con una solista
femenina, cuya voz nos iba envolviendo en ese marco barroco. ¡Qué más pedir!
Lastimosamente, hubo varias personas del grupo que no fueron advertidos de esta
actividad. Una lástima, puesto que perdieron un bello espectáculo. Salimos de
la iglesia, luego de ver con más detalles los retablos (uno con una pintura,
los otros con imágenes) para irnos a nuestros buses. En el camino hicimos un
breve alto para ver el pequeño museo temático que tienen. Muestran la vida
campesina del poblado. Es, pues, una pequeña sociedad agrícola y ganadera.
De ahí, ya en nuestros buses nos dirigimos a Siresa para ver el
monasterio de San Pedro. Una maravilla escondida y sorprendente. Siresa, como poblado, es aún más pequeña. Su
población no pasa de 300 habitantes. Todo apunta que esta zona, que pertenece
al valle de Hecho, es, desde el punto de vista histórico, la cuna de la sociedad,
cultura y corona aragonesas. Imaginar que el reino de Aragón fue uno de los más
importantes del mundo europeo tanto el medioevo como el renacimiento. Esta
visita me estaba abriendo los ojos. El monumento más importante por el cual la
historia incluye a este poblado en sus anales es el impresionante monasterio de
San Pedro. Todo se inicia el 25 de noviembre de 833 cuando Galindo Aznárez,
conde carolingio de Aragón, y su esposa donan estas tierras para hacer una
iglesia, luego vendrá el monasterio, bajo la orden de San Crodegango, quien
regularizó las reglas para un clero menos mundano y más comprometido con los
evangelios. Algunos historiadores piensan que hubo una edificación anterior
visigótica, que se usaba como hospedaje además, puesto que cerca de ahí hay
restos de caminos romanos, muy usados en esa época. La nueva iglesia, recibió
diversos honores y prebendas desde su creación. Conservó una espléndida biblioteca
para su época. Tuvo dos periodos oscuros: cuando en el año 999 hubo una fuerte
campaña de Almanzor que amenazó al monasterio y fue casi abandonado; y el otro,
cuando pasó a la jurisdicción de Jaca en 1145. Lo que no pudo la guerra, lo
pudo la administración. Como sucede en la actualidad. Nada nuevo bajo el sol. El
edificio presenta diversas construcciones. Según nuestra experta guía, nos
mostraba restos prerrománicos y la edificación posterior obedece a principios
carolingios. Pura historia. Lo que una vez de chiquillo en el colegio oía
fascinado, de pronto lo tenía delante de mí; conceptos carolingios, de
Carlomagno, ¡qué viejos espacios! Las paredes, grandes moles, no tienen
imágenes o tallados. Limpia edificación. Tiene, eso sí, bellas esculturas
talladas en madera (un Cristo alucinante, una talla de un Cristo crucificado en madera nogal policramada, también del siglo XIII) y unos retablos posteriores al
edificio. Hay una talla de la virgen María, llamada Virgen de Siresa del siglo XIII con el niño Jesús muy sencilla y bella, es una
belleza de siglos.
Una vez culminada nuestra visita, retornamos a Jaca a través de la ruta
que bordea el bonito valle de Hecho. Una gira impresionante cargada de historia, ¡tanta impresionante historia!