La reciente visita de Jesús Valero a nuestra Universidad y a la Alianza Francesa de Trujillo ha abierto una serie de interrogantes. El conversatorio ha invitado a la reflexión sobre este tema, el cual queda mucho por definir, sea por actitudes, sea por perspectivas. Convertido en debate, las reflexiones sobre la globalización y las incidencias en la migración interna y externa, y en la conformación de la cultura y la identidad de dichos grupos humanos demandan aclarar definiciones sobre lo que entendemos por globalización y neocolonialismo.
Creo que los ejemplos cotidianos pueden ayudar a entender (o a enredar más) estas dos palabras.
El primero que me viene a mente es el de los jóvenes: estuve leyendo diversos artículos sobre las pandillas y las maras. El primer movimiento social (lo es) se da por una serie de causas que concurren en nuestras sociedades. Una de ellas es la presencia de familias disfuncionales a causa de la migración de uno de los miembros cabezas de una familia: generalmente era el padre, pero recientemente, es la madre quien se ha visto en la necesidad de migrar para contribuir con el ingreso familiar. La ausencia de autoridad y el abandono han hecho que muchos adolescentes, en nuestro instinto gregario, hallen en una pandilla la familia que no tiene: pertenencia, identidad, seguridad. La migración forzada de tantas personas a países que les ofrecen oportunidades ha cambiado la fisonomía de pueblos enteros en América Central (sobre todo en El Salvador y Guatemala) y en Ecuador. Muchas familias peruanas han visto partir a la madre para trabajar en ciertos servicios que generalmente los oriundos no suelen hacer: servicios domésticos, niñeras, servicios de poca exigencia formativa. La pandilla otorga al nuevo "huérfano" una suerte de estabilidad y pertenencia que ya no halla en su familia. Algunas personas tienen la suerte de reunir a sus familias, pero algunas de estas reuniones en el extranjero han sido poco satisfactorias, puesto que muchos de los adolescentes reubicados en sus nuevos lugares de residencia enfrentan una serie de problemas de adaptación, tanto personal como social. La nueva sociedad que los acoge no es del todo permeable, situación que se ha agravado con la reciente crisis de los países ricos, en desmedro tanto de los países pobres como los residentes de los mismo en sus espacios geográficos. El desplazamiento humano (la transhumación de miles de personas por varias naciones europeas) ha generado graves problemas sociales, políticos y económicos. Uno de estos graves problemas en sociedades como la norteamericana fue la creación de pandillas en sus territorios, que luego fueron "reexportadas" a sus lugares de origen; tal es el penoso caso de El Salvador, donde han surgido sólidas pandillas o maras, de jóvenes de origen salvadoreño-americano, y han creado una sociedad con reglas estrictas de convivencia y violencia. De las guerillas, surgen ahora las sofisticadas maras.
Pero el origen de estas pandillas obedece también a la poca capacidad que tuvieron los países receptores de migrantes, muchos de ellos explotados o forzados a radicar en estos países (recuerdo la película Gran Torino y el grave problema de las minorías vietnamitas viviendo en USA).
En la discusión se habló de la posición y perspectiva que se tiene con los migrantes. Es interesante ver el grave problema que ha estallado en los países ricos que no tuvieron capacidad de respuesta o, si la hubo, no fue la acertada. Algunas leyes francamente racistas fueron muchas veces las provocadoras directas de la forzosa aglutinación de estos grupos humanos tratados como subciudadanos, si cabe el término.
La quimérica globalización habla de la aldea global; simpático eufemismo que no concuerda con lo que esta declaración presenta: ciudadanos del mundo. De serlo, implicaría un trato de igualdad a todos, libre movilidad, equidad en el trabajo y oportunidades: esto implicaría, como un ejemplo, que una persona que trabaja en Singapur, Nueva York o Trujillo de una transnacional perciba el mismo sueldo. Lo último será rebatido, obviamente, por cualquier economista. No son criterios de igualdad, son otros. Ese punto de partida lo dice todo. Las desigualdades priman para pesar de muchos y benéplacito de otros.
Sigo pensando en el neocolonialismo.
1 comentario:
Y seguiremos pensando en el neocolonialismo, Gerardo, si es que no nos ganamos (a punta de esfuerzo y dignidad) esa "categoría" de CIUDADANOS DEL MUNDO. Y no es una quimera como parece... Si cada uno de nosotros empezara a tomar conciencia de sus derechos (a una buena educación, a la tranquilidad social, a un servicio de salud de calidad, a un buen trato, etc.), seguramente que junto a la exigencia, casi de manera automática aflorarían los compromisos. El problema esencial es que casi siempre usamos el impersonal o lanzamos el problema al otro. Es frecuente escuchar (o leer), el "se debe hacer" o "hay que buscar"; muy poco escuchamos: "estamos haciendo" o "empecemos a impulsar" o ¡hagámoslo ahora! o ¡Así se hace!... Claro, resulta más fácil la posición del observador o del crítico...
En verdad, creo que uno puede ganarse esa ciudadanía asumiendo retos y compromisos; actuando, en otras palabras (obviamente no hablo de la actuación individual ni aislada). Anoche, escuchando a Palito Ortega, me reconforté en sus palabras; él decía: "el artista puede contribuir denunciando las desigualdades a través de sus canciones o sensibilizando a sus seguidores", pero más allá de eso...¿quién asume el reto de lanzarse a "cambiar el mundo" o a luchar por la reducción de las desigualdades?
¿Neocolonialismo? ¡Claro que existe! Lo vivimos en el día a día. Es más, lo aceptamos en nuestras prácticas diarias, aunque en nuestros discursos despotriquemos de él...
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