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Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal
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martes, 15 de febrero de 2011

PARÍS, OTRA VEZ

Una nueva visita a la ciudad luz. Enero 2011. En el marco del encuentro de las Alianzas Francesas del mundo entero, fuimos a París la directora Laetitia Mathieu, la coordinadora cultural Nadège Picod y mi persona en calidad de presidente. La reunión se realiza en la sede central y congrega a más de 500 personas venidas desde África, Asia, América y Oceanía, así como un gran número de representantes de esta Institución en varios países europeos. En esta oportunidad el viaje fue casi directo con una corta escala en Madrid para llegar luego a Orly, uno de los grandes aeropuertos parisinos (justo en esos días había problemas con los vecinos por el intenso ruido que producen algunos aviones al despegar o aterrizar). Nuestro hotel se hallaba cerca de la plaza de la República y el fabuloso sistema del metro te simplifica las largas distancias que existen en esta ciudad; en realidad, un parisino pasa muchas horas de su vida diaria en el subterráneo parisino; arriba, la ciudad se mueve entre autos; en el inframundo físico, ríos humanos se mueven entre sus corredores para llegar a sus destinos. La hora punta es una de las más fascinantes muestras de seres trashumantes que se mueven de un lado a otro, absortos en sus ideas y preocupaciones. Hay una estandarización en el aislamiento humano: los celulares, los cuales utilizan a cada momento para estar más alejados de lo que los rodea. Esa suerte de homogenización de la estupidez ya no es característica de una comunidad, es generacional. La gente, los jóvenes sobre todo, van absortos oyendo su música, conversando a través de sus pantallas o simplemente jugando con sus maquinitas. En cierta manera, fue una suerte de bendición no haber llevado un celular ahí, puesto que te da más tiempo para observar todo al detalle. Esta realidad la vi un poco menos en el metro de Toulouse y en el de Barcelona también.

El primer día activo en París se convirtió en una suerte de búsquedas personales tanto para Laetitia como para mí: arreglos de cámara, compra de calzado por problemas, compra de paraguas por las lluvias. Esto me permitió ver un mundo que usualmente no visito como atracción turística, pero resultan también siendo sorprendentes: el mundo de los grandes almacenes de compra. Para esto nos dirigimos a uno de los barrios más bellos del viejo París, el Quartier Haussmann, del arquitecto que hizo el París de los bulevares y de los edificios homogéneos en altura y bellos en imagen. Así con Laetitia nos metimos a husmear en algunas tiendas. Como casi toda Europa, la crisis de los últimos tiempos ha afectado al bolsillo de los consumidores así como las ventas de los grandes almacenes, entonces se dedican a hacer permanentes remates, los cuales ves a lo largo de Francia y en Barcelona lo es mucho más, ya que la crisis es más acentuada en esta última ciudad. Pese a esto, las tiendas parisinas no dejan de ser un regalo al ojo por la exquisita decoración que tienen, la edificación de estos bellos edificios expresamente hechos para estos objetivos y la libertad en la que se mueve un comprador a lo largo de las mismas tiendas, en las que tocas los productos, escoges, comparas, discriminas o simplemente lo dejas. Todo un interesante rito del consumo en un bello entorno. Luego de haber hecho algunas compras puntuales, pasamos por la Ópera, edificio que se encuentra en el vecindario


Nos fuimos a nuestra reunión inaugural. Ésta fue por Frédéric Mitterrand, Ministro de Cultura y Comunicación, y Abdou Diouf, Secretario General de la Organización Internacional de la Francofonía. Más de 500 personas abarrotaban el lugar, venidos de todo el mundo. Tras haber concluido la jornada fuimos todos invitados al palacio Quai d´Orsay, el ministerio de Relaciones Exteriores, para ser recibidos por la ministra de dicho portafolio, Michelle Alliot-Marie, quien nos ofreció un discurso sobre las decisiones que el estado francés piensa tomar en su política exterior, en ella incluida directa o indirectamente la Alianza Francesa. Nuestra Institución es importante para afirmar la presencia de Francia en nuestra comunidad. Luego fuimos a cenar en uno de los restaurantes que había en Place de la République; en sus restaurantes uno puede constatar por qué la culinaria francesa ha sido nombrada patrimonio intangible y espiritual de la humanidad. No sólo de pan vive el hombre; también están los suflés, los embutidos, los quesos, los mariscos, los consomés, etc. Tantas palabras para nombrar platos o procesos culinarios creados en el mundo culinario francés. El segundo día tuvimos una nueva gestión por realizar y en la sesión tuvimos como un invitado a un comediante genial; lastimosamente parte de su discurso se centraba en las políticas del actual gobierno, el cual fue desmenuzado por sus agudas reflexiones, pero gran parte de las bromas tomaban como punto de partida una realidad que nos era bastante desconocida por varios de los presentes, eran asuntos muy cotidianos (algo así como conocer nuestros congresistas lava pies, mataperros u otras originales variaciones de nuestro circo político). Ese día, la Alianza Francesa de Lima hizo su presentación. Es, para asombro de todos, la Alianza Francesa más grande del mundo y se presentó a toda la comunidad internacional. Para cerrar nuestro plan de actividades, se realizó un magnífico coctel en el maravilloso museo Guimet, que contiene una impresionante colección de arte del Lejano Oriente.


El miércoles concluyeron las actividades de la Alianza, para lo cual se organizó un viaje al palacio de Versalles. Lluvia. Ese miércoles fue un día lluvioso. Pese a eso y algunos problemas de movilidad, logramos irnos a Versalles. Visita genial, como nunca. Versalles es grande, muy grande. Había visto algunas películas en las que se mostraban sus instalaciones. Pero sus dimensiones son colosales. Y era EL palacio en torno al cual vivía una población de cortesanos, nobles y otros que rendían pleitesía a la familia imperial. Hubo casi 10 mil personas que se ocupaban de cientos de detalles y protocolos para poder “sobrevivir” a la vida cortesana. Ese día sólo pudimos ver la Corte de Honor, la Corte de Mármol, el Ala Norte de los Ministros y el Ala Norte, donde vimos la impresionante capilla real con una semiótica real interesante. La vida de palacio estaba regida por varias reglas que permitía a cada uno ubicarse en la escala social en torno al rey; la cercanía significaba favores y privilegios; estos personajes cuidaban de sus reyes y reinas en todo lo que se necesita en la vida diaria desde el levantarse hasta dormir, además de comer, ir al baño, divertirse entre otras cosas de nuestro diario discurrir. El rey no tenía vida íntima alguna y eran personajes que estaban expuestos permanentemente a su gente; las ubicaciones que hallaba en palacio era para poder ser observado y todo esto iba acompañado de una interesante semiología del poder que se ve por doquier en el palacio. En la mayoría de lugares que se hallaba, se trataba de colocar los símbolos de manera estratégica de tal modo que se reconociese su autoridad de carácter divino y omnipresente. Nuestra guía resultó ser una experta en estos temas y nos dio precisas explicaciones sobre la historia y los enredos que atravesaban el palacio. Además le pregunté sobre el film María Antonieta de Sophie Coppola y nos comentó sobre las varias irregularidades que esta película muestra de la Francia cortesana del siglo XVIII. Esta visita tuvo la suerte de coincidir, eso sí, con una impresionante exposición sobre el desarrollo de las ciencias fomentadas en palacio. Como la primera potencia militar y económica en el siglo XVIII y en pleno desarrollo del Siglo de las Luces, Versalles era el escenario y el lugar propicio no sólo para el apoyo de las artes, sino para la ciencia y la tecnología. Toda potencia económica y militar lo sabe: invierte en educación e investigación para asegurar su posición política y en eso eran conscientes los reyes franceses, sobre todo Luis XV. Y la exposición que tuvimos la oportunidad de ver fue bien puesta y asombra ver el avance de la hidráulica, astronomía, óptica y otros campos de la física. Lastimosamente la visita la hicimos a toda prisa, puesto que nos quedaba poco tiempo para verla, ya que habíamos almorzado con parsimonia, buena comida y buena conversación en los jardines cercanos (tapices verdes como les llaman en francés) a las fuentes de Latona. El retorno fue tranquilo, llegué a la sede central, tomé el metro (una maravilla de transporte que todas las ciudades deberían ir pensando en instalarlo) y me fui al hotel a descansar un poco. Había sido una jornada fatigante y el cuerpo quería descanso. Pero me sirvió para ponerme al día sobre los acontecimientos mundiales: lo de Túnez, lo que estaba pasando en Egipto (impresionante). Además lo interesante que es el mundo de la culinaria en París y la presencia de grandes almacenes mercado en los cuales los cocineros se van “de cacería” a nuevos sabores y texturas. Uno de los productos que fue presentado por algunos maîtres era el olluco peruano. Interesante.

Mi último día en París lo pasé arreglando algunos documentos, deshaciéndome de papeles inútiles y preparándome para mis viajes continuos hacia el sur de Francia y Barcelona. Laetitia partió al aeropuerto para ir a ver a sus familiares. Yo partí por tren en la noche a Rodez, me quedaba la tarde para hacer algo más. Además no había visto a Vania Távara, nuestra ex miembro del Comité Directivo y actualmente estudiando en Francia con una beca, y le propuse ir a visitar uno de los lugares más tradicionales de París: el cementerio Père Lachaise. Tomamos el metro (sigo opinando que es una maravilla) y llegamos a nuestro destino. Entramos por la pequeña puerta Des Amandiers a la búsqueda de las tumbas y mausoleos de los famosos enterrados aquí. Como cementerio público, están enterrados miles de franceses y extranjeros sin distinción de razas o religiones. Ahora ya es frecuente ver tumbas de residentes vietnamitas o chinos enterrados a su usanza. Pero ves tumbas con estrellas de David, media luna musulmana o mausoleos que representan las antiguas iglesias ortodoxas. En el recorrido de casi tres horas vimos las tumbas de Honoré de Balzac, Miguel Ángel Asturias, Óscar Wilde, Federico Chopin y Jim Morrison. Pero en el cementerio están enterrados además grandes personajes como Apollinaire, Gilbert Beacaud, Sarah Bernhard, Bizet, Cherubini, Colette, Augusto Comte, Corot, Daumier, Delacroix, Éluard, Eloísa y Abelardo, Méliès, Merleau-Ponty, Modigliani, Molière, Edith Piaf, Pissaro, Proust, Seurat, entre otros. Quedan los columbarios de algunos cuerpos que han sido trasladados como Rossini y Bellini o las cenizas esparcidas como las de María Callas. Todo un pléyade de mujeres y hombres inmortales para el espíritu humano, pero que han hallado un descanso para sus cuerpos. De las tumbas visitadas, la que me impresionó fue la de Wilde, cuya inmensa lápida tiene los besos y firmas de cientos de admiradores que llegan aquí como peregrinaje. Otro de los rincones más conmovedores es la sencilla tumba de Morrison, incluso fea, pero siempre con flores. El árbol que está cerca a este cuartel de tumbas tiene varias hojas de papel con letras de sus canciones y poemas dedicados a su nombre; algunos los han tallado en su corteza. Cuando llegamos había una pareja y dos chicas, algunos de ellos con audífonos para ir escuchando la música de The Doors. A mí se me vino a la mente Raiders on the Storm. Pese a que uno podría ser identificado como casi un necrófilo, este lugar atrae y guarda respeto a sus cientos de visitantes que lo utilizan como peregrinaje, uno de los tantos lugares de cultura de esta ciudad maravillosa. París bien vale una misa.

Para cerrar mi visita a la ciudad, retornamos a l´Île de la Cité a ver el viejo París. El año pasado lo había visitado con Olivier, ahora iba con Vania y Patricia de la Vega, una ex alumna que ahora reside en París felizmente casada. Ellas me llevaron a ver sus viejas iglesias por el Quartier Latin, cerca de la Isla de la Ciudad, sobre todo para ver St. Michel.

Ya de regreso a mi hotel, fuimos a cenar por la zona con Vania para despedirnos, ya que mi tren a Rodez salía de la estación de Austerlitz. Así dejé París bajo un noche de frío y un poco de lluvia.


jueves, 11 de noviembre de 2010

LA BELLEZA DE LA CONTEMPLACIÓN: SONIDOS DEL JAPÓN

El día lunes 8 de noviembre en el Teatro Municipal de Trujillo tuvimos la suerte de ver y oír a un quinteto de música japonesa moderna, la cual ha tenido, como todas las formas musicales mundiales, una serie de fusiones de ritmos, elementos armónicos y tonalidades que han occidentalizado el sutil espíritu de la cultural musical japonesa. Debemos recordar que el Japón se aisló como país por más de 200 años desde el periodo Tokugawa (algo de esto se ve en el film Kagemusha de Akira Kurosawa), periodo que les permitió (a los japoneses) crear su propia cultural; su misma situación insular les permitió acentuar este aislacionismo hasta que en el siglo XIX, el famoso Comodoro Matthew Perry rompió este aislamiento (por cierto, a la fuerza) en 1833. Esta nueva atracción para los occidentales hizo que el Japón se pusiera de moda y su cultura fue occidentalizada a través de la pintura (Utamaro fue muy apreciado en Francia por los impresionistas), su moda y alguno que otro detalle de la cultura nipona. Su música les fue extraña y las versiones en las que aparecen personajes japoneses como la famosa ópera Madama Butterfly de Puccini estaba escrita en cánones integramente europeos. La tradicional música culta japonesa o gagaku era muy difícil (y lo es) al oído nuestro. Pero la migración japonesa del siglo XIX hacia occidente nos ha permitido acercarnos un poco más a este fascinante y algunas veces agresivo país. Digo esto, pues la triste participación de las huestes japonesas en muchas naciones del Lejano Oriente han dejado su huella.
La migración de japoneses a nuestro país fue frecuente hasta antes de la segunda guerra mundial. La colonia nipona afincada en muchas ciudades de la costa peruana fue próspera e hizo labor en nuestro país. Por muchos años, nos hemos acercado poco a su cultura; recientemente su culinaria ya se ve con más frecuencia en nuestras ciudades,  en las cuales extrañamente no había restaurantes japoneses como sí los hay chino cantoneses. La irrupción de los manga y anime de los 70 en adelante también es otro hito para conocerlos más. Pero su música ha "tardado" un poco.
Japón no es solo música tradicional: he sido testigo de una banda de jazz excelente que vi en el Teatro Raimondi en 1991. Fuera de sus creaciones, liderados por su eximio bajista, interpretaron una sorprendente versión de El Cóndor Pasa con un swing fenomenal. El comentario de mis amigos era: "no parecen japoneses". Mucho más sorprendente fue la llegada al Perú de la famosa Orquesta de la Luz, cuyas voces principales eran chicas japonesas que no hablaban español pero que cantaban con una dicción perfecta.
La presentación del día 05 ha sido todo un regalo a la vista y al oído. Tan preocupados por detalles, el escenario tenía arreglos florales (hana) para hacer más placentero el espacio. Las 3 artistas mujeres vestían sendos kimonos y eran las intérpretes de las cuerdas: Koto y Shamisen; dos varones tocaban Shakuhachi, una especie de flauta, de diversos tamaños y timbres. Y el director Akira Inoue daba el toque de modernidad con su teclado.
Durante una hora y media, y soportando a algunas personas poco respetuosas de lo que significa ir a un concierto de esta naturaleza, fueron interpretando varias obras y arreglos del Director. Interesante fue la adaptación de obras clásicas y populares japonesas con un movimiento de Vivaldi de sus Cuatro Estaciones. El arreglo de Imagine fue muy interesante, ya que incluía cajón peruano, como una muestra de internacionalización de la música, única y diversa. Y el encore fue un regalo peruano: Vírgenes del Sol, de Jorge Bravo de Rueda. Oír el ensamble entre Shakuhachi soprano y una quena, o zampoñas, fue toda una experiencia.
Hay que agradecer a la Asociación Okinawense de La Libertad el haber hecho esta gestión. Hay mucho por escuchar aún, así seremos más "globalizados" de manera positiva, en buen sentido del término.

miércoles, 31 de marzo de 2010

GUIMET: EL CERCANO LEJANO ORIENTE

Hace muchos años, había visto en un libro de historia la figura del dios Shiva en su famosa danza de la creación y de la destrucción. Era una bella estatuilla que se encontraba en un museo parisino: el Museo Guimet. En cuanto me instalé en el hotel Ibis en París ya en el hall principal del hotel había un dispenser con muchos folletos de la oferta cultural y de espectáculos que te ofrece la ciudad. En un lejano rincón encontré un folleto de este museo. Cumple 120 años (en realidad, 121) y reza en el mismo folleto que el Guimet es el museo más grande de Europa de arte asiático. El último viernes de enero era mi último día de visita en París. Inicialmente había comentado a Olivier sobre esta belleza y se entusiasmó por ir a conocerlo. Nos encontramos por el Notre Dame para almorzar con dos amigas suyas y luego nos fuimos a esta aventura lejana, por el Asia de los Himalaya.
Este museo fue concebido por un empresario industrial llamado Émile Guimet. Parece ser que esta persona era muy aficionada a las religiones orientales, a las religiones asiáticas. En realidad, no nos debe causar ningún asombro, puesto que cualquiera de las religiones practicadas en la actualidad y de culto masivo, todas tiene sus orígenes en Asia. Budismo, Cristianismo (Jesús fue judío), Judaísmo, Islamismo, Brahmanismo, Shintoísmo. Cualesquiera de las religiones modernas en nuestros continentes, sea Europa, América, África u Oceanía, somos cultores de variaciones de las mismas. Entonces, valgan verdades, hemos ido al origen de los cultos modernos.
























El Guimet tiene cuatro pisos, tematizados por regiones religiosas del gran continente. En el primer piso (planta 0) se encuentra todo el esplendor del mundo brahmánico. Es impresionante la delicadeza de esta gran cultura tan difundida y tan poco comprendida. Cuando veía algunas de las figuras de los dioses de este alucinante panteón, recordé el gusto y pasión que tuvo George Harrison por ello. Creo que hizo hasta un Khumb Mela. Las bellas estatuas labradas de las diversas formas de Shiva, Visnu; las diversas formas faciales del Gautama Buda y su rostro de la paz perfecta, el nirvana, me evocó a Siddharta y ese gran  poeta narrador Hesse. La perfección de la quietud, algo que ya no se ve en tu entorno. Era un baño de quietud. El silencio rodea a estas figuras.
La segunda planta (primer piso) nos acerca a la antigua cultura china, tan vieja como la humanidad. Hay bellas estatuillas, algunas más allá de los dos mil años. Qué peso de la historia. En realidad, China ocupa los dos pisos restantes pues hay tanto para ver y meditar. Caminas entre jarrones de diversas dinastías, delicados trabajos de jade, las primeras monedas de cobre. Hay espacios también para otras dos bellas culturas: Corea y el reino Silla; y el siempre maravilloso Japón y sus hermosos biombos, sus sofisticados trabajos de Ukiyo-e y las bellas armaduras de los señores feudales. Hace años, en Amsterdam, pude ver también una interesante colección de arte asiático. Pero el Rijksmuseum se centra en preservar el rico patrimonio holandés, sobre todo a sus maestros pintores, y el espacio asignado a lo asiático (tiene una interesante muestra de Indonesia, puesto que fue su colonia) es bastante pequeño. El Guimet es un museo delicado.
La visita fue todo un espacio de calma como los dioses que veían nuestro discurrir.