Domingo 25. Cajamarca se levantaba, luego
de haber celebrado fiestas religiosas (como nos había tocado en Arequipa). El
día anterior habíamos arreglado con un señor, quien nos llevaría a un paraíso:
Porcón. Con la facilidad de movernos por nuestra cuenta, acordamos ir temprano a
nuestro objetivo. Tomamos un buen desayuno y salimos casi a las 8 a.m. El
trayecto a esa hora no es tan pesado, pues hay poco tráfico hacia esta
cooperativa que contradice a todos aquellos que no gustan de este modelo de
producción colectiva. La religión, con todo el sentido vertical que esta tiene,
puede haber sido un factor positivo para este modelo de éxito (me “gusta”
taaanto esta palabra) económico, que permite a toda esta comunidad vivir bien.
La carretera está bien tenida por lo que el ascenso es fácil y seguro
(relativamente, puesto que también aquí hay locos al volante). En casi 35
minutos llegamos al cruce para descender hacia las instalaciones de la
cooperativa. Llegamos al lugar que se halla enclavado entre colinas de poca
altura. Previamente en la ruta te encuentras rodeado por un bosque de pinos que
se ubican en una buena extensión. Este
bosque no lo pudo apreciar Soraia, pues dormía profundamente por los diversos
cambios de horarios y alturas. Es otro de los medios que usa esta granja para
generar recursos sostenidos. Aparte de agricultura, carnes y lácteos, la gente
de Porcón ha hallado en el turismo un recursos inagotable y permanente que
genera buenos ingresos a la comunidad cooperativa (http://www.micajamarca.com/Default.aspx?tabid=56). Y para esto, comenzó instalando un
pequeño albergue y en la actualidad, ya vemos que le ha dado réditos y van
construyendo más instalaciones. Esta tranquilidad me hace recordar a esos
albergues católicos en los que me hospedé en Israel, que eran muy baratos y
tenían reglas muy estrictas (toque de queda a las 10 a.m., por ejemplo). No es
un lugar para ir a emborracharse o escuchar música a todo volumen; es un
espacio para estar tranquilo, caminar, leer, para estar contigo mismo, cosa muy
complicada en estos días. Lástima que ya tiene internet.
Una vez pagada la entrada, compramos
nuestros quesos y hongos previamente para dejarlos en el auto. Así nos íbamos a
evitar el tumulto que íbamos a encontrar más tarde cuando llegasen los buses y
otras movilidades con paquetes de turistas. Interesante, había algunos chicos
que habían venido de la selva como parte de sus viajes de promoción. Tenía
entendido que estaba prohibido el Norte peruano; creo que esta no comprendía a
Cajamarca. El cielo estaba escampado, pero algunas nubes amenazaban con
lanzarnos torrentes de agua. Pese a todo, aunque premunidos de casacas y
cortavientos y un par de paraguas, comenzamos nuestra visita al simpático
zoológico que hay en la granja. Además es una suerte de vivero por la inmensa
variedad de flores que puedes ver. De estar uno solo en el lugar, es el paraíso
total. Luego de cruzar un pequeño puente, comenzamos a ascender hacia el lugar
donde pastan muchas vicuñas en libertad y en cierta vecindad con los humanos.
Antes de llegar a ello, cruzamos la zona
donde se hallan los venados, los cuales se acercaban por comida. Este tema es
muy sensible y es el momento de educar a la gente de lo que quiere y no puede
hacer: muchos les llevan comida chatarra, pero con llevar alimentos naturales
(granos como maíz) sería lo ideal. Además hay que evitar los plásticos y
chicles que algunos llevan y lanzan sin el menor remordimiento; además están
las benditas botellas de plástico de agua o gaseosa que plagan cualquier lugar
del planeta, y este no era la excepción. En nuestro caminar vimos a una señora
que se dedicaba a recoger esas botellas o bolsas de plástico lanzadas al piso,
a pesar de haber basureros por diversos lugares. Oí varias veces a imbéciles (con
buen nivel económico; no intelectual, por supuesto) que decían que no importasen
que ensuciasen, puesto que había gente encargada de hacerlo. Razonamiento del
más bruto que invade nuestra sociedad tan poco educada en estos menesteres. Y
me he topado con gente que se llena la boca de haber vivido en el extranjero y
una vez aquí se olvidan de esas sanas y correctas costumbres: la más imbécil de
todas que oí era que en el extranjero no botaba papeles a la calle o no se
cruzaba la luz roja, u otros detalles; pero como estaba aquí, podía hacer lo
que le daba la regalada gana. Un perfecto idiota.
Dejemos cosas hepáticas y sigamos con
nuestra visita a Porcón. En las vicuñas
nos detuvimos para hacer varias fotos. Soraia estaba contenta de ver
estos animales tan cerca, y las fotos iban de un lado a otro. Ya el ascenso nos
calentó un poco, por lo que decidimos sacarnos un poco de carga; como iba con
mochila, ahí llevamos las chompas o casacas. Sin embargo, pronto nos amenazó un
chapuzón. Cielo serrano, como dice la tradición, del cual no que confiar.
Caminamos una trocha para ver los ñandúes y los emúes. Luego, al comenzar a
bajar a las jaulas de aves y felinos, vimos los primeros grupos que llegaban
gritando y corriendo, perturbando la calma del lugar. Bajaban los chicos de
diversos colegios en su viaje de promoción. Da pena también ver a varios grandes animales que no tienen mucho espacio para desplazarse. Luego de las aves y felinos (una
hembra estaba preñada y bastante irritada, dio un salto que asustó a varias
personas), pasamos a una pequeña isla donde estaban los simios y una gran
bandada de gansos (hacían más ruido que todos los grupos juntos). De ahí nos
fuimos a ver los osos, desde donde divisamos al conductor; le hicimos señales
para que nos recogiese en la salida, en un pasadizo donde veríamos más aves y
algo que nos llenó la visita: el baile de cortejo de dos pavos reales machos
con una hembra. El espectáculo nos cautivó, nos “ganamos” el momento. Así
terminamos nuestra visita al lugar y nos enrumbamos a la ciudad, ahora sí más
despabilados. La vista del descenso es una cosa impresionante. A lo lejos
divisas el cerro Quilish que fue motivo de una fuerte disputa de diversos
ciudadanos con la compañía minera de la zona.
Ya en la ciudad, nos fuimos a almorzar al
Costa del Sol, un suculento almuerzo. Allí me encontré con una persona que no
veía en años. En realidad, el almuerzo estuvo extraordinario por estas fusiones
que algunos osados se atreven en preparar y también en comer, como nosotros.
Fuimos a dejar algunas cosas al hotel y salir a ver la ciudad. Lastimosamente,
ya habían cerrado todos los lugares de visita como el Cuarto del Rescate o el
Museo del Complejo Belén; incluso el Museo de San Francisco estaba cerrado. Sin
embargo, decidimos hacer una caminata por la ciudad. Cajamarca tiene bellos
rincones, puertas, ventanas, pasajes, calles. Deben apostar por la ciudad como
un producto turístico y explotar todo aquello por lo cual era famosa: su
ganadería y mundo agrario. Cenamos con César en el Querubino para despedirnos
de Cajamarca hasta una nueva oportunidad.