Datos personales

Trujillo, La Libertad, Peru
Un espacio para mostrar ideas y puntos de vista ligados al arte, a la cultura y la vida de una sociedad tanto peruana como universal
Mostrando entradas con la etiqueta TACNA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta TACNA. Mostrar todas las entradas

miércoles, 13 de febrero de 2013

TARATA, LA SIERRA AMABLE DE TACNA

























Mi segundo día en Tacna iba a depararme varias sorpresas de esta zona que ofrece pequeños tesoros si uno sabe abrir bien los ojos. Y esos pequeños tesoros se iban a encontrar en la sierra de este departamento: Tarata.


Para muchos peruanos el nombre de Tarata evoca uno de los momentos más tristes de nuestra reciente historia: una calle miraflorina que recibió un terrible ataque terrorista con varios muertos y muchos edificios colapsados. Este recuerdo triste empaña, en cierta manera, el verdadero espacio que recibió este nombre hace muchos años. Es evocado también, para los que gustan de la historia, como el primer pedazo de territorio devuelto por Chile, luego de una larga ocupación. Pero muy pocas personas del resto de país no lo evocan como un bello espacio de la serranía sureña con bellos paisajes, edificios coloniales escondidos, espacios arqueológicos rescatados y gente muy amable que transitan por sus calles, calzadas y campos. Así que ese viernes 18 de enero me fui a encontrar el significado geográfico de esta palabra. Y el encuentro fue fascinante. Había arreglado ya el tour desde Trujillo y todo marchaba sobre ruedas. Coordiné, a mi llegada, con la agencia y acordaron recogerme de mi hotel a las 8 de la mañana. Como desperté temprano, aproveché para dar una vuelta por el paseo cívico (que hace el papel de plaza de armas) que se hallaba frente a mi hotel. Esta espacio está rodeado de todo tipo de negocios, descendí un par de cuadras para ver la bella pileta (de origen francés) que representa las cuatro estaciones del año (parte inferior) y en la superior se ve a cuatro niños jugando. Me dirigí a la catedral, imponente, e ingresé un momento para no perturbar el oficio religioso. Luego, en camino nuevamente al hotel, me detuve frente al arco parabólico en el que se hallan Don Miguel Grau y Francisco Bolognesi. Fue inaugurado en 1959 y siempre se halla lleno de turistas que quieren tomarse fotos con las grandes estatuas. Espero que sepan a quiénes representan y lo que hicieron por el país. Ahora ignoramos tanto de nuestra historia.

A las 8 de la mañana, Martín, nuestro guía, llegó a la sala de entrada del hotel y me recogió; íbamos en el auto, fuera de nuestro guía Martín y el piloto, dos pasajeros chilenos más, madre e hijo, Milene y Sebastián Suazo, quienes venían desde Antofagasta a pasar sus cortas vacaciones en Tacna comiendo rico y visitando los lugares de nuestro país. Un poco incómodos en un inicio, nos fuimos acomodando. Pero hubo detalles que deben ir mejorando para estos casos: no habían aún cargado combustible y nos fuimos a una gasolinera con todos los pasajeros; no habían recogido los refrigerios y también tuvimos que ir a una casa a esperar recogerlo; y, por último, antes de salir de Tacna, nos apostamos en la gran duna-cerro que es Alto de la Alianza, zona que actualmente se ha convertido en una zona semiurbana, para hacer unas últimas compras y me pareció interesante hacer unas tomas fotográficas cuando se acercaron dos señores con no tan buen talante a hacerme algunas preguntas. Luego de esta situación un poco tensa, nuestro guía nos explicó que las personas afincadas en este barrio son, en su mayoría, personas procedentes de Puno, comerciantes y contrabandistas con Bolivia y Chile por lo que mi posible pinta de periodista fotógrafo les resultaba ya una amenaza. Tacna tiene varios mercadillos de productos ilegales, sea por contrabando o piratería. E, incluso, hay ciertos meses en que los contrabandistas hormigas abren grandes ferias para ofertar sus productos traídos desde Bolivia en las caravanas que cruzan ilegalmente hacia Puno y luego a varias ciudades del sur peruano, como Arequipa y Tacna. Todo esto se acentúa por su condición de zona franca, libre de impuestos. Todo esto marca la fisonomía de esta ciudad y será bastante difícil que cambie esta condición. Los peruanos “bajan” a comprar vehículos de segunda, o artefactos eléctricos (algunos de dudosa procedencia), mientras que los chilenos “suben” para aprovechar sus servicios baratos. Está, pues, en una encrucijada que le ha dado muy buenos réditos en estos últimos años. Cuando visité la ciudad en 1993 fui a Alto de la Alianza a conocer el monumento conmemorativo a la batalla por la ciudad y toda la zona estaba desierta, deshabitada. Ahora el paisaje es otro; en vez del paisaje de arbustos resistentes a la sequedad, ahora hay pequeñas casas de esteras y ya muchas de material noble. No fui al monumento esta vez, pero me figuro que desde este (el monumento) ya se deben comenzar a vislumbrar las casas “arriba el cerro”.

Ya pasadas estas tres obligatorias paradas, nos dirigimos a nuestros destinos. Nos narraba Martín Alonso, nuestro guía, que antes para ir hasta Tarata tomaba casi 8 horas; ahora con una pista asfaltada se hace en algo de tres horas, con paradas y todo. Y hay que detenerse, puesto que había que contemplar los paisajes diversos que iban cambiando a medida que íbamos ascendiendo. Nos deteníamos algunas veces para ver los lechos de ríos secos y las marcadas estribaciones andinas por las que íbamos bordeando hasta que llegamos a las ruinas de un puesto de frontera en desvío a Palquilla. En este puesto se ubicaba la guarnición chilena después de la devolución de Tarata a Perú el 1 de setiembre de 1925. Y sería la frontera hasta el 28 de agosto de 1926. Ahora sus ruinas acogen un poco de basura abandonada por viajeros. Frente a las ruinas del puesto se ve una suerte de tambo, donde solían guardar sus víveres. Esta zona ya está por encima de los 1500 metros y se siente frío. Nuestra siguiente parada iba a ser La Apacheta, un alto en el camino que acoge dos capillas y punto desde el cual ya tienes otro paisaje. Distingues la cordillera nevada del Barroso. Como el día estaba un poco nublado, los dos volcanes, Yukamani y Tutupaka, eran apenas perceptibles. Pero ya distinguíamos verdor y ya rastros de andenería. Un espectáculo genial. Aquí hicimos varias fotos y comenzamos a buscar un poco de abrigo. Una de las capillas acoge un altar para una imagen que no permanece en este lugar sino que la traen desde alguno de los pueblos aledaños durante sus fiestas.

















































Seguimos en camino a ver una verdadera joyita: la iglesia de Tarucachi. En un pequeño pueblo totalmente campesino hallamos esta iglesia colonial que tiene una pintura original de origen vegetal y que así la preservan. Nuestro guía nos comentaba que en el interior hay frisos antiguos y la imaginería era de la época. Pero la iglesia está a cargo de un pastor que había salido a ver su ganado. Decidimos ver el interior al retorno. Fallido intento, para otra vez será. Antes de entrar a Tarucachi, hicimos un alto en la carretera para ver una caprichosa formación de piedras que, según la leyenda, representa el castigo a una pareja de jóvenes que no lograron consumar su amor por razones sociales. La leyenda atrae a enamorados a buscar “su bendición”. Ahora sí, nos enrumbamos a Tarata. Aquí nos íbamos a hallar con un pueblo limpio, ordenado, con todos los servicios, una bella iglesia y un simpático mercado. La iglesia de San Benedicto está hecha en sillar y ha sido reconstruida luego del sismo del 2001. La reconstrucción ha respetado la estructura de la iglesia, se ha cambiado el techo (que se desplomó) así como las torres, pero la nave central y su fachada han sido limpiadas para mostrar su esplendor. Luego de ver la iglesia y dar una breve vuelta por el mercado para comprar las manzanas de la zona, nos dirigimos a un interesante objetivo: un trecho de camino inca puesto en valor. Es un tramo de unos dos kilómetros que desciendes y asciendes en este camino usado por la población. La historia no se ha detenido, vimos a personas solas o con ganado yendo y viniendo por este sendero. Y desde aquí sí ves la maravilla de la andenería preinca (es Colla), que rodea todo el valle y las faldas de los cerros vecinos. Luego de una caminata de descenso y ascenso, llegamos a un tramo que contenía una serie de cortos túneles y pequeñas cuevas que teníamos que ascender. Bonita experiencia.
Tras la caminata, nos dirigimos al poblado de Ticaco, lugar donde almorzamos (fue un almuerzo excesivamente generoso) y visitamos su mirador. En el camino a Ticaco, pudimos ver tres cachorros de una suerte de tigrillo (aunque es una especie no natural de la región). Ya las lluvias vespertinas comenzaban a acechar y no logramos ver todo el valle en su amplitud debido al colchón de nubes que iba cubriendo la zona. Así que nos dirigimos a los baños termales de Putina. Las instalaciones se están mejorando, te ofrece una piscina descubierta y varias habitaciones privadas para que puedas tomar un breve baño. Las aguas llegan a la temperatura de 40 grados y te debes exponer por no más de 30 minutos. Entré a uno de estos cuartos y tomé un baño relajante. Salí envuelto en mi casaca para evitar el fuerte choque de temperatura.

Tomamos nuestro camino de regreso, descendiendo a regular velocidad, una parada otra vez en La Apacheta para darle una última mirada a aquel valle interesante. Llegamos a Tacna promediando las 6 pm. Por la noche iba a encontrarme con mis amigos de colegio, reunirnos luego de 40 años..


domingo, 3 de febrero de 2013

TACNA, UN BUEN REENCUENTRO


Tacna es una ciudad con la que tengo ciertos vínculos entrañables. Viví en esa ciudad por casi tres meses en 1971, año en el que aún estaba en el colegio en Arequipa y mi padre me envió a casa de un amigo de su infancia que trabajaba como médico en el Hospital Regional de esa ciudad. El Dr. Arana y su esposa tenían fuera de su casa, cerca al Hospital, una gran parcela de terreno de cultivo y ganadería en La Yarada; además de una pequeña casa de playa en Boca del Río. En 1971, la ciudad era pequeña y para mucha gente la meta de Tacna era como una pascana para pasar a Arica en Chile. En 1993, hice un viaje a Bolivia y viajé en AeroPerú en un vuelo que hacía una escala en Tacna antes de dirigirse a o retornar desde La Paz. En mi retorno de aquel agosto de 1993, aproveché esa escala por un día y medio para visitar nuevamente al Sr. Arana e ir a Arica a ver el Morro, comprar algunos discos de música chilena (tipo Jaivas, Inti Illimani y otros), además de algunos diarios y revistas. Tacna, en ese entonces, no tenía mucho que ofrecer, salvo su siempre simpática plaza de armas y algún que otro rincón. No más.

20 años después muchas cosas han cambiado. La ciudad tiene un dinamismo notable y la población se ha duplicado de manera cuantiosa como lo comentaron amigos que viven en Tacna ya hace varios años. No sólo el comercio es el que ha crecido (lastimosamente la informalidad se ve por todas partes), sino una serie de servicios que se ofrecen a cientos de turistas chilenos que pueblan sus hoteles, restaurantes, calles y casinos. Tacna vive de ese comercio que lo caracteriza como cualquier ciudad de frontera; pero también puede ofrecer muchas más cosas que sólo ir a comprar contrabando, artículos libres de impuestos, vehículos de segunda mano o piratería. Puede ofrecer mucho más, pero aún está fuertemente vinculada a esa actividad. Digo esto, puesto que muchos elementos arquitectónicos de la ciudad bonita que solía ser en los 70 (como la recordaba) están siendo demolidos para dar paso a centros comerciales de negocios irregulares que afean una alameda que recuerdo como uno de los más bellos lugares de la ciudad (y que hubiese sido la envidia de cualquier ciudad): la alameda Bolognesi. Tacna en los 70 era una ciudad con bellas casas amplias de inicios de siglo, el XX, e incluso algunas de la época de la ocupación; también solía haber casas con techos de estilo mojinete, muy frecuentes en esta zona, y también Moquegua, que alternaban con esas inmensas mansiones. La alameda se está poblando de edificios neutrales como pabellones que han ido desplazando la tranquilidad de esta amplia avenida bajo cuyas losetas se halla en río Caplina (está canalizado). Vi con tristeza muchas casas derruidas que esperan su final irremediable. Lo que sí se ha salvado a esta vorágine son las palmeras, un símbolo distintivo de este paseo y de la ciudad misma. Lo interesante es que el paseo de palmeras se extiende más allá de los límites y llega hasta sus distritos. La expansión urbana de Tacna es sorprendente: el primer día fuimos hacia Pocollay, nombre aimara que significa “tierra de pukos u ollas”, una zona que ya es totalmente residencial, bastante bien urbanizada y perteneciente prácticamente al casco urbano tacneño. Aquí hicimos la visita a un viñedo y sus generosos productos: piscos, macerados y vinos. Tacna es un valle con viñedos y olivares (sus aceitunas son de excelente calidad) que tuvieron un auge notable hasta antes de la guerra con Chile. En los últimos años, y gracias al boom gastronómico, los viñedos y bodegas productoras de pisco, sobretodo, han permitido revalorizar su trabajo y han mejorado en calidad los derivados de la vid. Aún falta mejorar el vino, pero ya hay un camino trazado que Tacna no debe descuidar. Hay paquetes turísticos que ofrecen “la ruta del pisco”, pero hay que tener un poco de cuidado, puesto que luego de varias visitas y catas terminas medio borracho. Luego de la visita a esta bodega, El huerto de mi amada, nos dirigimos a Pachía  que se encuentra a unos 17 kilómetros de la ciudad. Pachía es una pequeña distrito que ya su ubica en altura (¡1,095 m.s.n.m.!)  y comenzamos a sentir un poco de frío. La zona es muy buena contra enfermedades pulmonares y tiene un hospicio para aquellas personas que quieren mejorar su salud, regentado por monjas. Contaba el guía que muchos chilenos ya mayores han hallado en este lugar el sitio ideal para descansar y mejorar su calidad de vida en la vejez. Tiene una pequeña iglesia, San José, reconstruida por la comunidad misma y posee aún algunas casas con el estilo mojinete; incluso se ven construcciones modernas que imitan este estilo de edificar los techos. Esta zona fue un lugar de intenso tránsito comercial que ve su esplendor en la colonia, cuando era vía obligada del comercio de Potosí, sus famosas minas de plata, con Arica. En 1843, durante las guerras entre Castilla y Vivanco fue momentáneamente capital del Perú (interesante), pero tuvo corta duración. Fue una corta visita a este simpático lugar, puesto que nos dirigíamos a Miculla, un lugar para la imaginación.

Miculla tiene dos atractivos: una extensa área cubierta de petroglifos (y aun hay geoglifos, como comentaba nuestro guía) en un espacio de 42 ha. Y los baños termales que se hallan muy cerca, a los cuales llaman Calientes. El primer atractivo amerita una visita más extensa, ya que vale la pena hacer una buena caminata para ver las piedras con dibujos hechos desde tiempos inmemorables (preinca). Algunos investigadores calculan más de 1500 piedras que tienen diversas y variadas manifestaciones, hasta las más discretas. Se llega a una suerte de museo de sitio, en el cual podemos ver varias piedras en excelente estado que muestran dibujos de los más diversos, zoomorfos, antropomorfos, algunos mostrando cacerías o rebaños; algunos, quizá, danzas; algunos tienen referencia astronómica. Las hipótesis son varias. Como teníamos poco tiempo y se avizoraba una lluvia, la visita se redujo a ver el complejo de sitio y hacer una breve caminata hacia un puente colgante (para muchos de los jóvenes fue lo más atractivo), lugar que es simpático (fue construido por el ejército, ya que esta zona pertenecía a esta fuerza armada), seguro, pero que no deja de tener sus riesgos. Una vez cruzado el puente y como se veía que la gente estaba fascinada con cruzarlo y balancearse, pedí al guía si podía ir a uno de los observadores cercanos para tener una mejor visión e idea del lugar: es impresionante. Contemplas desde uno de los miradores ese espacio árido que, según algunos historiadores, fue un gran centro ceremonial de culto al agua y a la fertilidad. Sorprende esta teoría por ser en la actualidad una zona árida; pero, como zona desértica, en temporadas de lluvias quizá esto cambie. No lejos de allí se halla en río Caplina. Una vez culminada nuestra visita y con escampando la lluvia, nos dirigimos a Calientes, los baños termales, lugar en el que hicimos una buena pausa. Como había bajado del avión y tomado el tour, no había almorzado, así que aproveché para comer algo sostenido en una de sus numerosas pascanas del lugar. Pedí un choclo con queso y un picante del lugar, a base de mondongo. Media hora después estábamos de vuelta a Tacna. El cielo ya se iba oscureciendo y llegamos a la ciudad promediando las 7 de la noche. Quedé con un amigo de colegio para cenar, y así lo hicimos. Tacna tiene una buena oferta gastronómica. Como José Castro, mi amigo, es un médico muy conocido de la ciudad, me sugirió algunos lugares y decidimos comer una buena parrillada en un restaurante de unos argentinos que nos sirvieron de manera prodigiosa, todo rociado con buenos vinos. Nos acompañó su hija menor y su enamorado. Luego de la opípara cena, José me llevó a ver la extensa ciudad en la que se ha convertido Tacna. Tiene su baipás, extensas y cómodas avenidas que conectan con diversos barrios nuevos de la ciudad y me llevó a ver un nuevo estadio en edificación. Cuando lo vi, pensaba que ese era el ideal para Trujillo y sus próximos Bolivarianos. Sueños de opio. Una cosa que me llamó poderosamente la atención de esta ciudad es el tránsito. Es muchísimo más ordenado. Los choferes respetan el semáforo, la cebra peatonal, el derecho al ingreso de un óvalo, el uso del claxon. La influencia y la frecuencia de autos chilenos en el tránsito de esta ciudad han dado sus frutos. No quiero decir que no haya desadaptados por sus calles y carreteras, pero el respeto a las reglas es mucho más evidente. Es una notable influencia que caería de perillas en nuestras ciudades caóticas.

José fue a dejarme a mi hotel en plena Plaza de Armas. Así terminé mi primer día en Tacna.